miércoles, 9 de mayo de 2018

Humanidad: Los Molinos De Viento

Si aceptamos un punto de vista más estético y menos dogmático de la naturaleza humana, podremos aceptar que los seres humanos tendríamos la capacidad de describir y narrar nuestros actos y creencias y dejar el peso de herederas concepciones pasadas que se enfrentan por obtener el título de “la única” manera de ser, ver y sentir el mundo.

Parecería entonces que eso que llamamos “naturaleza humana” no es algo que debamos encontrar con la ayuda de la metafísica, la ciencia o la religión, sino que es algo que tenemos la capacidad de construir.

Retomando a Engels, si el hombre es creador del hombre, si existe algo esencial a eso que llamamos “humanidad”, es nuestra capacidad de cambio, transformación y redescripción constante. 

Es en ese sentido que la era postmetafísica entiende la humanidad, no como algo esencial sino en construcción constante. Fuimos humanos cuando empezamos a manipular el fuego, lo seguimos siendo cuando dejamos de ser nómadas, lo fuimos cuando inventamos reinos, cuando levantamos democracias, y en nombre de la humanidad defendimos la ciencia, porque ella, creímos, nos permitiría vivir una vida más satisfactoria. En nombre de la humanidad inventamos las prótesis, los analgésicos y la inseminación artificial, la televisión, el arte.

Si aceptamos esto, la dicotomía natural - artificial se rompe y vendrían siendo un continuum del mismo sentido de lo humano. Lo artificial sería solo una manera de extender una parte de aquello que llamamos naturaleza en un momento de la historia. Lo artificial no sería “artificial“ en el sentido opuesto a lo natural, si no que sería solo una manera de potencializar lo natural.

Llamar, como Edgar Morin, al hombre un ser “biocultural” es continuar con la dicotomía natural /artificial  o naturaleza / cultura. En lo que sí habría concordancia con el pensamiento de Morin es en afirmar un humanismo antihumanismo, es decir, rechazando que existe alguna esencia que nos haga más humanos. Pues dicha demarcación será siempre contingente.

Pero quienes exaltan una posición esencialista del hombre no lo comprenden así.

Creen poder hallar una postura que se aplica a todos los seres humanos en todos los tiempos y que bordea los peligrosos contornos de la crueldad al hacerse con los discursos y la tecnología necesaria para enfrentar, callar o exterminar a esos otros humanos o “pseudo humanos”.

Nuestro modo de vida, eso que llamamos cultura, la construcción del mundo simbólico del hombre, el lenguaje que usamos para representarlo, es también todo un mundo de metáforas cambiantes que resignifican y modifican nuestro modo de enfrentarnos al mundo y de relacionarnos con él. 

De ahí que nuestras sociedades occidentales post metafísicas estén en constante cambio y resignificación de aquellas estructuras consideradas monolíticas y perennes, o al menos es el ideal de quienes creen haber dejado atrás la fundamentación del mundo en la religión.

Estructuras que considerábamos inmodificables por tener una especie de carga esencial que  fundamentan las instituciones y relaciones sociales como la familia, el estado, la religión, la cultura, etc., están sufriendo una “crisis”, no por verse abocadas a su extinción sino por la necesidad de su resignificación.


En ese sentido, ser conscientes de la contingencia de la noción de humanidad puede ayudar a que seamos conscientes de la crueldad que nuestros límites morales pueden cometer.

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