Lincoln Steffens, escritor y filósofo, solía decir a los
jóvenes que nada en la vida se había hecho como debiera ser, y que
el mundo está lleno de infinidad de cosas que es necesario volver a hacer, y
hacer bien. Esta aseveración será más aplicable aun al mundo del
mañana.
Más para que nuestros hijos lleguen a mayores alturas que
las que nosotros hemos alcanzado, es preciso que partan de bases mejores que
las nuestras y entren en el porvenir con menos temor, menos vacilación y menos
desmayo.
La mente del niño es exploradora por naturaleza y los padres
deben alentar esta tendencia a la investigación; cada incidente cotidiano debe
convertirse en una expedición a la región de lo desconocido.
Debe
fomentarse en el niño el hábito de buscar la causa y el efecto de
todo lo que sucede a su alrededor.
A un patín se le desprende una rueda; el
bizcocho deja de subir en el horno; una bicicleta se rompe. ¿Por qué sucedió
esto? ¿Cómo puede evitarse que vuelva a suceder’ el niño que se
acostumbra a hacer estas preguntas y a buscar por sí mismo las respuestas,
adquiere un hábito más valioso que todos los patines y bicicletas del mundo.
De suma importancia es también dejar que los niños hagan las
cosas a su modo, en vez de obligarlos a hacerlas al nuestro.
A
medida que me hago más viejo, más me voy convenciendo de que casi
todo se puede hacer de otra manera, tan buena o mejor que la acostumbrada. El
perro se rasca con sus patas traseras, el puerco lo hace en cambio
restregándose contra un poste; y ¿quién diría que el uno no se sabe
rascar tan bien como el otro? Si un niño dice que las tortas de
barro salen mejor con agua caliente que con agua fría, dejémosle, por amor de
Dios, que pruebe a hacerlas con agua caliente para que se convenza de si tiene
o no razón.
Y hay que dejarlo que se enfrente a las dificultades por sí
mismo. Muchos padres, que se elevaron por su propio
esfuerzo, suelen allanar demasiado el camino a sus hijos, privándolos así
de la disciplina que supone el esfuerzo propio y el valerse por sí
mismos, disciplina que a ellos les fue de tanto
provecho.
Esto me trae a la memoria el cuento del benévolo
aficionado a la cría de las mariposas: movido a compasión al ver la gran
dificultad y el forcejeo con que salían de la crisálida, rompió una de éstas
con la uña a fin de que la mariposa pudiera salir sin esfuerzo. Aquella
mariposa jamás pudo volar.
Cada vez que un muchacho tropieza con una dificultad seria y
la vence, le crecen y se le fortalecen las alas. Cada vez que escoge un camino
y se lanza resuelto por él hacia una meta determinada, adquiere mayor confianza
en sí mismo y más valor.
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