jueves, 21 de mayo de 2020

Ser Incongruentes


Diversos autores claves de la psicología humanista -Sidney Jourard, Fritz Perls, Carl Rogers- coinciden en describir en forma similar el modo como los individuos se conducen en términos de la postura en que se muestran frente a la otra persona. 

Frecuentemente, se ha utilizado una analogía de “capas” en cada persona, en donde las que se ubican más externamente y que corresponden a sus datos más superficiales se hallan más accesibles a los otros. En esta analogía -que también puede describirse como las capas de una cebolla-, las capas externas se refieren a datos biográficos generales, percepciones generales acerca del mundo, estudios y gustos. Las capas más internas corresponderían a lo que la persona considera más íntimo y, por algún motivo, “secreto”.

Resultado de esto es que las relaciones interpersonales comunes, donde existe una prescripción de “lo socialmente adecuado” son, por lo general, formales, más bien frías y distantes, centradas en la apariencia y en la tarea -cuando son de tipo laboral-, o bien de aparente cordialidad pero superficiales -cuando son relaciones sociales-. 

Esto es, naturalmente, producto de un condicionamiento social en donde introyectamos los valores y preferencias del entorno donde nos toca vivir y que, lamentablemente, tiende a alejarnos del contacto con nuestro sentir más íntimo (Rogers 1964). Según Sidney Jourard (1980), “La sociedad busca entrenar en vez de educar. En el entrenamiento se estimula más la conformidad que la originalidad. Al buscar continuamente la conformidad, nos perdemos a nosotros mismos. Para ingresar a la sociedad debemos conformarnos, y cuando nos hacemos adultos nos volvemos parte de un sistema en que generamos la conformidad en otros. En nuestra sociedad hemos desarrollado una habilidad excepcional para entrenar, engañar y volver cada vez más estúpidas a grandes cantidades de personas.

Y así, al estar enajenados de nuestras claves internas más confiables para guiar nuestra vida de un modo íntegro, ésta se caracteriza por un sentimiento continuo de inseguridad y la búsqueda de la aprobación y la valoración en los demás.

Quisiera examinar a continuación el fenómeno de la congruencia e incongruencia a nivel de la sociedad entera, discutiendo ejemplos e implicancias. A mi modo de ver, los grandes ideales políticos, sociales y religiosos a los que solía dedicarse la vida en los años sesenta han sido sofocados por un ambiente de cinismo y escepticismo. 

En estos días abundan los ejemplos de deshonestidad, oportunismo, egoísmo, superficialidad y simple desprecio por cualquier cosa que no sean los propios y mezquinos intereses. 

Es muchísimo lo que durante la niñez aprendemos del ejemplo de los otros: muy pronto nos damos cuenta que los discursos de los adultos no necesariamente tienen que ver con la realidad, así que aprendemos observando e imitando lo que los adultos hacen. Y, ¿qué es lo que vemos? Que la verdad se idolatra en el discurso pero no se respeta en los hechos, que los adultos se traicionan a sí mismos y a su verdad, a los que quieren, a los principios que dicen tener, a sus propios sueños; que nos piden que cuidemos nuestra salud mientras se intoxican con todo tipo de sustancias extrañas, que critican a sus propios amigos a sus espaldas, etcétera.

Concluimos entonces que la forma reina, pero no el fondo: lo que importa es parecer honesto y decente, no serlo. El dinero y el poder lo permiten todo, y son los nuevos fundamentos de la sociedad en que vivimos; la codicia ciega y criminal está destruyendo al planeta, la naturaleza es arrasada sin freno, poniendo al planeta en una situación extremadamente peligrosa. 

Comenzamos entonces a desconfiar -muchas veces, en forma totalmente justificada-, de las autoridades políticas, gubernamentales, económicas, eclesiásticas y, en general, de todo aquel que detente poder. La mayoría de las figuras públicas tiene doble discurso: no practican lo que predican, y a veces hacen todo lo contrario

Quisiera examinar a continuación el fenómeno de la congruencia e incongruencia a nivel de la sociedad entera, discutiendo ejemplos e implicancias. 

A mi modo de ver, los grandes ideales políticos, sociales y religiosos a los que solía dedicarse la vida en los años sesenta han sido sofocados por un ambiente de cinismo y escepticismo. 

En estos días abundan los ejemplos de deshonestidad, oportunismo, egoísmo, superficialidad y simple desprecio por cualquier cosa que no sean los propios y mezquinos intereses. Es muchísimo lo que durante la niñez aprendemos del ejemplo de los otros: muy pronto nos damos cuenta que los discursos de los adultos no necesariamente tienen que ver con la realidad, así que aprendemos observando e imitando lo que los adultos hacen. 

Y, ¿qué es lo que vemos? Que la verdad se idolatra en el discurso pero no se respeta en los hechos, que los adultos se traicionan a sí mismos y a su verdad, a los que quieren, a los principios que dicen tener, a sus propios sueños; que nos piden que cuidemos nuestra salud mientras se intoxican con todo tipo de sustancias extrañas, que critican a sus propios amigos a sus espaldas, etc., etc.


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