Recordar no es malo. Las personas estamos hechas de recuerdos, de
experiencias y vivencias que edifican lo que somos en la actualidad. Dejar
que la nostalgia nos acaricie de vez en cuando con su aire tibio y evocador no
tiene por qué ser algo negativo. Según nos dicen los especialistas, el ser
humano pasa gran parte del día “recordando cosas”, pero ahora bien, no debemos
anclarnos a esos recuerdos de una forma obsesiva.
En ocasiones, dejamos de lado el momento presente para experimentar un
pasado que parece que nunca se va. Nos da miedo soltar los recuerdos que una
vez fueron tan importantes para nosotros. Esto puede hacernos mucho daño y
evita que podamos disfrutar del ahora y seguir hacia delante.
“El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la
nostalgia”
-Milan Kundera-
Una de las facultades que nos propicia el mundo emocional es sin duda la
sensación de nostalgia. Se trata de evocar un recuerdo, pero no un
recuerdo cualquiera, sino uno querido, uno añorado de ese nuestro álbum
particular del pasado.
Pero a veces la nostalgia trae consigo un perfume triste. Trazos de
una vida vivida que nos deja cierta sensación de añoranza y dolor en vista de
un ayer que tal vez, concentró mucha felicidad, un bienestar del que carecemos
en el presente. Es entonces cuando algunas personas pueden caer en el abismo de
ese laberinto, obsesionándose en la nostalgia de recordar el ayer porque
su vida, tal vez, solo encuentra sentido en esos momentos.
Un refugio adictivo al que vuelven repetidamente a través de
fotografías, cartas, objetos… un exilio personal que les hace perderse el
presente para llenar los vacíos actuales de su vida. Por la cabeza no se pasa
en ningún momento la posibilidad de deshacerse de todo eso que, en realidad, es
inservible e incluso hace daño. Eso, no es bueno.
El pasado nos debe servir como trampolín para nuestra realidad y no como
una ventana donde quedarnos asomados diariamente, ahí donde perdernos a
nosotros mismos y con riesgo de caer finalmente en una depresión.
La nostalgia debe servirnos para recordar lo que fuimos, lo que tuvimos
y lo que vivimos para después sacar una valoración, un aprendizaje
de la misma. Toda experiencia es un conocimiento para avanzar, no
para quedar estancados.
El pasado nos sirve para aprender. Es una experiencia que nos dota de
madurez y nos permite crecer.
Pero la felicidad se busca cada día en el
presente, en las pequeñas cosas, en los pequeños detalles, sin olvidar nunca
una cosa que “no hay peor nostalgia que añorar lo que nunca
existió”.
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