Esa duda sobre un futuro incierto (que siempre lo es) crea
ese desasosiego, esa extraña e incómoda sensación. Hoy mismo me desperté sin
saber bien la razón con esa incertidumbre.
Indagando
en las emociones que en mi cuerpo se reflejaban pude intuir que era debido a
recientes cambios que aún no se acaban de asentar, y también a futuras
decisiones que he de tomar.
Me libera y ayuda ver la salida del sol. Siempre que he
necesitado esa “conexión” con algo más grande, algo que trasciende todo ese
pequeño mundo que con nuestra mente creamos y llenamos de preocupación, lo he
encontrado en esos momentos de plena atención, de observación sin más de la
naturaleza, de un bello amanecer o una puesta de sol.
Es la conciencia plena del Ser, de darse cuenta de que no
estamos separados sino que formamos parte de ese milagro llamado vida, y de esa
vida que existe ahora en nosotros única e irrepetible, en esta forma física de
la cual a veces ni nos acordamos, a la que a veces maltratamos, tal vez
buscando un alivio o evasión a
ese miedo existencial o a esa incertidumbre ante lo que la vida nos depara.
Lo que es cierto que preocuparse, angustiarse antes de que
suceda solo hace que además de perder el momento presente en el que aún brilla
el sol perdamos la capacidad de reacción o previsión para estar listos ante esa
tormenta que se avecina.
Vivimos sujetos a unas leyes naturales, irrefutables,
tales como la gravedad, que seguro comprendemos bien, pero en cambio otras como
la impermanencia y la naturaleza cambiante de las cosas no las asimilamos o
aceptamos tan abiertamente.
Y ahí radica ese sufrimiento y angustia que crea la
incertidumbre.
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