El conocimiento sirve para resolver problemas, crear nuevas realidades e
impulsar el progreso. Es poderoso y necesario. Sin embargo, el conocimiento
también puede usarse para abusar de otros y fabricar una ilusión de certeza
para esconder nuestra incapacidad de manejar la incertidumbre. En estos casos,
el conocimiento se hace inútil, incluso contraproducente. De hecho, se
transforma en un rudimentario vehículo para expresar nuestra soberbia y nuestro
miedo.
No en vano la primera metáfora bíblica sobre la desdicha humana narra
que Adán y Eva perdieron el paraíso cuando tomaron el fruto del árbol del
conocimiento. Por supuesto que el conocimiento no tiene nada de malo. El
problema es lo que le sucede al ser humano cuando se aferra a él como si fuese
una verdad absoluta. El conocimiento es solo una aproximación a la realidad, no
la realidad misma. Es relativo, no absoluto. Lo que ayer era considerado
conocimiento, hoy es considerado ignorancia, y así será siempre.
Por lo tanto, cuando nos aferramos a nuestro conocimiento actual como si
fuese una verdad absoluta, estamos al mismo tiempo sembrando la semilla de la
ignorancia y el conflicto del mañana. Por ello, el conocimiento, tal como lo
demuestra la historia humana, es una espada de doble filo.
Es incomprensible que, a pesar de todo el conocimiento que hemos
acumulado a lo largo de la historia, la humanidad esté hoy más amenazada que
nunca.
El calentamiento global, pobreza injustificable y guerras interminables
afligen al mundo como si no tuviéramos el conocimiento para detenerlos; pero sí
lo tenemos. El conocimiento parece haber caído prisionero de un círculo vicioso
en el que sólo se producen soluciones incompletas a problemas creados usando
ese mismo conocimiento.
Esta es una trampa de la que sólo podemos salir con el despertar de la
conciencia: un sentido de identidad y propósito más allá del conocimiento.
Nuestra evolución ya no depende de la ciencia y la tecnología, depende de lo
que podemos ver y sentir cuando cerramos los ojos. Necesitamos recuperar el
paraíso, y el paraíso está dentro de nosotros.
La humanidad tiene una gran confusión entre dos conceptos fundamentales: conocimiento y conciencia.
El conocimiento no es otra cosa que un conjunto de juicios compartidos sobre el
universo, que han pasado la prueba de validación de terceros. Cuanto más se
valida el conocimiento, más robusto y útil se torna. Tal validación, sin
embargo, siempre está fundamentada en evidencia circunstancial, ya que es
imposible validar una hipótesis en todos los escenarios posibles.
Por ello, tal como se estableció anteriormente, lo que ayer era
considerado conocimiento, hoy es considerado ignorancia.
La conciencia, por otro lado, es la capacidad de distinguir entre
nuestro ego y nuestro ser interior de manera de no hacernos esclavos de nuestro
conocimiento actual. La conciencia nos permite evolucionar cuando el
conocimiento actual se hace obsoleto. La conciencia también nos permite
descubrir nuestro propósito de vida, el cual es la referencia más valiosa para
el uso del conocimiento actual y futuro.
El conocimiento es fundamental para la expansión de nuestro intelecto,
el mejoramiento de nuestra calidad de vida y la evolución de la civilización.
De hecho, si se usa apropiadamente, el conocimiento puede también ayudar al
despertar de la conciencia. Sin embargo, después de cierto punto, todo
conocimiento se hace insuficiente ante la grandeza y el misterio del espíritu
humano.
Sólo mediante el desarrollo de nuestra conciencia podemos conquistar
nuestra naturaleza humana y darle solución definitiva a los problemas que
amenazan nuestra supervivencia. Como dijo Carl Gustav Jung: “quien mira hacia
fuera sueña; quien mira hacia adentro despierta”. El conocimiento está afuera;
la conciencia está adentro.
Adquiramos conocimiento, pero, más importante aún, seamos conscientes.
¡Despertemos!
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