A veces, resulta extraño hacerse preguntas un poco trascendentes (qué es
la vida, para qué estoy aquí, qué puedo mejorar, etc.), porque algo en el
ambiente (en la oficina, en el comedor de tu casa o en el supermercado), tiende
a empujar las conversaciones hacia lo superficial y rutinario, a pesar de ser
preguntas que todos reconocemos como propias.
Sí, es cierto que no parece adecuado entrar en la tienda y preguntar al
dependiente: “¿no es curioso que hoy puede ser el último día de nuestra vida y
todavía no lo sabemos?”. Pero sin llegar a estos extremos, sí deberíamos
reservar unos minutos de cada día, al menos, para preguntarnos sobre el destino
de nuestro viaje y los encargos que tenemos que cumplir antes de llegar.
Por esto me gusta tanto releer la historia de Juan Salvador Gaviota, el
rebelde volador que quiso hacer lo que su voz interior le pedía, aun a costa de
sufrir la incomprensión y el desprecio de aquellos que más quería. Su
experiencia le acarreó dificultades y sinsabores que los demás no conocían.
Pero también, la gloria de la conquista de sus metas, la satisfacción del
descubrimiento de sus poderes internos, la convicción de que había elegido el
camino correcto.
La mayoría de las gaviotas no aprendían nada más que las normas
elementales de vuelo, lo justo para ir y volver entre la playa y la comida.
Pero Juan Salvador Gaviota amaba volar más que nada en el mundo y dedicó todo
su esfuerzo a aprender nuevas técnicas.
Quiso compartir sus descubrimientos en el arte del vuelo con la bandada,
pero fue expulsado de la sociedad de las gaviotas.
“Juan Salvador Gaviota. Hemos nacido para comer y vivir el mayor tiempo
posible. Eres un irresponsable al querer convencer a otras gaviotas”
Juan Gaviota pasó el resto de sus días solo, pero voló mucho más allá de
los Lejanos Acantilados. Su único pesar no era su soledad, sino que las otras
gaviotas se negasen a creer en la gloria que les esperaba al volar, que se
negasen a abrir sus ojos y a ver; pero nunca se arrepintió del precio que había
pagado.
Richard Bach
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