Nuestra humanidad, moldeada por la
crítica racional y por la ciencia. Hemos perdido la ingenuidad, en el sentido
de que hoy necesitamos validar cualquier afirmación o creencia mediante la
experiencia y el análisis racional.
Es bastante evidente que estamos ante una profunda y
extendida crisis de las creencias religiosas, morales y filosóficas que han
animado y guiado a la humanidad en el pasado y hasta ahora. Siendo así,
enfrentamos (como personas y como sociedades) la necesidad urgente de
reelaborar ideas y convicciones éticas y espirituales, que de nuevo nos motiven
y orienten.
Quienes actualmente denunciamos injusticias y
opresiones y proponemos cambios profundos, debemos tomar conciencia de que esas
denuncias y propuestas encuentran escasa acogida en unas sociedades que, por
carecer de creencias y convicciones consistentes, han perdido la fe en el
hombre y en sus capacidades de conocimiento de la verdad y de consecuente
transformación de la realidad.
Y si no hay creencias y valores compartidos,
validados en culturas diversas, todos (incluido el Estado, supuesto
representante del 'bien común') tiende a reducirse a las relaciones de fuerza
entre intereses y voluntades particulares. La reelaboración de las ideas, de
los valores y de las energías espirituales es algo esencial para el tránsito
hacia una nueva y superior civilización. ¿Qué hacer entonces? ¿De dónde partir?
Como no hay ya autoridad que sea aceptable en estas materias
morales, filosóficas y espirituales, parece que tendríamos que partir, cada
uno, de aquellas creencias a que hayamos adscrito desde niños porque nos
formaron en ellas, o porque las recibimos por otro medio en cualquier momento y
circunstancia posterior.
Esto vale especialmente para las creencias religiosas,
pero también para el materialismo, el agnosticismo, el humanismo y el ateísmo.
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