En estos días he tenido la visita un tanto sorpresiva de dos
de mis nietas, Martina y Marcela, hijas de mi hijo mayor, Hugo Marcelo y de su
esposa Elina, quienes quedaron junto a su hijo menor, Iñaki, en su residencia
en el Estado de Bahía, Brasil, las cuales están de visita en nuestra frontera disfrutando
de sus vacaciones.
Como seguramente se podrán imaginar, encontrarme, al abrir
la puerta de mi casa, con dos hermosas jovencitas de 16 y 14 años a quienes no
veía desde que eran unas niñas, me llenó de gozo aunque les confieso que no
tenía la menor idea de que tal sería la experiencia compartida.
Allí estaba yo, su abuelo paterno, a quienes ellas tampoco
veían tan seguido, digamos que mucho menos que lo que es esperable -seguramente
debido a la distancia y a la exigente actividad que todos desplegamos- frente a
ellas, de improviso, sin ensayo previo, tal cual somos en nuestra vida
cotidiana, con la intención de compartir un tiempo juntos, una aventura
fascinante que sin duda nos ayudaría a conocernos mejor y sentirnos en familia.
Lo bueno de todo esto es que hemos sabido compartir una muy
cálida relación con la frescura que sólo se puede alcanzar en la autenticidad
de la más absoluta espontaneidad, como les he dicho, nos hemos despojado de
todo protocolo y nos dejamos llevar por la naturalidad de nuestra relación
filial de un abuelo con sus nietas.
Ayer por la tarde, compartiendo un delicioso helado, ambas me comentaron que les había causado
cierta admiración el hecho de que al observar mi comportamiento, la forma de
hablar, gesticular, etc. les hacía recordar a su padre y nos encontraban muy
parecidos, al escucharles les confieso de que me sentí muy emocionado, al punto
de que todo lo que atiné a decir fue esta frase: “Sin duda lo que se hereda no
se roba”.
En lo personal mantengo lo que ya es un hábito incorporado,
es decir el cultivo permanente de todas mis inquietudes, me gusta pasearme por
el huerto de mis realizaciones y dejar al libre arbitrio de quienes puedan
observarlo la extracción de sus propias conclusiones.
Nuestra descendencia conserva sus rasgos, existe un eslabón que nos identifica con nuestras raíces y que conserva inalterable la sana costumbre de cultivar los valores heredados de generación en generación.
Hugo W. Arostegui
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