Nuestra época está
marcada por el auge de la tecnología: Lo que a comienzos del siglo XX era
ciencia ficción (Verne, Orwell,…), hoy es una realidad evidente.
En el pasado,
el aumento de los puestos de trabajo iba parejo con el aumento de la
productividad, pero hoy los robots, la automatización y el software son capaces
de sustituir a muchos-as trabajadores, lo que provoca, como consecuencia, un
aumento del paro, sin que descienda la productividad (Brynjolfsson y McAfee,
2013).
Sin embargo, este
desarrollo tecnológico es desigual de unos territorios a otros (Dutta, Geiger y
Lanvin, 2015): de los diez primeros países con mayor desarrollo tecnológico,
siete son europeos. Esto nos lleva a concluir que la tecnología puede
contribuir, al desarrollo y bienestar de unos territorios y a la marginación de
otros, al no expandirse su desarrollo por igual.
Así, por ejemplo, en el
continente africano nos encontrarnos los diez países más pobres del mundo,
pobreza que va asociada, entre otros indicadores, a un desarrollo tecnológico deficiente.
Del mismo modo, hay territorios en los países desarrollados, como son las zonas
rurales menos pobladas, donde el acceso a internet aún hoy sigue presentando
muchas deficiencias.
Dentro de este
desarrollo tecnológico, las TIC han pasado a ser un importante potencial
transformador, al permitir traspasar grandes cantidades de información a
cualquier persona. En este sentido, por ejemplo, conviene recordar la profunda
transformación que están aportando las TICs al ámbito de la educación, las
cuales son un rico elemento metodológico para la innovación y renovación
pedagógica para muchos-as docente (Sola y Murillo, 2011), al tiempo que permite
compartir dichas experiencias (Bona, 2016).
Algo parecido podríamos decir
también de las TICs respecto al campo de la sanidad, donde el acceso a diversa
información relacionada con su salud ha supuesto un empoderamiento de los-as
pacientes (Yáñez, 2017).
Sin embargo, la
tecnología nos ha evidenciado una vulnerabilidad de la que nos creíamos exentos
con su uso, como lo prueban varios ciberataques a escala mundial sufridos en
los últimos meses y que han afectado a decenas de empresas.
Además, como
consecuencia del uso desmedido de las nuevas tecnologías, como es el caso del
teléfono móvil en los-as adolescentes, han aparecido nuevas adicciones, que ya
están siendo tratadas terapéuticamente (Villanueva, 2017).
No deberíamos
olvidar que somos interdependientes, lo que debería llevarnos a un
replanteamiento ético que desembocara en una ética de la compasión universal
que promueva que todos los seres humanos puedan vivir con dignidad, cuidando a
los más débiles como si de nosotros mismos se tratara.
La segunda amenaza
del cambio climático se encuentra en el futuro, y afectará a toda la humanidad.
La noción de “bien común” incorpora también a las generaciones futuras (Carrera
y Puig, 2017).
En cuanto a los
compromisos para abordar los problemas sistémicos respecto al cambio climático
que ya detectaron en 2010, se observan avances desiguales hacia los objetivos
para 2020, y serán necesarios nuevos esfuerzos en pos de la visión y las metas
para 2050 (AEMA, 2015). Por todo ello, es urgente abordar el problema ecológico
como un problema de justicia planetaria.
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