Cuando ya no me asusta el trueno, disfruto de la tormenta.
Cuando el juicio no me perturba… me abro a la comprensión del
mundo.
Cuando acepto mis errores… abro la puerta de mi propio progreso.
Cuando descubro que la verdad está repartida por el mundo…viajo al
mundo.
Cuando la noche me habla, la escucho;
Cuando la noche guarda silencio… yo
guardo silencio con ella.
Y soy del río cuando, con él, me muevo,…cuando me hago del mar que lo acoge,…cuando soy de la tormenta que lo crece,…cuando soy del trueno que lo llama o lo despierta,…cuando soy del agua que lo lleva y le da vida.
Cuando soy… acabo siendo de todos y de todo.
Cuando no soy… no soy de nadie.
Y es que, si no puedo ser de mí… no puedo ser de nadie.
Mejor… ser del agua que llevamos dentro para llegar a ser del agua
que nos queda fuera.
Ulha Maleva
¿Cómo quieres vivir tu vida? ¿Estás haciendo realmente lo
que quieres bajo tus creencias reales? ¿Cambiarías algo de tu camino?
Las respuestas aparecieron entregándome la sensación de
estar bajo el agua pura de una cascada. No podía cambiar las circunstancias de
mi vida, y sin embargo estaba viviendo según mis decisiones. No había nada más
que pedir de mí mismo. Me sentía orgulloso de haber llegado a este punto y de
seguir aprendiendo del camino. Y lo mejor de todo, me sentía agradecido al ego
por mostrarse con tal claridad ante una pequeña muestra de mi punto débil.
Conocía esa faceta predecible de mi personaje, y sin embargo
algo había cambiado. Ya no me identificaba con ese dolor pues la paz que me
acompaña en mí día a día me entrega tal seguridad y certeza ante mi vivencia,
que cualquier ataque o pataleta del ego, toma tierra con la misma rapidez con
la que se dispara.
Aprender y aproximarte a tu propio conocimiento, no te
aparta de tus creencias destructivas, sino que más bien te acerca a ellas para
que te relaciones con ellas desde otro lugar. Cada vez que dejamos de alimentar
el torrente que despiertan, hacemos que vayan perdiendo fuerza, hasta que un
día, puedan disolverse en silencio
.
Mientras, nuestra hazaña está en cuidar esa relación con el
respeto y la humildad que merece. El juicio y la culpa sólo avivan su poder,
dejándonos fuera de toda perspectiva de aprendizaje.
Cada situación externa es un capítulo de nosotros mismos que
nos recuerda lo que habita dentro y no somos capaces de ver. La relación
directa a través del “conflicto” nos despierta y nos aproxima a lo que éramos
incapaces de acceder por nuestra propia cuenta.
La frecuencia de la quietud nos permite ver nuestra vida
como si fuera una película en la cual percibimos a cámara lenta todos los
movimientos de cada personaje. Llegando a vislumbrar las diferentes opciones y
las consecuencias que tendrían el llevarlas a cabo.
La clave para llegar a su danza no es otra que el sentir.
Cuando nos damos el permiso para ello, ralentizamos nuestro “hacer”. Abrimos la
posibilidad de que la mente entregue sus pensamientos al corazón para que el
cuerpo actúe desde su filtro, liberándonos del listón de “llegar a”, el cual
nos mantiene sumergidos en una continua “reacción” ante los estímulos de la
vida.
El sentir nos entrega pausa, pues su frecuencia goza de una
velocidad mucho menor, con una cualidad expansiva de sus ondas.
Al disminuir la velocidad liberamos exigencia, prisa y
expectativa. Entramos en contacto directo con el presente, y en él comenzamos a
relacionarnos con lo que hay dentro de nosotros.
Y es la vida la que nos fortalece ese encuentro. Pues nos
regala reflejos constantes de eso que late en nuestro interior para que
reconozcamos con facilidad lo que ya estamos preparados para ver.
Y entonces… cuando descubres el propósito de esa
circunstancia, una sensación de gratitud conecta sin buscarlo lo que hay fuera
con lo que hay en ti, creando un vínculo que disuelve límites, llegando a
vivenciar que más allá de esa primera evidencia hay mucho más… eres parte de
todo, pues cada cosa es parte de ti. El verdadero sentir de la unidad se
manifiesta.
Cuanto más nos abrimos a la vida y nos metemos en sus
espacios, más contactamos íntimamente con nuestro interior. Muchas veces confundimos
la palabra encontrarse, pues la relacionamos con aislarse en el silencio. Y es
a través del ruido que aparece en nosotros ante el propio movimiento de la vida
que producimos el espacio interno para que lo callado tome voz.
Para algunos el movimiento de la vida que despierta su lado
más inaccesible es la lentitud o el silencio, para otros es el caos. La clave
es estar abiertos a justamente esa parte que despierta nuestros miedos y
nuestros juicios. Ahí más que nunca necesitamos abrirnos a la experiencia sin
soltar la observación de nuestros movimientos, ni dejarnos arrastrar por
nuestros automatismos de huida.
Al adentrarnos a la experiencia, en realidad estamos
entrando en nosotros, de tal forma que llega un momento que, una vez hemos
contactado con la esencia de la relación, la creencia errónea se disuelve y la
barrera que había en nosotros desaparece; permitiendo que la vida nos traspase
conduciéndonos a una perspectiva más allá de nosotros mismos, ampliando esa
disolución a niveles más profundos donde te sientes formar parte de algo tan
inmenso que la percepción de la propia vida se amplía a unos niveles
multidimensionales… la vivencia pasa a ser puro “estado de Ser”…