Nos estamos perdiendo. Cada día más. Algo un poco cínico en la era de la
información y la tecnología. Y es que es esta una de las principales razones,
al contar con tanta información tan accesible se ha perdido más la cultura del
esfuerzo. Nuestros jóvenes han nacido siendo “niños pantalla”, a un clic del
universo.
Para aprender hay que descubrir, hay que hacerse preguntas -muchas
preguntas-, equivocarse y, para ello, hay que salir. La tecnología es un
medio altamente beneficioso, pero no lo es todo. Casi todos recordamos como
hacíamos largos trabajos con múltiple tomos de enciclopedia, con libros y
periódicos, elaborando la información. Nuestra sociedad, cada día más, nos
aporta un sinfín de información que los más pequeños -o incluso nosotros- ni
saben digerir ni muchos tienen a nadie que les enseñe cómo hacerlo.
¿Qué implicación tiene en nuestras vidas? Conocemos todo, pero
sabemos muy poco. Tenemos nociones básicas o especializadas, pero en la mayoría
de los casos no sabemos su aplicación o utilidad o cómo sacarle el máximo
beneficio posible a ese conocimiento. Nuestra asignatura pendiente es la
más importante, aprender a aprender y enseñar a enseñar.
Si queremos que nuestros pequeños sean unos adultos de provecho -o
nosotros ser unos referentes dignos- deberíamos retomar los mapas para
encontrar una ciudad, cultivar garbanzos en un yogur para explicar la fotosíntesis,
hacer pan pare entender la fermentación o acercarnos a la historia de nuestra
cuidad visitando los museos. Buscar en Internet “guerra civil española” es
fácil y rápido, pero no nos servirá de nada si no empleamos de forma efectiva y
útil esa información.
Howard Gardner (1993) y sus colaboradores del proyecto “Zero” de la
Escuela Superior de Educación de Harvard dejaron atrás el concepto de
inteligencia como algo innato.
Ellos conceptualizaron la inteligencia como algo
dinámico, es decir, que las cualidades con las que nacemos se
pueden potenciar o desarrollar a lo largo de la vida. Desde esta perspectiva ha
habido mucho desarrollo teórico posterior que ha integrado nuevos conceptos y
dimensiones.
La diversidad y la integración es lo que nos enriquece y lo que
verdaderamente define nuestra cultura. Busca tu destreza y la de tus hijos,
lucha por ella. Nos hacen falta personas creativas con
firmes convicciones, entusiasmadas y apasionadas con lo que hacen, algo que no
implica necesariamente una formación académica universitaria.
Todos conocemos a personas brillantes académicamente que luego dejan
mucho en el aspecto humano. La trampa reside en que muchas de estas personas,
habitualmente con escasa o nula empatía hacia la realidad de los
demás, dejan anidar sus ideas en la sociedad con la etiqueta de “expertos”.
Pero el conocimiento y la excelencia son inútiles si no impulsan
realmente cambios y mejoras en la calidad de la vida de las personas, ya que la
búsqueda del progreso y la mejora de la humanidad fueron las ideas que
impulsaron a cualquier dominio científico y espiritual.
En tiempos de continuo cambio y confusión, los profesionales de
cualquier ámbito no deben olvidarse de que la máxima de cualquier sociedad
progresista y humana es la bondad. Si ésta desaparece de las “altas esferas”
intelectuales, el ejemplo y estímulo de mejora que se dará al resto de la
sociedad será vacío y peligroso.
Toda excelencia profesional no puede tener como fin el éxito individual
por encima de todo porque el mundo se queda ausente de buenos valores. Es
por ello que si el conocimiento no sirve a la bondad, es una trampa para
el mundo.
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