domingo, 17 de mayo de 2020

Opinión Con Reflexión


Si no piensas antes de hablar lo más probable es que pierdas buenas oportunidades para conocer, apreciar y poderte comunicar verdaderamente. ¡Qué fácil es echar leña al fuego, hablar por hablar y decir cosas sin pensar!

Las palabras son herramientas importantes que pueden construir y fortalecer relaciones o bien, pueden destruir hasta los lazos más íntimos. Comentarios que en un momento parecen ser insignificantes e inofensivos pueden tener un gran impacto. Hay ocasiones que uno habla sin darse cuenta que se está provocando un desacuerdo, otras veces, uno proyecta sus propios sentimientos que no tiene nada que ver con lo que sucede y sin querer, se termina estropeando relaciones personales.

“La energía, las palabras y las emociones son contagiosas para bien y para mal, ten mucho cuidado”

Un comentario insignificante, una sugerencia sin conocimiento previo de la situación o circunstancia o hasta una recomendación sin fundamentos puede ser el detonador que lastime para siempre las relaciones de cualquier persona, sobre todo si esta no considera primero el valor de sus palabras y la influencia que pueden tener.

Existen ocasiones que las personas tienen una agenda particular, por la que dicen las palabras que dicen, y a pesar de que pareciera que están verdaderamente preocupados por el individuo o la situación, en realidad solo están buscando las mensajes que comprueben sus prejuicios o presentimientos.

En realidad hay muchas “amigas” que no son tan lindas, ni tan sinceras y sus comentarios están plasmados de envida y de falsedad, por lo que sus observaciones podrían ser un tanto venenosas, interesadas y hasta equivocadas.

En otros casos, son los intereses personales o económicos podrían confundir a la persona y tristemente llevaran a ocasionar rupturas familiares e íntimas.

Los comentarios al aire y sin pensar o premeditados y con deseo de lastimar o sacar provecho… son muy dañinos hay que estar consciente de esto y no hablar por hablar. 

La responsabilidad y la conciencia del valor de la palabra son muy importantes. NO lo olvides.


Superar Las Frustraciones


La frustración es la emoción que sentimos cuando una expectativa no se cumple, cuando lo que deseamos no es lo que obtenemos o simplemente cuando la cosas tardan en llegar o no llegan. 

Es la reacción que tiene un niño cuando le impedimos hacer algo que quiere o no le damos lo que pide. La frustración nos lleva a actuar de forma impulsiva, generalmente desproporcionada, con una alta tasa de malestar y sin valorar las consecuencias de nuestros actos. Normalmente va asociada a la rabia, pero también ir acompañada de miedo, tristeza o decepción. En cualquier caso emociones con connotaciones negativas.

El control de la frustración es lo que se conoce como tolerancia a la frustración. 

Y desarrollar una buena resistencia a la frustración es algo que lleva tiempo y marca la diferencia entre una afectividad infantil y una adulta. Hay muchos adultos que frente a las contrariedades de la vida tienen reacciones infantiles, auténticas rabietas. De hecho muchos de los problemas que surgen durante la adolescencia y posteriormente guardan relación con las dificultades para manejar la frustración.

Entrenar la tolerancia a la frustración favorece la seguridad, la autoconfianza y la fuerza de voluntad. Las personas con mayor tolerancia a la frustración resisten mucho mejor los reveses de la vida, son más adaptativas y tienen muchas más posibilidades de conseguir éxito en aquello que se proponen porque se rinden menos y aguantan mucho más.

Un buen socio de la tolerancia a la frustración es la motivación. Si la primera nos permite seguir adelante a pesar de la adversidad y mantener el rumbo fijo hacia nuestros objetivos y metas. La segunda nos carga las pilas y nos llena de energía, ilusión y ganas. La tolerancia a la frustración es la fuerza que nos permite resistir, aguantar y mantenernos en los momentos difíciles o cuando las cosas no son como esperamos. 

La motivación a su vez, nos ayuda a seguir adelante, nos da ánimos y nos estimula a continuar como si se un motor emocional se tratara.
Muchas personas creen que la motivación es algo que depende de la actividad que hacemos, pero en realidad es una elección emocional más o menos inconsciente. De hecho la misma actividad ni motiva a todo el mundo por igual, ni a la misma persona durante toda su vida. Lo que nos motivaba en la infancia, lo aborrecemos en la adolescencia, y en la juventud ya ha perdido todo el interés. En realidad la motivación es algo qué cómo la tolerancia a la frustración se puede entrenar y mejorar y poner a nuestro servicio para construir el tipo de vida que queremos.

Esos dos factores: la capacidad de aguante y el impulso para superar los retos son las claves de una personalidad fuerte que consigue resultados a medio y largo plazo. Son el soporte que permite aplazar la recompensa en espera de frutos más dulces. Son los ingredientes necesarios para terminar unos estudios universitarios, educar un hijo, pagar una hipoteca o tener resultados en un deporte competitivo. También son los que nos permiten salir de una enfermedad, remontar una ruptura sentimental, rehacer una vida profesional o superar la adversidad de una catástrofe.


La tolerancia a la frustración y la capacidad para motivarte son recursos propios de una autoestima elevada y una buena inteligencia emocional. Son la demostración conductual y con hechos concretos de que realmente te amas, cuidadas de ti y tú compromiso por crearte una vida mejor no es solo una idea sino que es sólido y tienes la firmeza de llegar a las últimas consecuencias.


Vivir Y Aprender


Vivir es muchas cosas. Puede ser un gran viaje visitando bellas cumbres, secas llanuras e incluso sucios lodazales. También es una gran escuela que nos enseña mucho. Lo que no quiere decir que seamos capaces de aprenderlo todo. Nos informa bien, nos aporta conocimientos, y, como hay que vivirla, también nos permite adquirir habilidades prácticas y algunas buenas actitudes; pero a veces no las aprendemos.

Seguro que conocen algunas personas que tras un daño cerebral por ictus o traumatismo no pueden hablar, los médicos dicen que tienen “afasia”. Pues bien en la vida es más frecuente otra situación y no se considera ni siquiera una enfermedad. Está presente en muchas personas que son incapaces de dialogar; es así porque no son capaces de oír, o mejor oyen pero no escuchan. 

Son constructores de monólogos y circulan por la vida hablando ellos solos, porque lo de los demás no les interesa. No le prestan atención.

Comenté que otros prefieren tener razón a ser felices. Discuten todo y no ceden y se esfuerzan en tener razón, lo que les evita o dificulta ser felices, pero se afanan en ello, discuten sin límite y ello les impide alcanzar la felicidad.

Otros no tienen claro la jerarquía o importancia de los verbos. Priorizan el tener al ser. Se afanan en adquirir más, en acumular lo material, más que esforzarse en ser algo más, y sobre todo mejores, en crecer como personas. En enriquecerse en valores, y les será más fácil transitar por este mundo ligero de equipaje.

Les he referido a que con frecuencia no valoramos lo que tenemos, y especialmente sólo somos conscientes de ello, cuando lo perdemos o estamos a punto de perderlo. 

Por ejemplo la salud. Es un bien muy grande que poseemos y no la valoramos aunque somos nosotros, no los sanitarios, los que debemos cuidarla. Erramos si nos arriesgamos a perderla por falta de sentido común, si nos implicamos en actividades de alto riesgo, ingerimos tóxicos o hacemos malas dietas.

Otras personas deciden hacer de la queja su bandera. Lamentarse y sentirse mal les da protagonismo social y así caminan por la vida, sin entender que a medio plazo pueden ser rechazados porque nublan su entorno, agobian a sus congéneres. Los aburren e incluso les abruman. Podríamos decir que sólo hablan para contar ruinas. O que sólo están bien cuando están mal.

No hemos aprendido que el que más da es el que más recibe. Pregúnteselo si no a los voluntarios; en cualquiera de sus actuaciones uno de ellos les explicará cómo se siente al hacer el bien.  

También suele ser negativa nuestra visión del esfuerzo, y no lo vemos como una gran oportunidad. Sigmund Freud decía: “He sido muy afortunado; todo en la vida me ha costado mucho”. Sin duda, de no haberse esforzado su aportación, su legado al mundo hubiera sido menor.

También nos enseña Descartes que muchas veces sufrimos por cosas que nunca nos sucederán. En lenguaje llano: nos ponemos el parche antes de que salga la herida. Sufrimos con anticipación. Así sucede por ejemplo con los vómitos por recibir quimioterapia; sabemos que algunas quimioterapias los causaran, pero lo curioso es saber qué en muchas ocasiones algunas personas que iban a recibir quimio tienen los vómitos antes de iniciar su toma, antes de que se les administre; y eso es lo que llaman vómitos anticipativos y son debidos a que nuestro estado de nervios los provoca.

Importa saber lo costoso de fingir. Les aseguro que no compensa; cuanto más acerque lo que piensa, lo que dice y lo que hace, le será más fácil ser feliz.

También conviene recordar que el tiempo pasa para todos, los minutos, las horas, los días o los años, y al vivir lo vamos consumiendo todos; es un error plantearse ese consumo cuando uno es mayor o anciano. 

El momento que importa que valore es el ahora. Les he comentado a veces que el pasado fue, nos enseña, pero es irrecuperable, y el futuro es impreciso. Por eso él ahora es clave; hay que vivir todos los momentos con plenitud; como si fueran a ser el último.

También es importante soñar y lo hacemos poco. No digo que no seamos realistas, pero sí que elevemos nuestras miras. Hacerlo embellece el paisaje de la vida por el que debemos transitar. Dicen que los sueños suelen ser caros; yo pienso que es más caro no tener sueños.

Por otra parte le recuerdo que la mentira es un paso erróneo, como una salida en falso, con frecuencia le lleva a un corredor que retorna al mismo camino del que se parte y tendrá que volver a enfrentarse con la situación por la que mentimos. 

Por otra parte mantener esa irrealidad cuesta mucho esfuerzo. Yo no se lo aconsejo como vía de tránsito. La verdad abre ventanas, da luz y embellece el camino.


Definiciones


Identidad: algo que nos define
Con un simple vistazo a diferentes perfiles en las redes sociales podemos ver las pequeñas descripciones que hacemos de nosotros mismos. Hay quien se define como estudiante, futbolista, reportero, cinéfolo; mientras que otros se definirán como una persona alegre, simpática, divertida, curiosa, pasional, etc.

Como puede observarse, estos dos tipos de definiciones son las más comunes y presentan una diferencia fundamental entre ellas. Unas personas se definen por los grupos de los que forman parte, mientras que otras se definen por sus rasgos personales. La Psicología define el autoconcepto, el yo o “self” como un mismo constructo formado por dos identidades diferentes: La identidad personal y la identidad social.

La identidad social
La identidad social define al yo (el autoconcepto) en términos de los grupos de pertenencia. Tenemos tantas identidades sociales como grupos a los que sentimos que pertenecemos. Por tanto, los grupos de pertenencia determinan el grupo un aspecto importante del autoconcepto, para algunas personas lo más importantes.

Pongamos como ejemplo a un famoso cantante latino. Ricky Martin forma parte de numerosos roles, y él mismo podría definirse como hombre, artista, moreno, cantante, homosexual, millonario, hijo, latinoamericano, padre, etc. Él podría definirse con cualquiera de ellos, pero seleccionará identificarse con aquellos adjetivos que sienta que le diferencian más y le aportan un valor diferencial al resto.

Otro ejemplo representativo lo podemos ver en las pequeñas biografías que cada uno de nosotros tenemos en la red social Twitter. Definirse en base a los grupos de pertenencia es tan humano como juzgar a otras personas en función de su atuendo y conducta no verbal.

Al formar una parte tan amplia de nuestro autoconcepto, de forma irremediable, los grupos determinan nuestra autoestima. 

Recordemos que la autoestima es una valoración emocional-afectiva que realizamos de nuestro propio autoconcepto. 

Por ello definirse en base a grupos de alto estatus social supondrá una alta autoestima, mientras que quienes formen parte de grupos poco valorados socialmente, tendrán que utilizar estrategias de apoyo en la identidad personal para lidiar el decremento en su valoración.

De esta forma vemos el alto impacto que tienen en nuestra autoestima y autoconcepto, los distintos grupos a los que pertenecemos.

Identidad: algo que nos define
Con un simple vistazo a diferentes perfiles en las redes sociales podemos ver las pequeñas descripciones que hacemos de nosotros mismos. Hay quien se define como estudiante, futbolista, reportero, cinéfolo; mientras que otros se definirán como una persona alegre, simpática, divertida, curiosa, pasional, etc.

Como puede observarse, estos dos tipos de definiciones son las más comunes y presentan una diferencia fundamental entre ellas. Unas personas se definen por los grupos de los que forman parte, mientras que otras se definen por sus rasgos personales. La Psicología define el autoconcepto, el yo o “self” como un mismo constructo formado por dos identidades diferentes: La identidad personal y la identidad social.

La identidad social
La identidad social define al yo (el autoconcepto) en términos de los grupos de pertenencia. Tenemos tantas identidades sociales como grupos a los que sentimos que pertenecemos. Por tanto, los grupos de pertenencia determinan el grupo un aspecto importante del autoconcepto, para algunas personas lo más importantes.

Pongamos como ejemplo a un famoso cantante latino. Ricky Martin forma parte de numerosos roles, y él mismo podría definirse como hombre, artista, moreno, cantante, homosexual, millonario, hijo, latinoamericano, padre, etc. Él podría definirse con cualquiera de ellos, pero seleccionará identificarse con aquellos adjetivos que sienta que le diferencian más y le aportan un valor diferencial al resto.

Otro ejemplo representativo lo podemos ver en las pequeñas biografías que cada uno de nosotros tenemos en la red social Twitter. Definirse en base a los grupos de pertenencia es tan humano como juzgar a otras personas en función de su atuendo y conducta no verbal.

Al formar una parte tan amplia de nuestro autoconcepto, de forma irremediable, los grupos determinan nuestra autoestima. 

Recordemos que la autoestima es una valoración emocional-afectiva que realizamos de nuestro propio autoconcepto. 

Por ello definirse en base a grupos de alto estatus social supondrá una alta autoestima, mientras que quienes formen parte de grupos poco valorados socialmente, tendrán que utilizar estrategias de apoyo en la identidad personal para lidiar el decremento en su valoración.

De esta forma vemos el alto impacto que tienen en nuestra autoestima y autoconcepto, los distintos grupos a los que pertenecemos.



sábado, 16 de mayo de 2020

Lo Mucho Y Lo Poco


Nos estamos perdiendo. Cada día más. Algo un poco cínico en la era de la información y la tecnología. Y es que es esta una de las principales razones, al contar con tanta información tan accesible se ha perdido más la cultura del esfuerzo. Nuestros jóvenes han nacido siendo “niños pantalla”, a un clic del universo.

Para aprender hay que descubrir, hay que hacerse preguntas -muchas preguntas-, equivocarse y, para ello, hay que salir. La tecnología es un medio altamente beneficioso, pero no lo es todo. Casi todos recordamos como hacíamos largos trabajos con múltiple tomos de enciclopedia, con libros y periódicos, elaborando la información. Nuestra sociedad, cada día más, nos aporta un sinfín de información que los más pequeños -o incluso nosotros- ni saben digerir ni muchos tienen a nadie que les enseñe cómo hacerlo.

¿Qué implicación tiene en nuestras vidas? Conocemos todo, pero sabemos muy poco. Tenemos nociones básicas o especializadas, pero en la mayoría de los casos no sabemos su aplicación o utilidad o cómo sacarle el máximo beneficio posible a ese conocimiento. Nuestra asignatura pendiente es la más importante, aprender a aprender y enseñar a enseñar.

Si queremos que nuestros pequeños sean unos adultos de provecho -o nosotros ser unos referentes dignos- deberíamos retomar los mapas para encontrar una ciudad, cultivar garbanzos en un yogur para explicar la fotosíntesis, hacer pan pare entender la fermentación o acercarnos a la historia de nuestra cuidad visitando los museos. Buscar en Internet “guerra civil española” es fácil y rápido, pero no nos servirá de nada si no empleamos de forma efectiva y útil esa información.

Howard Gardner (1993) y sus colaboradores del proyecto “Zero” de la Escuela Superior de Educación de Harvard dejaron atrás el concepto de inteligencia como algo innato. 

Ellos conceptualizaron la inteligencia como algo dinámico, es decir, que las cualidades con las que nacemos se pueden potenciar o desarrollar a lo largo de la vida. Desde esta perspectiva ha habido mucho desarrollo teórico posterior que ha integrado nuevos conceptos y dimensiones.

La diversidad y la integración es lo que nos enriquece y lo que verdaderamente define nuestra cultura. Busca tu destreza y la de tus hijos, lucha por ella. Nos hacen falta personas creativas con firmes convicciones, entusiasmadas y apasionadas con lo que hacen, algo que no implica necesariamente una formación académica universitaria.

Todos conocemos a personas brillantes académicamente que luego dejan mucho en el aspecto humano. La trampa reside en que muchas de estas personas, habitualmente con escasa o nula empatía hacia la realidad de los demás, dejan anidar sus ideas en la sociedad con la etiqueta de “expertos”.

Pero el conocimiento y la excelencia son inútiles si no impulsan realmente cambios y mejoras en la calidad de la vida de las personas, ya que la búsqueda del progreso y la mejora de la humanidad fueron las ideas que impulsaron a cualquier dominio científico y espiritual.

En tiempos de continuo cambio y confusión, los profesionales de cualquier ámbito no deben olvidarse de que la máxima de cualquier sociedad progresista y humana es la bondad. Si ésta desaparece de las “altas esferas” intelectuales, el ejemplo y estímulo de mejora que se dará al resto de la sociedad será vacío y peligroso.

Toda excelencia profesional no puede tener como fin el éxito individual por encima de todo porque el mundo se queda ausente de buenos valores. Es por ello que si el conocimiento no sirve a la bondad, es una trampa para el mundo.


Las Emociones


Algunas emociones son positivas: como sentirte feliz, cariñoso, seguro de ti mismo, inspirado, alegre, interesado, agradecido, o incluido. Otras emociones pueden parecer más negativas: como sentirte enojado, resentido, asustado, avergonzado, culpable, triste o preocupado. Tanto las emociones positivas y negativas son normales.

Todas las emociones nos dicen algo acerca de nosotros mismos y de nuestra situación. Pero a veces nos resulta difícil aceptar lo que sentimos. Podemos juzgarnos a nosotros mismos por sentirnos de cierta manera, como cuando nos sentimos celosos, por ejemplo. Pero en lugar de pensar que no debemos sentirnos de esa manera, es mejor darse cuenta de lo que realmente sentimos.

Tratar de evitar los sentimientos negativos o fingir que no nos sentimos de la forma en que lo hacemos puede ser contraproducente. Es más difícil superar sentimientos difíciles y que puedan desaparecer si no nos enfrentamos a ellos y tratamos de entender por qué nos sentimos de esta manera. 

No tienes que vivir obsesionado con tus emociones o hablar constantemente de cómo te sientes. La conciencia emocional significa simplemente reconocer, respetar y aceptar tus sentimientos a medida que ocurren.

Crear conciencia emocional
La conciencia emocional nos ayuda a conocernos y aceptarnos a nosotros mismos. Así que ¿cómo puedes ser más consciente de tus emociones? Comienza con estos tres sencillos pasos:

Trata de revisar lo que sientes en diferentes situaciones durante el día, hazlo una práctica diaria. Puedes notar que te sientes emocionado después de hacer planes para ir a algún lugar con un amigo. O que te sientes nervioso antes de un examen. Puedes sentirte relajado cuando escuchas música, inspirado por una exposición de arte, o contento cuando un amigo te dice un cumplido. Simplemente observa cualquier emoción que sientas, y dale un nombre a esa emoción en tu mente. Hacer esto solo toma unos segundos, pero es muy buena práctica. Date cuenta de que cada emoción pasa y deja espacio para la siguiente experiencia.

Califica qué tan fuerte es el sentimiento. Después que observas y le das un nombre a una emoción, llévalo un poco más lejos: Califica cuán fuerte sientes la emoción en una escala del 1 a 10, siendo 1 el sentimiento más leve y el 10 el más intenso.

Comparte tus sentimientos con las personas más cercanas a ti. Es la mejor manera de practicar poner las emociones en palabras, una habilidad que nos ayuda a sentirnos más cerca de amigos, novios o novias, padres, entrenadores, cualquier persona que nos rodee. Haz que el compartir sentimientos con un amigo o miembro de la familia sea una práctica diaria. Podrías compartir algo muy personal o algo que es simplemente una emoción cotidiana.


Al igual que cualquier otra cosa en la vida, cuando se trata de emociones, todo mejora con la práctica. Recuerda que no hay buenas o malas emociones. 

No juzgues tus sentimientos, solo sigue notando y dándoles un nombre


Filosofar


 La filosofía se hace las preguntas radicales, aquellas que necesitamos responder para estar en claro, para saber a qué atenernos, para orientarnos sobre el sentido del mundo y de nuestra vida, para saber quiénes somos y qué tenemos que hacer y qué podemos esperar, qué será de nosotros
.
El pensamiento filosófico, de acuerdo con Walter Riso, vive y consiste fundamentalmente en el intercambio de preguntas y de respuestas. La pregunta se refiere a la última esencia y a las más profundas raíces de una realidad. 

Riso, en su libro El camino de los sabiosdice que
"aunque las preguntas y respuestas van juntas y cada una depende de la otra, ambas se complementan y alteran dependiendo de la situación: hay momentos en que la resolución de problemas es fundamental para la supervivencia y hay ocasiones en que las preguntas son más importantes que las respuestas".
Riso agrega que las preguntas fundamentales de la vida (¿Quiénes somos o cómo hemos de vivir?) siguen vigentes. Las preguntas fundamentales sobre la propia existencia –señala Riso-, el sentido de la vida, la felicidad, la libertad interior, la relación con el cosmos no son una moda pasajera, son las preguntas que nos hacen humanos y de las que no podemos prescindir.

El profesor Miguel Ángel Ruiz García precisa que la filosofía consiste en la sana costumbre de hacer preguntas y conservarlas. 

El filósofo debe preguntarse, ya que el preguntar filosófico es la actitud por la cual el hombre adquiere distancia de lo cotidiano. Y la adquiere precisamente al dedicarle mayor atención. En todo ello queda comprometido el hombre que se admira, ya que este – al preguntarse – se cuenta por lo que sobrepasa la cerrazón factual de su existencia. 

Por su apertura a las cosas, bajo la formalidad de realidad, el hombre puede interrogarse acerca de ellas y sobre él mismo. El hombre es el único animal que se pregunta; vive preguntándose y preguntando a los demás. Por ser el hombre conciencia abierta a lo real, es esencialmente preguntón. Sus preguntas no son algo periférico. 

El Hombre queda envuelto en la pregunta, es él mismo pregunta con interrogante siempre abierto. "Filosofar, según Heidegger, consiste en preguntar por lo extraordinario, no sólo es extraordinario aquello que se pregunta, sino el preguntar mismo es un más que un  modo de preguntar es un buscar.


Todo buscar tiene su dirección previa que le viene de lo buscado; Kart Rahner señala que "toda pregunta tiene  un principio de una posible respuesta de ella misma".


La Persona Humana


Una de las confusiones más comunes en nuestro entorno es la de entender el término "persona" como "ser humano". Solemos utilizar estas palabras indistintamente. Sin embargo, el término persona contiene una serie de cualidades que rebasan lo humano.

Las cualidades a las que me refiero son las de entendimiento y voluntad.

El entendimiento puede entenderse como logos, es decir, razón. Para que haya entendimiento ha de haber lenguaje (coherencia lógica). Esta cualidad le es atribuida a cualquier ser humano (salvo casos de minusvalía mental o estados vegetativos en los que el logos no rige correctamente); por lo que cuando hablamos de ser humano, se da por supuesto que tiene entendimiento.

Por otra parte, el entendimiento va ligado a la segunda cualidad, la de la voluntad; la voluntad de hacer algo a partir del razonamiento que se ha realizado previamente. Estudias los caminos A, B y C y decides tomar el camino A. Tienes la capacidad de elegir y, de hecho, lo haces.

Bien. Ambas cualidades se ajustan al ser humano. Pero no solo a él. El concepto persona se atribuye tanto a entidades materiales como inmateriales.

El ser humano es una entidad material, es decir, corpóreo. Pero también podemos asignar estas cualidades a entidades inmateriales. La más conocida de estas entidades es Dios; otras los ángeles, espíritus e incluso otros seres racionales cuya realidad no está demostrada.

Por eso, cuando decimos que Dios es tres personas, no significa que adopte tres formas humanas. Como sabes, solo su Segunda Persona, la del Hijo, adopta una forma humana, la de Jesús. En esta Segunda Persona tiene un cuerpo; pero en las Personas del Padre y Espíritu Santo tiene una realidad inmaterial.

Con esto se concluye que no es necesario tener cuerpo para ser persona; ni siquiera hace falta ser humano para ello.


Esta lógica del concepto persona puede extrapolarse a cualquier ser racional. 

En caso de que se demostrase la existencia de seres racionales diferentes a los seres humanos, también serían considerados personas.


No Separar El Sentimiento


Filosofía De Krishnamurti
La inteligencia no está separada del amor… La educación moderna, al desarrollar el intelecto, ofrece cada vez más teorías y hechos, sin llevar a la comprensión del proceso total de la existencia humana. Somos demasiado intelectuales, hemos desarrollado mentes astutas, y no alcanzamos las explicaciones. 

El intelecto se satisface con teorías y explicaciones, pero la inteligencia no, y para comprender el proceso total de la existencia, debe haber una integración de la mente y el corazón en acción. La inteligencia no está separada del amor.

Para la mayor parte de nosotros, alcanzar esta revolución interna es un proceso arduo. Sabemos cómo meditar, cómo tocar el piano, cómo escribir, pero no tenemos conocimiento del pensador, el jugador, el escritor. No somos creadores, porque hemos llenado nuestros corazones y mentes de conocimiento, información y arrogancia, y estamos repletos de citas que otros han dicho o pensado. Pero la experimentación viene primero, no la forma de experimentar. 

Debe haber amor antes de que haya una expresión del amor. (…)
La información, el conocimiento de los hechos, aunque siempre está en crecimiento, es limitado por su propia naturaleza. La sabiduría es infinita, incluye el conocimiento y la forma de acción, pero nosotros agarramos una rama y pensamos que tenemos el árbol completo. 

A través del conocimiento de la parte, nosotros nunca podemos darnos cuenta del pleno regocijo. El intelecto nunca puede llevar a la totalidad, porque sólo es un segmento, una parte.

Hemos separado el intelecto de los sentimientos, y hemos desarrollado el intelecto a expensas de los sentimientos. Somos como un objeto de tres patas con una de ellas mucho más larga que las otras y sin equilibrio alguno. 

Estamos entrenados para ser intelectuales. Nuestra educación cultiva un intelecto agudo, astuto, codicioso, desempeñando así el papel más importante en nuestra vida. La inteligencia es mucho más grande que el intelecto, porque es la integración de la razón y el amor, pero sólo puede haber inteligencia cuando existe el conocimiento de uno mismo, una comprensión profunda del proceso total dentro de uno mismo.

Lo que es esencial para el hombre, ya sea joven o viejo, es vivir plenamente, en forma integral, y por eso nuestro mayor problema es el cultivo de esa inteligencia que trae la integración. El énfasis indebido en cualquier parte de nuestra composición total es, por lo tanto, una visión torcida de la vida, y esta deformación es la causante de la mayor parte de nuestras dificultades. 

Cualquier desarrollo parcial de nuestro temperamento en su totalidad tiene que resultar desastroso para nosotros mismos y para la sociedad, y por consiguiente es muy importante que nos acerquemos a nuestros problemas humanos con un punto de vista integral.

Ser humano de forma integral es entender el proceso completo dentro de la propia conciencia, tanto en su parte oculta como en la manifiesta. Esto no es posible si hacemos demasiado énfasis en el intelecto. Le concedemos una gran importancia a cultivar la mente, pero interiormente somos insuficientes, pobres y confusos. Este vivir en el intelecto es el camino de la desintegración, porque las ideas, como las creencias, nunca pueden unir a las personas salvo en bandos opuestos.

Mientras dependamos del pensamiento como medio de integración, habrá desintegración, y entender la acción desintegradora del pensamiento es estar conscientes de las formas del ser, de las maneras que adquieren nuestros propios deseos. Debemos estar conscientes de nuestro condicionamiento y sus respuestas, tanto colectivas como personales. 

Sólo cuando uno está completamente consciente de las actividades del ser con su búsqueda y sus deseos contradictorios, sus esperanzas y temores, existe la posibilidad de ir más allá del ser.

Solamente el amor y los pensamientos correctos pueden llevar a la verdadera revolución, a la revolución dentro de nosotros mismos. ¿Pero cómo podemos alcanzar el amor? No a través de buscar el ideal amoroso, sino sólo cuando no haya odio, cuando no haya avaricia, cuando el sentido del yo, que es la causa del antagonismo, se acabe. Un hombre que siempre está buscando la explotación, la avaricia, la envidia, nunca podrá amar.

Sin amor y sin pensar correctamente, la opresión y la crueldad siempre irán en aumento. El problema del antagonismo del hombre contra el hombre puede resolverse, no siguiendo el ideal de la paz, sino entendiendo las causas de la guerra que yacen en nuestra actitud hacia la vida, hacia el prójimo, y esta comprensión sólo puede alcanzarse por medio de una educación adecuada. Sin un cambio en la forma de sentir, sin buena voluntad, sin una transformación interna que nazca de estar conscientes, los seres humanos no pueden alcanzar paz ni felicidad.


Extraído del libro de J. Krishnamurti Education and the Significance of Life, publicado por la Editorial Harper and Row, de San Francisco, Estados Unidos, en 1953.


Utilidad De Lo Inútil


No es fácil proporcionar soluciones a estos, a veces, temidos y laberínticos interrogantes; acudimos a diferentes escuelas, teorías, doctrinas y tratamos también, en meternos dentro de filosofías profundas ambicionando lograr explicaciones que puedan satisfacer o no la curiosidad sobre el perenne interrogante existencial. 

A su vez, acudimos a los temas científicos, a los místicos y a muchas otras lecturas con múltiples doctrinas que nos ubiquen en el marco de la conciencia, para contactarnos con una realidad que pretendería explicarnos el conocimiento del devenir humano.

Propondríamos revisar el tema con el propósito de entendernos como personas que somos, con nuestro fiel y entrelazado universo particular, respetables ante nosotros mismos y ante los demás; somos seres únicos e individualmente sujetos a lo que pensamos de nosotros mismos sin la impaciencia de imponernos propiedades que busquen el ajustar y el mejoramiento de nuestra autoimagen con el fin de ser aceptados por los demás; no es el de forzar cambios en los otros para obtener una satisfactoria reacción y aprobación de nuestro rol en esta vida y así adaptarnos "más sanamente", frente a la buena y generosa voluntad de nuestros hermanos y vecinos. 

Pero tampoco es apremiar, inexcusablemente, cambios en nosotros mismos, como de pronto nos lo han mostrado y enseñado durante casi toda la vida, para lograr una apropiada acomodación para la aquiescencia de los otros.

Consideramos como el eje fundamental de nuestro distintivo personal, aquel del que proviene de la aceptación. La aceptación a nosotros mismos. Es aceptar lo que somos, libres de imposiciones y de resistencias.

Aprender a aceptarnos a nosotros mismos, es ver nuestra vida con serena indulgencia, transformando las tensiones en la sobrada confianza de nuestro espíritu interior.

La aceptación se nutre del amor a lo que somos y a lo que hacemos; es experimentar con toda luminosidad y reconocer con fidelidad nuestra laboriosidad; nadie tiene que hacerlo por nosotros; solamente nosotros podemos ejercer ese don natural.

Aceptación no es resignación. La aceptación es dinámica y funcional; la resignación es abandono. La aceptación viene de adentro, no de afuera; para la aceptación no hay que buscar fórmulas, reglas, normas o manuales con instrucciones y además, como valor agregado, está exenta de ordenamientos; aceptar es como es, en sí misma; porque las cosas son como deben ser.


Es ver la naturaleza con su maleabilidad solemne y su marcha inmortal.


El oxímoron (Figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto) evocado por el título La utilidad de lo inútil merece una aclaración.

La paradójica utilidad a la que me refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios.

En una acepción muy distinta y mucho más amplia, he querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista.

Si dejamos morir lo gratuito, si renunciamos a la fuerza generadora de lo inútil, si escuchamos únicamente el mortífero canto de sirenas que nos impele a perseguir el beneficio, sólo seremos capaces de producir una colectividad enferma y sin memoria que, extraviada, acabará por perder el sentido de sí misma y de la vida.

 Y en ese momento, cuando la desertificación del espíritu nos haya ya agotado, será en verdad difícil imaginar que el ignorante homo sapiens pueda desempeñar todavía un papel en la tarea de hacer más humana la humanidad.