Una vez más, asistimos a la puesta en escena de un
espectáculo mediático, cuyos principales actores son los viejos conocidos de
siempre, los imperios defienden sus ancestrales raíces, raíces, que se han
enquistado en nuestro colectivo imaginario, succionando en su avidez todo
vestigio de censura, a los arrebatos de violencia y xenofobia de caprichosos dioses,
los cuales han determinado desde el principio de los tiempos, que la humanidad en
su colectivo, es decir, la que denominamos “plebe”, ha sido creada como mera “materia prima” para
ser puesta al servicio y disposición de aquellos que por “voluntad divina” han
sido designados con el pomposo título de “pueblo escogido” entre todas las demás naciones del mundo.
La representación, como otras tantas veces, se está
realizando con la presencia de las máximas autoridades de las ciento noventa y
tres naciones, que constituyen el “foro autorizado” de todas las naciones del
mundo y con la consecuente atención de un público ávido de respuestas que, por mucho que se busquen y se exijan,
difícilmente puedan romper la barrera antepuesta por las naciones poderosas,
cuya aparente misión no es otra que ser los garantes del “orden universal”
impuesto, aceptado, e implícito, por los dictadores , primero, y redactores después, del Antiguo y EL Nuevo Testamento.
Hablando de testamento, sabido es que quienes recurren a
este argumento, vale decir, a la lectura de un legado escrito, lo hacen con el
pleno conocimiento , de que están expresando la voluntad manifiesta, de quienes han sido impedidos, ya
sea por muerte, impedimento físico o mental, o algún otro tipo de
confinamiento, para poder manifestarse
por sí mismos, lo que nos lleva a la terrible conclusión de que quienes dejan
por escrito su voluntad, ya nada más
pueden hacer por los que continuamos
vivos, sus mensajes llegan a nosotros como manifestaciones de ultratumba; nos
preguntamos : ¿quienes se han quedado con las llaves de sus majestuosos sepulcros?
El asunto en cuestión al que hacemos referencia, es la aspiración manifiesta por la Autoridad
Palestina, de ocupar el asiento 194 en la Asamblea General de la ONU, derecho que le ha sido denegado en innúmeras
oportunidades, alegando que aún no se ha podido avanzar en un acuerdo de paz
con sus vecinos israelitas, situación ésta que les condena a continuar como
ciudadanos de segunda clase, parias sin patria ni estado reconocido ,confinados
en un espacio cada vez más reducido por el empuje brutal y asfixiante de los
que pretenden “la reconquista” de la tierra prometida por Jehová a sus patriarcas y a la cual no
está en sus planos renunciar y mucho
menos compartir.
El reconocimiento de los derechos del pueblo palestino a
vivir en la tierra que le han legado legítimamente sus ancestros debería estar
fuera de toda discusión, pero sucede que quienes nos han transmitido la
historia oficial han incorporado a nuestros principios fundamentales sobre el
derecho universal entre los humanos, la mano firme de la Torah de Moisés, que
establece que “por intervención divina” a través de un pacto sagrado, la actual
palestina le ha sido adjudicada a la descendencia de Abraham, Isaac, y Jacob -Israel, por lo que las demás naciones no
tienen cabida y deberán ser expulsadas sin contemplación alguna.
Esta es una realidad
que nadie asume, el Estado de Israel, creado el 14 de mayo de 1948, poco
después de finalizada la segunda guerra mundial, lejos de ser un acto de
reparación a la nación judía por los terribles sucesos del nazismo y el
holocausto de seis millones de víctimas inocentes, traía además consigo la
carga histórica de despojos y persecuciones que han sido una constante a lo
largo de los siglos, el regreso , más que un retorno de los expulsados fue un
llamado al recogimiento, un intento de reconstrucción de los sucesos relatados
por Moisés desde su salida del cautiverio en Egipto.
No es posible que pretendamos incursionar por los caminos
del entendimiento entre todas las naciones del mundo cargando las pesadas
mochilas de la intolerancia a lo distinto, a la represión y destrucción de “los
dioses ajenos” a los que “han sido marcados” por el color de su piel a sufrir
los tormentos del infierno, a los que “no han sido escogidos” como lo hemos
sido nosotros, a los que no aceptan “lo verdadero”, “la única verdad revelada
que nos pertenece “solamente a nosotros”
a los que son maldecidos por “infieles” o haber pactado con el diablo.
En términos de derechos humanos, ya no es posible apelar a
los anacronismos, en pleno siglo veintiuno de la era cristiana, aún en los
estrados judiciales, de muchísimas naciones, se toma juramento poniendo la
palma de la mano del declarante sobre la biblia, sin importar el grado de
convicción y conocimiento que tal individuo pueda tener sobre su contenido y
significación.
Como ejemplo de esto que menciono, insertaré un pasaje de
los escritos de Moisés, cuya lectura refiere a los acontecimientos previos al
cruce del rio Jordán, y es un tema
obligado en el estudio de la torah, y poderoso medio de adoctrinamiento en las
sinagogas, en colegios, en seminarios religiosos, en las fuerzas armadas, etc.
etc.
Desde entonces, Israel ha
asociado su destino a los designios provenientes de la voluntad divina, sus escrituras exigen
obediencia y sacrificio absoluto con la convicción de que “el fin justifica los
medios” cuando lo que está en juego es
la conquista de una porción de tierra por la que han hecho juramento solemne de
preservar a toda costa, las eventuales acciones que permitan expulsar a los
intrusos de sus dominios será un deber
moral y patriótico que estará fuera del alcance y atribuciones de la justicia
ordinaria.
En este clima se vive en Palestina y hasta que no se aborde
esta cuestión en el marco del “derecho internacional” y el Estado de Israel,
reconozca que está dispuesta a prescindir de sus escritos bíblicos con sus
consecuentes exhortos a la violencia sectaria y excluyente , no habrá cabida
para una paz sustentable en medio oriente.
La Declaración Internacional De Derechos Humanos, considera imprescriptibles
los crímenes de lesa humanidad, de
manera que los acontecimientos que narraremos bien que podrían ser presentados
ante la corte internacional, con el agravante de que los pasajes citados no son
los únicos descriptos por Moisés en situaciones similares y recurrentes donde
se exige a su pueblo la ejecución de acciones tan duras y terribles como la
propia ley del talión aún no revocada.
La humanidad en su conjunto se merece superar, de una vez y
para siempre, todo vestigio de intolerancia y barbarie y asumir que no todo lo
que está escrito en nuestros libros sagrados nos enaltece y edifica, las pasiones
humanas, cuando intentan poner en la boca de sus dioses sus particulares
estados de ánimo deberían considerar esta advertencia:
“Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse; porque
la ira del hombre no obra la
justicia de Dios” Santiago 1: 19 -20
Es hora de reconocer que como humanos, somos falibles, tan
falibles, como la infalibilidad del Papa.
He aquí, el texto bíblico que ponemos en consideración, el
cual transcribimos en forma textual:
“Jehová habló a Moisés, diciendo:
Haz la venganza d los hijos de Israel contra los madianitas;
después serás recogido a tu pueblo.
Entonces Moisés habló al pueblo, diciendo: Armaos algunos de
vosotros para la guerra, y vayan contra Madián y hagan la venganza de Jehová en
Madián.
Mil de cada tribu de todas las tribus de los hijos de
Israel, enviareis a la guerra.
Así fueron dados de los millares de Israel, mil por cada
tribu, doce mil en pie de guerra.
Y Moisés los envió a la guerra; mil de cada tribu envió; y
Finees hijo del sacerdote Eleazar fue a la guerra con los vasos del santuario,
y con las trompetas en su mano para tocar.
Y pelearon contra Madián, como Jehová lo mandó a Moisés, y
mataron a todo varón.
Mataron también, entre los muertos de ellos, a los reyes de
Madián, Evi, Requem, Zur, Hur y Reba, cinco reyes de Madián; también a Balaam hijo
de Beor mataron a espada.
Y los hijos de Israel llevaron cautivas a las mujeres de los
madianitas, a sus niños, y todas sus bestias y todos sus ganados; y arrebataron
todos sus bienes, e incendiaron todas sus ciudades, aldeas y habitaciones.
Y tomaron todo el despojo, y todo el botín, así de hombres
como de bestias.
Y trajeron a Moisés y al sacerdote Eleazar, y a la
congregación de los hijos de Israel, los cautivos y el botín y los despojos al
campamento, en los llanos de Moab, que están
junto al Jordán frente a Jericó.
Y salieron Moisés y el sacerdote Eleazar, y todos los
príncipes de la congregación, a recibirlos fuera del campamento.
Y se enojó Moisés
contra los capitanes del ejército, contra los jefes de millares y de centenas
que volvían de la guerra, y les dijo Moisés: ¿Por qué habéis dejado con vida a
todas las mujeres?
He aquí, por consejo
de Balaam ellas fueron causa de que los hijos de Israel prevaricasen contra Jehová en lo tocante a Baal-peor, por
lo que hubo mortandad en la congregación de Jehová.
Mat ad, pues, ahora a todos los varones de entre los niños;
matad también a toda mujer que haya conocido varón carnalmente.
Pero a todas las
niñas entre las mujeres, que no hayan conocido varón, las dejaréis con vida.
Y vosotros, cualquiera que haya dado muerte a persona, y
cualquiera que haya tocado muerto,
permaneced fuera del campamento siete días, y os purificaréis al tercer día y
al séptimo, vosotros y vuestros cautivos.
Asimismo purificaréis, todo vestido, y toda prenda de
pieles, y toda obra de pelo de cabra, y todo utensilio de madera.
Repartición del botín
Y el sacerdote Eleazar dijo a los hombres de guerra que
venían de la guerra: Esta es la ordenanza de la ley que Jehová ha mandado a
Moisés: Ciertamente al oro y la plata, el bronce, hierro, estaño y plomo, todo
lo que resiste al fuego, por fuego lo haréis pasar, y será limpio, bien que en
las aguas de purificación habrán de purificarse; y haréis pasar por agua todo
lo que no resiste el fuego.
Además lavaréis vuestros vestidos el séptimo día, y así seréis limpios: y después entraréis
en el campamento.
Y Jehová habló a Moisés diciendo:
Toma la cuenta del botín que se ha hecho, así de las
personas como de las bestias, tú y el sacerdote Eleazar, y los jefes de los
padres de la congregación; y partirás por mitades el botín entre los que
pelearon, los que salieron a la guerra y toda la congregación.
Y apartarás para Jehová el tributo de los hombres de guerra
que salieron a la guerra; de quinientos, uno, así de las personas como de los
bueyes, de los asnos y de las ovejas.
De la mitad de ellos lo tomarás; y darás al sacerdote
Eleazar la ofrenda de Jehová.
Y de la mitad perteneciente a los hijos de Israel tomarás
uno de cada cincuenta de las personas, de los bueyes, de los asnos, de las
ovejas, y de todo animal, y los darás a los levitas, que tienen la guarda del
tabernáculo de Jehová.
E hicieron Moisés y el sacerdote Eleazar como Jehová mando a
Moisés.
Y fue el botín, el resto del botín que tomaron los hombres
de guerra, seiscientas setenta y cinco
mil ovejas, setenta y dos mil bueyes y un mil asnos.
En cuanto a las personas, de mujeres que no habían conocido
varón, eran por todas treinta y dos mil.
Y la mitad, la parte de los que habían salido a la guerra,
fue el número de trescientas treinta y siete mil quinientas ovejas; y el
tributo de las ovejas para Jehová fue seiscientas setenta y cinco.
De los bueyes, treinta y seis mil; y de ellos el tributo
para Jehová, setenta y uno.
Y de las personas, dieciséis mil; y de ellas el tributo para
Jehová, treinta y dos personas.
Y dio Moisés el tributo, para ofrenda elevada a Jehová, al
sacerdote Eleazar, como Jehová lo mandó a Moisés.
Y de la mitad para los hijos de Israel, que apartó Moisés de
los hombres que habían ido a la guerra (la mitad para la congregación fue: de
las ovejas, trescientas treinta y siete
mil quinientas; de los bueyes treinta y seis mil, de los asnos, treinta
mil quinientos y de las personas, dieciséis mil) de la mitad, pues, para los hijos de Israel, tomó Moisés uno de
cada cincuenta, así de las personas como
de los animales, y los dio a los levitas, que tenían la guarda del tabernáculo
de Jehová, como Jehová lo había mandado a Moisés.
Vinieron a Moisés los jefes de los millares de aquel ejército, los jefes de millares y de
centenas, y dijeron a Moisés: Tus siervos han tomado razón de los hombres de
guerra que están en nuestro poder, y ninguno a faltado de nosotros.
Por lo cual hemos ofrecido a Jehová ofrenda, cada uno de lo
que ha hallado, alhajas de oro, brazaletes, manillas, anillos, zarcillos y
cadenas, para hacer expiación por nuestras almas delante de Jehová.
Y Moisés y el sacerdote Eleazar recibieron el oro de ellos, alhajas, todas elaboradas.
Y todo el oro de la ofrenda que ofrecieron a Jehová los
jefes de millares y de centenas fue
dieciséis mil setecientos cincuenta ciclos.
Los hombres del ejército habían tomado para sí.
Recibieron, pues, Moisés y el sacerdote Eleazar el oro de
los jefes de millares y de centenas, y lo trajeron al tabernáculo de reunión,
por memoria de los hijos de Israel delante de Jehová.
Tomado textual de lo
expresado en Números a lo largo de todo el capítulo treinta y uno.
Se nos podrá decir que el castigo era merecido y
necesario, que eran idólatras y
pecadores, que no merecían ser dignos de consideración, en respuesta a esta
alternativa de justificación escuchemos la opinión del Divino Maestro:
“En
aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó
de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les
enseñaba.
Los
letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y,
colocándola en medio, le dijeron:
—Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos
manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?
Le
preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose,
escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y
les dijo:
—El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.” Evangelio de Juan Cap. 8
El Sanedrín, los celosos guardianes de la Ley de Moisés, exigieron a un representante del emperador extranjero e incircunciso, Poncio Pilatos, que ejecutara a Jesús por blasfemo.
Hugo
W. Arostegui