miércoles, 13 de mayo de 2020

Distancia Entre Acción E Intención


En algún momento, todos hemos tenido la experiencia de que nuestras acciones no
correspondan a lo que pensamos. Sin embargo, cuando sucede resulta imperativo cuestionarnos, pues la armonía de la familia y la sociedad dependen de ello.

De buenas intenciones está empedrado el camino hacia el infierno, afirma la  sabiduría popular, cuando alguien alega que sus propósitos eran correctos para así excusar los daños de sus acciones.

Es alarmante notar que cada vez con más frecuencia la satisfacción inmediata de cualquier impulso se lleva por delante los valores y, con ello, el destino de muchos. Desde banqueros entrenados para cuidar los dineros de otros, hasta gobernantes que velan por el progreso de las sociedades, pasando por los padres de familia que sucumben ante la tentación de la vida sin disciplina. Pirámides, estafas y agresiones que desencadena  algún ego ofendido se han vuelto cotidianas.

Por ejemplo, frente al hecho grave de que los niños se inicien en el consumo de sustancias a temprana edad, y que los jóvenes deambulen por las calles de la ciudad a altas horas de noche, sin conciencia e incapaces de cuidar de sí mismos, las autoridades —con la intención de protegerlos de sus propios excesos— decidieron tomar medidas.

Parecía entonces apropiado que la Policía, entrenada para proteger la vida, honra y bienes de los ciudadanos, inclusive con su propia vida, los detuviera y cuidara hasta que sus padres se hicieran cargo de ellos. Esta era la intención. Pero lo que les ocurrió a los jóvenes que resultaron lesionados está muy lejos de esa finalidad. El ego ofendido, la incapacidad de controlar el impulso agresivo creó consecuencias que durarán por el resto de la vida de esos jóvenes.

Desde luego, se requiere disciplina emocional para lograr  que las conductas correspondan siempre a los pensamientos o a los propósitos. Aprender a tolerar la frustración y postergar la gratificación son las herramientas para que nuestras respuestas emocionales correspondan con los valores.

Muchas de las secuelas que dejan los comportamientos que buscan satisfacción inmediata del deseo no se reparan con el castigo individual y personal que puedan sufrir los directamente responsables del acto, pues son acciones que sencillamente no debieron ocurrir.


Sólo cuando la reflexión y no el impulso guíen nuestra conducta, ésta hará honor a los principios y los seres humanos podremos confiar los unos en los otros.



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