Una vaca es como un libro abierto; parece que me está diciendo:
"tranquilo amigo, sosiégate. Aprende de mí; estoy en paz
conmigo misma y con el mundo. Soy algo gruesa –aunque tampoco es para tanto- y
mi existencia es modesta. No me doy muchas vueltas: como hierba, doy buena
leche, mujo, y ante todo soy una sencilla vaca, feliz de serlo”. Pienso que
puede ser un buen mensaje para el hombre de hoy.
Los filólogos nos dicen que el término sereno significa “sin nubes, cosa
clara”. Es hermoso contemplar con frecuencia el regalo diario que los
amaneceres nos ofrecen en las jornadas de buen tiempo. El turquesa celeste,
contrapunteado por la discreta forma de los árboles y la funcional arquitectura
urbana, se abre en un haz de luz benefactora. Pero este lujo de las zonas
meridionales no está al alcance de todas las latitudes. Hay lugares donde la
lluvia, las nubes y el frío tienen una presencia anual muy considerable.
Ciertamente hay gente que ha cantado bajo la lluvia; el escritor Chesterton la
consideraba como un fenómeno “tonificante y moral”. La nieve tiene también su
indudable magia y es campo de juegos y batallas para escolares.
Sin embargo, en ciertas mañanas de invierno alguien puede ver el día más
patético que prometedor. Qué decir si además uno tiene la ocurrente lotería de
chocar levemente con otro conductor y se dispone a la gravosa firma de partes
para las aseguradoras automovilísticas...¡Qué mala pata!...Pero también qué
gran ocasión para vivir la serenidad. Las personas podemos penetrar con luz
propia en las borrascas de cada día. Frecuentemente nos abrumamos por las situaciones
adversas, pero también podemos despejar brumas cuando el periscopio de nuestra
alma racional es capaz de ver, por encima del turbio oleaje, contornos más
luminosos y nítidos.
La serenidad no es el temperamento del flemático, ni el vacío
insustancial de un corazón frío. Tampoco es la lentitud triste del abúlico. La
serenidad, aunque nuestro temperamento fuera fogoso, es un ejercicio del
carácter por el que lo racional intenta sobreponerse a lo puramente impulsivo.
La serenidad es un imperio de la inteligencia sobre los vaivenes de la vida; se
trata de un fruto de la templanza. La serenidad da algo de luz en la noche.
Algunos estudiosos relacionan la palabra serenidad con el término latino
serum, “la tarde, el anochecer”. Tras un día de trabajo llega la paz de la
noche. Surge una pregunta oportuna pero incisiva: ¿Tienen paz nuestras
noches?...Dicen que la mejor almohada es una conciencia tranquila. Se trata de
una frase feliz dicha por alguien con el cuerpo sano. Sospecho que debe haber
más de algún irresponsable que duerme a pierna suelta y un buen número de
personas sensatas que tienen problemas de sueño. En cualquier caso la caída de
la tarde supone una cierta reflexión sobre el día transcurrido. Cuando se hacen
cosas que merecen la pena –y, por tanto, la incluyen- se termina la jornada con
cierta satisfacción.
Entre esas cosas destaca como un lucero aquella por la que, según el
clásico castellano, seremos juzgados al final de nuestras vidas.
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