Si aceptamos un
punto de vista más estético y menos dogmático de la naturaleza humana, podremos
aceptar que los seres humanos tendríamos la capacidad de describir y narrar
nuestros actos y creencias y dejar el peso de herederas concepciones pasadas
que se enfrentan por obtener el título de “la única” manera de ser, ver y
sentir el mundo.
Parecería entonces
que eso que llamamos “naturaleza humana” no es algo que debamos encontrar con
la ayuda de la metafísica, la ciencia o la religión, sino que es algo que
tenemos la capacidad de construir.
Retomando a Engels,
si el hombre es creador del hombre, si existe algo esencial a eso que llamamos
“humanidad”, es nuestra capacidad de cambio, transformación y redescripción
constante.
Es en ese sentido que la era postmetafísica entiende la humanidad,
no como algo esencial sino en construcción constante. Fuimos humanos cuando
empezamos a manipular el fuego, lo seguimos siendo cuando dejamos de ser
nómadas, lo fuimos cuando inventamos reinos, cuando levantamos democracias, y
en nombre de la humanidad defendimos la ciencia, porque ella, creímos, nos
permitiría vivir una vida más satisfactoria. En nombre de la humanidad
inventamos las prótesis, los analgésicos y la inseminación artificial, la
televisión, el arte.
Si aceptamos esto,
la dicotomía natural - artificial se rompe y vendrían siendo un continuum del
mismo sentido de lo humano. Lo artificial sería solo una manera de extender una
parte de aquello que llamamos naturaleza en un momento de la historia. Lo
artificial no sería “artificial“ en el sentido opuesto a lo natural, si no que
sería solo una manera de potencializar lo natural.
Llamar, como Edgar
Morin, al hombre un ser “biocultural” es continuar con la dicotomía natural
/artificial o naturaleza / cultura. En lo que sí habría concordancia con
el pensamiento de Morin es en afirmar un humanismo antihumanismo, es decir,
rechazando que existe alguna esencia que nos haga más humanos. Pues dicha
demarcación será siempre contingente.
Pero quienes
exaltan una posición esencialista del hombre no lo comprenden así.
Creen poder
hallar una postura que se aplica a todos los seres humanos en todos los tiempos
y que bordea los peligrosos contornos de la crueldad al hacerse con los
discursos y la tecnología necesaria para enfrentar, callar o exterminar a esos
otros humanos o “pseudo humanos”.
Nuestro modo de
vida, eso que llamamos cultura, la construcción del mundo simbólico del hombre,
el lenguaje que usamos para representarlo, es también todo un mundo de
metáforas cambiantes que resignifican y modifican nuestro modo de enfrentarnos al
mundo y de relacionarnos con él.
De ahí que nuestras sociedades occidentales
post metafísicas estén en constante cambio y resignificación de aquellas
estructuras consideradas monolíticas y perennes, o al menos es el ideal de
quienes creen haber dejado atrás la fundamentación del mundo en la religión.
Estructuras que
considerábamos inmodificables por tener una especie de carga esencial que
fundamentan las instituciones y relaciones sociales como la familia, el estado,
la religión, la cultura, etc., están sufriendo una “crisis”, no por verse
abocadas a su extinción sino por la necesidad de su resignificación.
En ese sentido, ser
conscientes de la contingencia de la noción de humanidad puede ayudar a que
seamos conscientes de la crueldad que nuestros límites morales pueden cometer.
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