Desde principios del siglo XX, el coeficiente intelectual,
la inteligencia y el genio han estado íntimamente ligados y se han olvidado las
raíces antiguas de este último.
El tema del coeficiente intelectual y de las pruebas para su
medición pasó a utilizarse de una manera perversa. Las interpretaciones de las
pruebas realizadas al ejército durante la Primera Guerra Mundial incidieron en
la redacción de la Ley de Restricción de Inmigración de 1924, que establecía
cuotas de inmigrantes de Europa del Sur y del Este y que representó una
justificación inicial del racismo y la eugenesia. Desde entonces, el
coeficiente intelectual se ha utilizado como una excusa para restringir el acceso
al aprendizaje a aquellos que obtienen bajos resultados, y ha dado origen a
leyendas urbanas como la que sostiene que las mujeres embarazadas deben
escuchar música clásica para ayudar a sus bebés a ser más competitivos en su
vida futura, ya que esto aumenta su coeficiente intelectual.
Objetivamente, existe una correlación entre el coeficiente
intelectual y algunas formas de inteligencia. Pero la inteligencia parece
enmarcarse en algo más que un número. Basta leer la historia del doctor Judd
Biasiotto para comprender sus límites. Cuando cursaba la escuela primaria le
fue muy mal, tanto que llamaron a un psicólogo para que le hiciera una prueba
de inteligencia.
Una semana después fue llamado a la oficina del psicólogo y le
pidieron que fuera a casa y le dijera a su madre que su coeficiente intelectual
era de 81. Judd estaba emocionado porque era la calificación más alta que había
logrado hasta el momento. Si su futuro se hubiera basado en este resultado, se
habría cometido un grave error, pues al momento de ingresar a la universidad
tuvo notas casi perfectas en sus exámenes de admisión y los resultados de las
pruebas de su coeficiente intelectual llegaron a 147.
De la misma manera, “genio”, como concepto general, tiene
unas dimensiones y un alcance que van mucho más allá de la simple inteligencia.
El hecho de que el pequeño Johnny tenga un coeficiente intelectual de 180 no
quiere decir que sea un genio. Por supuesto que puede ser muy inteligente, pero
¿acaso basta con ser realmente inteligente para ser un genio? Aquellos que
nombramos como ejemplos de genio son conocidos por haber logrado algo
importante. Sin duda, el pequeño Johnny tiene el potencial para ser un genio,
pero que vaya a serlo no es seguro. Una de las razones que motivaron el estudio
de Terman sobre los niños superdotados era descubrir la mejor manera de ayudar
a aquellos con potencial a que lo desarrollaran verdaderamente.
Al parecer, no todos los genios nacen genios, aunque algunos
lo hagan. Ciertas personas muy inteligentes nunca parecen llegar al nivel de
genio a pesar de que tienen el potencial para serlo. Otras personas no parecen
especialmente dotadas en sus vidas según las ideas de la época, pero han
demostrado genialidad en su campo a las generaciones posteriores. Van Gogh
califica ciertamente como una persona así.
El entorno intelectual que nos rodea y la cultura y
civilización a las que nos exponemos diariamente parecen desempeñar un papel en
la manera como percibimos a los genios.
Tomemos un genio de los tiempos del Paleolítico, el que hizo
los dibujos de la cueva en el suroeste de Francia, y situémoslo en el mundo
actual. Hoy, lo consideraríamos un genio del pasado. ¿Lo habrían considerado un
genio sus pares de la época? No lo sé. Si se teletransportara a nuestro tiempo
¿lo seguiríamos considerando un genio bajo los parámetros actuales, o
simplemente un inadaptado social, ya que la sociedad en la que nació
originalmente ha avanzado miles de años desde entonces? Hay que tener en cuenta
la cantidad de infraestructura intelectual que se ha creado en el transcurso de
todo ese tiempo. ¿Sería capaz de dar un salto mental tan gigantesco como para
ser considerado todavía un genio en el presente?
Por otro lado, si situáramos a Albert Einstein en el suroeste
de Francia durante el Paleolítico ¿lo considerarían un genio quienes vivieron
en ese momento?
Mi conjetura es que siempre y cuando se superaran los saludos
iniciales y las barreras idiomáticas, competiría muy bien con sus antepasados
remotos. Einstein no solo era muy inteligente, sino que tendría el beneficio
adicional de siglos de genios anteriores que han ayudado a formar la realidad
intelectual, mental y conceptual que ahora vivimos. El pensamiento, las
invenciones y los descubrimientos tienen un contexto, y los avances del
pensamiento se basan en el ambiente intelectual imperante. La época y la
cultura en las que vive el genio tienen importancia no solo por las ideas que
están presentes, sino por todas las ideas que estuvieron antes.
A modo de ejemplo, el cálculo de Newton estuvo a la vanguardia
de las matemáticas en el siglo XVIII. Hoy se enseña en el Reino Unido en los
primeros grados de la escuela secundaria. Un genio solo puede construir y
extender los conceptos que ya existen. Si lleva estos conceptos demasiado lejos
será poco probable que encuentre aceptación. Quienes van demasiado lejos, o
bien son rechazados y su trabajo olvidado o, tal vez, solo serán apreciados
muchos años después de su muerte.
Ludwig Boltzman, descubridor de la teoría cinética de los
gases, utilizó en el siglo XIX matemáticas estadísticas para demostrar el
movimiento del calor y de la energía. Sus puntos de vista fueron tan polémicos
en ese momento que sufrió de un creciente desánimo. Acosado quizás por la
depresión, Boltzman se suicidó antes de que pudiera ser reivindicado (lo que
finalmente se hizo, años después de su muerte).
Tal vez la diferencia esencial entre el genio y la simple
inteligencia sea que los genios cambian la forma en que los humanos concebimos
y vemos el mundo. Los consideramos como lo más brillante y lo mejor de la
humanidad. Ellos iluminan el camino para los que vienen después y crean la base
para los avances aún mayores que harán los genios del futuro. ¿Por qué
extrañarnos entonces de que parezcan producto de la inspiración divina?