Reveladoras también las investigaciones del equipo de Antonio Damasio
publicadas en Nature. Estudian cómo solucionan dilemas éticos
personas con un daño cerebral en la región que conecta lo emotivo y lo
analítico.
Estos pacientes siguen un patrón utilitarista fuera de lo común y
deciden con rapidez matar –empujar a la vía– a una persona para salvar a cinco.
Sin embargo, en un contexto más impersonal, como accionar las agujas, su
conducta es normal. Por esa lesión del cerebro, estas personas carecen de la
guía innata que supone la alarma de la emoción en el juicio moral, aunque el
sistema deliberativo se mantiene.
Los sentimientos desagradables, la repugnancia a hacer daño que
constituye una señal de precaución, les dejan imperturbables.
Si hay contradicción entre ambos componentes de la racionalidad humana,
¿cómo se impone el sistema analítico? El caso del tren resulta de nuevo
ilustrativo. Cuando los dilemas de empujar a alguien o cambiar las agujas se
presentan a voluntarios utilitaristas –entrenados en el cálculo
riesgo/beneficio como norma de conducta– resuelven tanto empujar como cambiar
las agujas en el mismo tiempo.
En tales casos usan los dos segundos más necesarios en esta actividad
mental para ajustar racionalmente el coste/ beneficio, y así evitan seguir el
atajo emocional, intuitivo y natural hacia lo correcto.
Los animales nunca se equivocan acerca de lo que les conviene o no: su
instinto sólo les permite acertar. Sin embargo, a las personas, liberadas del
encierro en el automatismo biológico, se les plantean dilemas y están abiertas
a equivocarse al decidir.
Los códigos de conducta aportan una escala jerárquica de los valores que
se consideran relevantes para calificar algo como bueno o malo.
No están biológicamente determinados, y por ello difieren en aspectos
normativos de unas culturas a otras. Como regulaciones sociales, humanizan
cuando lo legal y lo ético convergen para premiar lo bueno (ayudar, curar) y
penalizar lo malo (matar, no prestar asistencia en un accidente). Por eso
mismo, existe una esquizofrenia social cuando leyes y ética divergen.
Aun con las cautelas propias de investigaciones sobre algo tan complejo
como la mente humana, las neurociencias apuntan hoy al modo en que está
registrado en el cerebro el principio natural, y por ello universal, de no
hacer a los demás lo que no quiero para mí. El atajo emocional innato ante
dilemas con vidas humanas en juego supone una predisposición natural al buen
hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario