No es fácil proporcionar soluciones a estos, a veces, temidos y
laberínticos interrogantes; acudimos a diferentes escuelas, teorías, doctrinas
y tratamos también, en meternos dentro de filosofías profundas
ambicionando lograr explicaciones que puedan satisfacer o no la
curiosidad sobre el perenne interrogante existencial.
A su vez, acudimos a los temas científicos, a los místicos y a muchas otras lecturas con múltiples doctrinas que nos
ubiquen en el marco de la conciencia, para contactarnos con
una realidad que pretendería explicarnos el conocimiento del devenir humano.
Propondríamos revisar el tema con el propósito de entendernos como
personas que somos, con nuestro fiel y entrelazado universo particular,
respetables ante nosotros mismos y ante los demás; somos seres
únicos e individualmente sujetos a lo que
pensamos de nosotros mismos sin la impaciencia de imponernos propiedades que
busquen el ajustar y el mejoramiento de nuestra autoimagen con el fin de ser aceptados por los demás; no es el de forzar cambios en los otros para obtener una satisfactoria reacción y
aprobación de nuestro rol en esta vida y así adaptarnos "más
sanamente", frente a la buena y generosa voluntad de nuestros hermanos y
vecinos.
Pero tampoco es apremiar,
inexcusablemente, cambios en nosotros mismos, como de pronto nos lo han mostrado y enseñado durante casi toda la vida, para lograr una apropiada acomodación para la aquiescencia de los otros.
Consideramos como el eje fundamental de nuestro distintivo personal,
aquel del que proviene de la aceptación. La aceptación a nosotros mismos. Es aceptar lo que somos, libres de imposiciones y de resistencias.
Aprender a aceptarnos a nosotros mismos, es ver nuestra vida
con serena indulgencia, transformando las tensiones en la sobrada confianza de
nuestro espíritu interior.
La aceptación se nutre del amor a lo que somos y a lo que hacemos; es experimentar con toda luminosidad y reconocer con fidelidad nuestra laboriosidad; nadie tiene que hacerlo por nosotros; solamente nosotros
podemos ejercer ese don natural.
Aceptación no es resignación. La aceptación es dinámica y funcional; la resignación es abandono. La aceptación viene
de adentro, no de afuera; para la aceptación no hay
que buscar fórmulas, reglas, normas o manuales con instrucciones y además, como
valor agregado, está exenta de ordenamientos; aceptar es como es,
en sí misma; porque las cosas son como
deben ser.
Es ver la naturaleza con su maleabilidad solemne y su marcha inmortal.
El oxímoron (Figura retórica de pensamiento
que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado
contradictorio u opuesto) evocado por el título La
utilidad de lo inútil merece una aclaración.
La paradójica utilidad a la que me
refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes
humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios.
En una acepción muy distinta y mucho más amplia, he
querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos
saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad
utilitarista.
Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la
fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de
sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de
producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por
perder el sentido de sí misma y de la vida.
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