Toda la vida humana es posible entenderla como un camino de búsqueda. Una búsqueda de la que con frecuencia no somos conscientes.
Una inquietud nos asalta que nos enfrenta a las venturas y desventuras del amor, a las incertidumbres del viaje por tierras y mares lejanos, al entusiasmo por el conocimiento formal, por la literatura y por el arte. A la naturaleza, que nos sorprende con una belleza y un orden que parecen querer revelarnos un secreto.
Inmersos inclusos en nuestros deseos más primitivos y groseros, intuimos de pronto que lo que en verdad buscamos está más allá.
Tarde solemos apercibirnos de la insuficiencia de nuestros
recorridos por el mundo exterior; de que el éxito, a lo menos relativo, en
nuestra búsqueda incierta, no podrá tener lugar mientras no nos decidamos a
incursionar en nuestro paisaje interior para recorrer pausadamente nuestras
propias e insondables profundidades. Profundidades que son también alturas.
Esa
vía es la única capaz de dar sentido a nuestra búsqueda, de decirnos qué es lo
buscamos, en el fondo, más allá de todo lo aparente. De mostrarnos, de alguna
manera, aquello que nos hace falta, más que ninguna otra cosa.
Es muy posible que nos extraviemos si sólo recorremos las
vías que están fuera de nosotros, por mucho que sea el interés con que
observemos e investiguemos sus alrededores. Es posible que ni siquiera
lleguemos a saber qué es lo que de verdad perseguimos. Es posible que nos
perdamos en los accidentes, en los acontecimientos, en las cosas y en los
sentimientos, sin obtener jamás satisfacción, parcial a lo menos, a nuestra más
importante inquietud.
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Allí, en la morada del Espíritu, que hace que se activen
otros sentidos, los ojos y los oídos del alma, es posible percibir aromas y
gustos y contactos más sutiles y también más verdaderos.
Allí es donde se encuentra el hombre con lo Absoluto, la
Suprema Causa, el Espíritu Inefable, el No-ser divino.
En forma semejante, puede entender el hombre la travesía de
la vida, siguiendo el camino que se inicia en la indiferenciación, en lo que es
el niño antes de convertirse en persona, que sigue en la difícil lucha por la
madurez, por la individuación, y luego en la superación de las tendencias
egocéntricas y egolátricas, de todos los apegos y temores, que le permite
incursionar en lo transpersonal que lo vuelve a su origen y le indica lo que es
en su esencia, en sí mismo.
En su divinidad.
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