Vivir con libertad es el deseo de toda persona. A nadie le
gusta estar atado o atada. Tener cadenas que no nos permitan actuar como
realmente queremos es una de las mayores pesadillas posibles. Pensar en tener
nuestras manos amarradas, nuestros pies encadenados, nuestra mente encerrada,
hoy podría parecer cosa del pasado, de cuando la esclavitud era legal y
aprobada por grandes sectores de la sociedad. Hoy la esclavitud, como la
conocimos, ya no existe, pero si podemos encontrarla bajo otro formato.
En el mundo que vivimos el gran desafío que enfrentamos es
encontrar la felicidad, y para ello debemos ser capaces de vencer muchas
barreras, tanto externas como internas. Alcanzar la felicidad conlleva
conquistar la libertad. Libertad de pensar, de hacer, de sentir, de vivir la
propia vida. Así también es necesario cuestionarse el estilo de vida que
llevamos.
Para ser felices no necesitamos riquezas ni lujos, podemos vivir con
poco pues la felicidad no se encuentra en los bienes materiales, sino en el
servicio, en el contacto con los otros y las otras. Buscando la felicidad en
objetos, dinero, en la ostentación sólo nos otorga un nivel de satisfacción
momentánea. Si lo que compramos con la intención de hacernos felices se
estraga, nuestra dicha se esfumará y nos obligaremos a adquirir uno nuevo. Este
círculo vicioso no solo nos conduce a un gasto indiscriminado de nuestro
dinero, sino también a la sobreexplotación de bienes naturales necesarios para
la producción.
La sobriedad es liberadora. Vivir con sobriedad nos libera
de las cadenas del consumo. Nos hace dejar de lado las superficialidades que
entretienen pero que también estorban para una existencia digna, solidaria,
asumida como tarea a realizar y no solamente vida que estrujar.
Disfrutar de
las pequeñas cosas, de cada momento que vivimos, de lo sencillo. No ser esclavo
del tener, y de lo que no se tiene, y sí valorar lo que tenemos, centrarnos en
quienes están con nosotros/as.
La sobriedad puede tener varias raíces. Una de ellas es la
necesidad. Ser sobrio por necesidad es someterse a alguna carencia en la
calidad de vida que todos merecemos. En este caso la sobriedad se asume sin
ribetes agradables ni tampoco ayuda a vivir con gozo. Se es sobrio porque no
queda más remedio, porque de lo contrario se atentaría contra las necesidades
primarias.
Cuando alguien asume la sobriedad dándole un sentido, se
colabora al bienestar social. Porque la sobriedad de unos debe ayudar a superar
las carencias de otros y otras. La sobriedad que no repercute socialmente en
bien de otros, se queda solamente en el nirvana de la autocomplacencia
espiritual o es un esfuerzo egoísta de autoflagelación. Si vivo en la
sencillez, no centraré mi existencia en el querer tener cosas.
La sobriedad nos ayuda a liberar la carga que hemos colocado
en nuestro caminar. Nos permite centrarnos en el servicio, en detenernos y
mirar alrededor.
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