Todos los días, el burro del hortelano se levantaba al amanecer.
Mientras su dueño le ponía las alforjas, él no paraba de protestar.
Todos los días, el burro del hortelano se levantaba al amanecer.
Mientras su dueño le ponía las alforjas, él no paraba de protestar.
- ¡Estoy harto de madrugar y de trabajar! Desde que me pongo en pie, no
paro en todo el día. Voy y vengo de la huerta a casa, de casa al mercado, del
mercado a la huerta. ¡Qué vida tan aburrida!
Los rebuznos del burro despertaron a su hada madrina.
- ¡Hay que ver cuánto sufre el pobre asnillo!
El hada encantada se apiadó del burro y movió la varita mágica. En un abrir y cerrar de ojos, le cambió amo y trabajo: lo dejó en el taller de un curtidor.
No había pasado una semana cuando el burro volvió a quejarse de nuevo.
- ¡Qué mal huelen las pieles! ¡Cuánto pesa la carga! ¡Qué dolor en mis patas!
Entre queja y queja, al burro le gustaba recordar la buena vida que llevaba antes.
- ¡Y pensar que estaba descontento con el hortelano! ¡Aquello era vida y no esto! Vivía al aire libre, veía el sol y el cielo, respiraba aire puro y no estos venenos. Iba y venía; salía, veía gente en el mercado... Aquí, sin embargo, solo hay trabajo.
El hada, que lo oyó, movió otra vez la varita mágica y... el burro se encontró con un nuevo amo: este era carbonero y lo llevaba por las calles arrastrando un carro de carbón.
No pasó ni una semana y el burro volvió a rebuznar.
- ¡Palo y trabajo, trabajo y palo! Soy un burro de carga, mi vida es una pena.
El hada encantada, cansada de escuchar las quejas del burro, protestó también:
- ¿Cómo es posible que este burro se queje más que todos los burros, las mulas y los caballos juntos?
Suspirando, el hada encantada se presentó ante el burro. Lo miró a los ojos y le dijo dulcemente:
- Burrillo protestón, esta es la última vez que te hago caso. Volverás de nuevo con el hortelano, pero procura no olvidar este consejo:
Los rebuznos del burro despertaron a su hada madrina.
- ¡Hay que ver cuánto sufre el pobre asnillo!
El hada encantada se apiadó del burro y movió la varita mágica. En un abrir y cerrar de ojos, le cambió amo y trabajo: lo dejó en el taller de un curtidor.
No había pasado una semana cuando el burro volvió a quejarse de nuevo.
- ¡Qué mal huelen las pieles! ¡Cuánto pesa la carga! ¡Qué dolor en mis patas!
Entre queja y queja, al burro le gustaba recordar la buena vida que llevaba antes.
- ¡Y pensar que estaba descontento con el hortelano! ¡Aquello era vida y no esto! Vivía al aire libre, veía el sol y el cielo, respiraba aire puro y no estos venenos. Iba y venía; salía, veía gente en el mercado... Aquí, sin embargo, solo hay trabajo.
El hada, que lo oyó, movió otra vez la varita mágica y... el burro se encontró con un nuevo amo: este era carbonero y lo llevaba por las calles arrastrando un carro de carbón.
No pasó ni una semana y el burro volvió a rebuznar.
- ¡Palo y trabajo, trabajo y palo! Soy un burro de carga, mi vida es una pena.
El hada encantada, cansada de escuchar las quejas del burro, protestó también:
- ¿Cómo es posible que este burro se queje más que todos los burros, las mulas y los caballos juntos?
Suspirando, el hada encantada se presentó ante el burro. Lo miró a los ojos y le dijo dulcemente:
- Burrillo protestón, esta es la última vez que te hago caso. Volverás de nuevo con el hortelano, pero procura no olvidar este consejo:
Disfruta de lo que tienes,
no te quejes de tu suerte.
Vive feliz el presente,
que es todo lo que posees.
no te quejes de tu suerte.
Vive feliz el presente,
que es todo lo que posees.
Fuente: Fábulas e historias de
Animales (TODOLIBRO EDICIONES, S.A.)
Hugo W Arostegui
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