La imagen popular del humilde da como para que, en principio, nadie
quiera serlo. Suelen presentarlo, en la publicidad y en las series,
como el ingenuo al que es fácil tomar el pelo.
Es primo hermano del friki y del nerd (desubicado). No consume
marcas, no se impone, no brilla por nada, pasa desapercibido, no hace la
competencia en el trabajo porque no tiene ambición y es fácil aprovecharse de
él sin que lo note.
Ese perfil de supuesto humilde más bien suele ir con la cabeza gacha,
una media sonrisa de bondad angelical y nunca levanta la voz.
Vaya. ¡Qué error creer que eso es la humildad auténtica!
Por suerte, alguien de una escuela de negocios se puso a inspeccionar
qué era de verdad aquello de ser humilde ¡y le pareció muy provechoso para el
mundo de la empresa!
Hay headhunters que entre los valores que persiguen en un
directivo está la humildad. Veamos por qué.
La humildad real es la del que trata de conocerse a fondo. Se hace
un 360 grados, sabe cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles.
Si hace un DAFO (una herramienta de estudio de la situación de
una empresa) en un proceso de
selección, llena enseguida las Debilidades, Aptitudes, Fortalezas y Obstáculos.
Y al mismo tiempo lo hace sin miedo. Se tiene tomadas las medidas.
El humilde se sabe consciente de limitaciones, pero al mismo
tiempo tiene clara idea de cómo somos las personas: nadie es perfecto, todos
somos mejorables si queremos.
El humilde quiere ser mejor, por tanto pondrá los medios para
serlo. Ahí está una diferencia importante con el orgulloso, que no asume
sus defectos; y con el pesimista, que no se ve capaz de cambiar a mejor.
La auténtica humildad creo que puede ser comparada con el bambú. En
apariencia es frágil, delgado y poca cosa. No hace sombra a nadie. Sin embargo,
crece, oxigena el ambiente y es flexible.
Crece: la persona humilde se enriquece con valores en el terreno
familiar, personal, laboral… Siempre busca cómo mejorar y tira de sí misma
hacia arriba.
Oxigena el ambiente: crea a su alrededor una buena conversación
pública, es buen ciudadano, mejora su calidad de vida y la de las personas que
lo rodean.
Es flexible: cuando llega un vendaval, así como muchos árboles
crujen y se rompen, el bambú se orienta de tal forma que deja pasar la tormenta
y sigue en pie. Claro que la nota y es consciente del problema, pero su
fortaleza está en hacer un esfuerzo para adaptarse al cambio sin perder las
raíces ni el tronco.
Ser humilde se consigue cuando uno tiene habilidad en hacer examen y
pronto valora las cosas que tiene por delante: ¿mi vida me lleva a mi objetivo?
¿Esto me hará feliz? ¿Me ayuda en el camino de la vida que pretendo? ¿O es un
espejismo? ¿Sintoniza mi conciencia con lo que luego llevo a cabo?
Y llegamos a un punto importante: aceptar que no somos perfectos.