Entrevista de Magisterio a Robert Swartz, ponente en plenaria del
Icot 2015.
Hay que enseñar a pensar para transcender la estrechez
mental que predomina hoy en día
Filósofo de formación, Robert Swartz opina que la enseñanza
de esta asignatura debería obviar interminables debates metafísicos en favor de
una discusión abierta sobre los grandes dilemas morales. El estadounidense
lleva más de tres décadas abogando por la formación cognitiva en el aula
mediante su propuesta Aprendizaje Basado en el Pensamiento (TBL en sus siglas
en inglés). Algunos hitos en la expansión global de una actitud favorable hacia
la enseñanza explícita de habilidades mentales, remarca, han coincidido con la
celebración bienal de la International Conference on Thinking (ICOT), cuya
próxima edición tendrá lugar el próximo verano en Bilbao.
Pregunta. Usted fue uno
de los pioneros, a finales de los 70, en la promoción de la enseñanza de
habilidades de pensamiento en el aula. ¿Ha cambiado mucho la situación desde
entonces?
Respuesta. A
principios de los 80, varios estados de EEUU empezaron a mostrar un interés
creciente por enseñar a pensar utilizando diferentes enfoques más o menos
sistemáticos. Mi propuesta es una de muchas. En algunos casos, por ejemplo
Carolina del Sur, ese interés se tradujo en leyes que obligan a enseñar
pensamiento crítico y creativo en todos los centros. La expansión global surge
a finales de los 90, apoyada en buena medida en el éxito del ICOT que tuvo
lugar en Singapur en el 97. Desde entonces, muchos países asiáticos han
diseñado estrategias nacionales que buscan enseñar a pensar en el aula. La gran
decepción, desde mi punto de vista, es la Unión Europea, donde las habilidades
de pensamiento siguen al margen entre sus prioridades.
P. Sin embargo,
el TBL ha recibido la atención de muchos centros en nuestro país, hasta el
punto de convertir su oficina española en la primera fuera de EEUU.
R. En
España está emergiendo un movimiento de base protagonizado por los propios
colegios y, en concreto, por algunos profesores muy comprometidos con la
renovación pedagógica. Por desgracia, estas iniciativas particulares no se
corresponden con la actitud de las administraciones, que no reconocen la
necesidad de ayudar a los alumnos a convertirse en mejores pensadores.
P. ¿No ha observado movimientos similares en otros países
europeos?
R. No
con el alcance de lo que está ocurriendo aquí, al menos en nuestra experiencia.
Por el contrario, Irlanda del Norte es un buen ejemplo a la hora de promover el
aprendizaje del pensamiento desde arriba, desde el nivel institucional hacia
las escuelas. Allí han conseguido articular un plan con el fin de convertir en
realidad el que el alumno sea capaz de guiar su propio pensamiento. Sí quiero,
por otra parte, dejar claro que el 95% de los profesores con los que hablo, en
Nueva Zelanda o en Israel, en Chile o en Arabia Saudí, tiene claro que el viejo
sistema de enseñar centrado en la memoria no funciona, a menos que queramos que
la escuela persiga que el alumno apruebe el examen y olvide lo aprendido a los
pocos días.
P. ¿Hay lugar para la memoria en la enseñanza del siglo XXI?
R. ¡Claro! El debate no es
memoria sí o memoria no: por supuesto que hay que recordar cosas. La cuestión
que yo y otros muchos planteamos es hasta qué punto tiene sentido que la
enseñanza en el siglo XXI continúe siendo esencialmente memorística. Hay que
recordar los grandes acontecimientos de la historia, sus grandes nombres, pero
sobre todo hay que comprender su importancia en el devenir de los
acontecimientos, su significación. El alumno ha de ser capaz de extraer
conclusiones, y esto solo se consigue mediante formas de pensamiento más
elevadas.
P. Imaginemos un
escenario en el que el aprendizaje de las habilidades de pensamiento se ha
convertido en la norma. ¿Cuáles serían los principales beneficios desde una
óptica amplia, como sociedad?
R. Hemos
observado que los alumnos que aprenden de manera explícita a pensar en la
escuela suelen reflexionar antes de actuar: se paran antes de pasar a la acción
y tienen en cuenta diferentes opciones. Cuando estos chavales se hagan mayores
y hayan interiorizado esta manera de funcionar, contribuirán a un mundo mejor
gracias a que estarán en condiciones, en el caso de que lleguen a posiciones de
responsabilidad, de trascender la estrechez mental que predomina entre los
líderes actuales. Hablo, claro está, de una esperanza sin base empírica.
P. ¿Hay gente que no ve con buenos ojos que los alumnos ejerciten
demasiado el pensamiento crítico y reflexivo? ¿Se ha topado con mucha
resistencia?
R. Recuerdo
que en los años 80 una organización religiosa muy conservadora de EEUU, la
Convención Baptista Sureña, se opuso a mi enfoque porque temía que los jóvenes
empezaran a desafiar la autoridad de sus líderes. También he encontrado a
muchos padres que me han preguntado si no se corre el riesgo de convertir a sus
hijos en disidentes crónicos. Normalmente, estos temores se disipan cuando se
entiende que mi enfoque y otros similares no pretenden que el individuo
critique todo por sistema, sino que básicamente aprenda a tomar mejores
decisiones.
P. ¿Piensa que
nuestra sociedad anima a pensar rápido en aras de una supuesta eficiencia, y
que esto entorpece nuestra capacidad para el pensamiento reflexivo?
R. Sí, se nos empuja a tomar decisiones lo más
rápido posible, lo que dificulta que nos paremos y le demos a una vuelta a la
situación antes de actuar. Se trata de una tensión, de una lucha de valores que
se hace más patente desde que parte de la sociedad reclama la necesidad de un
pensamiento más cuidadoso. Pienso que, si conseguimos que las nuevas
generaciones ejerciten en la escuela su capacidad de pensar con profundidad,
serán ellas mismas las que hagan frente a esa presión para acelerar su mente
que encontrarán en la vida adulta. Luego están, por supuesto, las nuevas
tecnologías, que en teoría aumentan la velocidad en todos los ámbitos. Y es
cierto que ahorran tiempo, como también lo es que ayudan a tomar decisiones más
pausadas mediante a un acceso a información ilimitado. Como en tantos otros
dilemas que plantean las TIC, todo depende del uso que les demos y de lo que
fomentemos en la escuela.
P. Usted propone
que enseñemos a pensar desde las edades más tempranas. ¿Es posible el
pensamiento crítico sin una cierta base de conocimiento?
R. Antes
pensaba que no, que un niño de Infantil puede hacer muñecos de plastilina y
poco más. Con el tiempo, y tras ver algunas experiencias con niños de dos o
tres años, tengo la certeza de que también ellos pueden ser críticos y
analíticos, aunque en un nivel de sofisticación mucho menor. Cuanto antes
enseñemos a pensar, mejor. Una vez que el alumno ha asimilado e interiorizado
determinados procesos mentales, estos surgen de forma natural durante el
aprendizaje. Es como sumar y restar: no hay que aprender de nuevo.