Para sentirnos bien y ser
felices debemos poder realizarnos en muchas facetas, tanto personales como
sociales: Tener unas buenas relaciones afectivas, un trabajo o actividad
creadora, salud física y psíquica, un entorno social y ambiental positivo… Y no
es necesario vivir bien todas esas facetas a la vez, pero sí que es importante
que haya esperanza de que se pueda cambiar en lo que esté mal en ese momento.
Esta esperanza se basa en
la experiencia real de que podemos hacer cambios. Y si en el presente no es
posible, la esperanza se basará en que en algún momento de nuestra vida lo
pudimos también conseguir. Para así poder seguir por el túnel a pesar de no ver
la luz.
La esperanza se puede cultivar, sobre todo viviendo experiencias que nos hagan salir de la impotencia: desde afrontando conflictos que vamos posponiendo con colegas, amigos, o instituciones; o pidiendo ayuda para situaciones en las que solos no podemos, hasta comprometiéndonos más con el cambio social en áreas que nos atañen.
Y este tema es importante,
pues no podemos permanecer con los ojos y oídos cerrados a temas como el
calentamiento global, o los miles de muertos por hambre cada año en el mundo,
las violaciones de derechos humanos, la violencia de género, o la homofobia,
que sigue matando a gays, en algunos países, por el simple hecho de serlo.
Vivir con la sensación de
que “no puedo hacer nada”, genera impotencia, sensación de alienación, y de que
la vida no está bajo nuestro control. Y podemos cambiar eso asumiendo que
podemos controlar más nuestras vidas, y a través de cambios en nuestras
actitudes, cambiarnos a nosotros y al mundo, aunque solo sea aportando un grano
de arena.
Todos podemos ser más
conscientes de nuestro derroche energético y cambiar el uso del transporte, o
de la iluminación en casa, y buscar formas de ahorro, para no contribuir tanto
a la producción de CO2. O podemos reciclar nuestras basuras, o consumir menos y
reutilizar más. O podemos no hacer oídos sordos a situaciones de maltrato de
las que somos testigos. O podemos participar en campañas, como las de Pobreza
Cero, Amnistía Internacional, o colaborar en grupos pro derechos de gays,
lesbianas, bisexuales y transexuales. Tanto como voluntarios como colaborando
con una firma o algo de dinero.
La solidaridad o la
generosidad y la actuación social comprometida favorecen el desarrollo tanto
físico como psicológico de las personas, así como el de las sociedades. Y nos
hacen sentirnos más felices y mejores personas. Generan una sensación de que un
mundo distinto es posible y que yo puedo hacer algo por conseguirlo.
Que mi vida, no solo tiene
sentido para mí mismo, para mi desarrollo personal o para mi placer, sino que
tiene una proyección social ineludible y por tanto necesaria, de la que no
podemos evadirnos sin hacernos daño a la larga. Aunque solo sea porque las
catástrofes naturales debidas al calentamiento global, o por una involución en
los derechos humanos, nos afecte directamente.
Demos un sentido
complementario a nuestra vida que vaya más allá de nuestro pequeño ombligo, que
nos haga sentirnos partícipes de nuestro destino común de frágiles seres
humanos en un planeta limitado y vulnerable. ¡Y actuemos ya.
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