Hace ya más de
cincuenta años que fue editado este libro del cual soy autor, para ese entonces
yo era un joven cuya edad no había alcanzado los veinticinco años de vida y por
el título de esta obra se puede apreciar que para aquel entonces aún podía
convivir en mi fuero íntimo con esta compañera constante a quién aprendí a
valorar y llamarle cariñosamente por su nombre: Soledad.
Ahora, pasados todos
estos años, corresponde hacerle al término soledad algunas precisiones, al
mencionar el vínculo que hemos mantenido desde siempre con la soledad no quiere
decir que haya habido una ausencia de personas que han sido muy significativas
en nuestra vida, lo que ocurre es que una vez que incursionamos por los
senderos del pensamiento nos encontramos con que se torna muy difícil encontrar
a alguien que nos pueda entender y para quienes comparten nuestro día a día se
les parece que todo lo que hacemos o decimos carece de sentido y ese tipo de sentimiento
va creando una barrera que puede tornarse infranqueable.
Cuando me cuentan
que el sentimiento de soledad es algo insostenible de soportar pienso que es el
momento de aprovechar esta situación para realizarnos una retrospectiva la cual
será sin duda una excelente oportunidad de madurar y crecer como persona.
Existen innumerables
ocasiones en las cuales podamos dar de nuestra soledad para desarrollar toda
nuestra empatía hacia quienes se encuentran sufriendo la incomprensión de
aquellos que aunque nos parezcan indiferentes simplemente “no sintonizan”
ocurre que “están en otra” como se suele decir vulgarmente, muchas veces el
decir que ”nos sentimos solos” no es más que un medio de proclamar que
necesitamos más atención, en estos casos nos será de gran utilidad el poder
descubrir todo nuestro potencial y encontrar en el servicio a los demás un
medio invalorable de aumentar nuestra propia autoestima.
Hugo W. Arostegui
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