El narcisismo se manifiesta en la excesiva consideración de sí mismo, en
la idea de que la vida gira en torno a uno mismo, en que a la hora de la verdad lo que cuenta es estar bien,
sentirse bien, pasarlo bien, y los demás verán qué hacen. Los jóvenes de “última
generación” cuando están “in”, en los momentos de euforia, tienen la pretensión
de ser “lo último”, pero cuando están “out”, en los momentos malos, se sienten
víctimas que no reciben suficiente atención de los demás. Son “mendigos
perpetuamente insatisfechos”. Van por la vida dando tumbos, huyendo hacia
adelante, revelando una incapacidad de descubrir al otro y de comprender sus
necesidades.
La contrapartida al narcisismo es la verdadera autoestima o correcta
valoración de sí mismo, la
“aceptación humilde de la realidad”, sin lamentaciones, ni quejas, ni querer
cambiarlo todo sin empezar por cambiarse a sí mismo primero. Munilla dice: “No
olvidemos que la autoestima no proviene de hacer muchas cosas, ni de lograr
éxitos, ni de la apariencia física, sino de saberse amado… Tenemos el riesgo de
valorarnos según el juicio ajeno, de hundirnos por un comentario o por un
fracaso, etc. ¡Es un auténtico drama que nuestro estado de ánimo se parezca a
los vaivenes de la bolsa o a la montaña rusa!”
No se trata de
invitar al autodesprecio o a hundirse en el pesimismo, pero tampoco de dejase arrastrar por un
optimismo ingenuo que desconoce lo que está pasando alrededor, como
si se habitara en una burbuja aséptica, en la que uno no se entera del dolor,
de la miseria, de la desesperación de la vida de muchos, que tienen que ver con
nosotros más de los que creemos. Al contrario de lo pasa con el avance de la
tecnología, muchos jóvenes van al paso de la tortuga de la aporía de Zenón que
no avanza y parece que nunca llega a la meta.
Lo que sale a
relucir es una profunda “herida afectiva”: tener imagen, buscar aprecio y
reconocimiento, afán de figurar, de ser admirado, de recibir elogios, de tener
éxito es mucho más importante que buscar la plenitud interior, los ideales y
metas que requieren un nivel espiritual para afrontarlos, echar mano del
esfuerzo, del sacrificio, de cierta abnegación y olvido de sí.
En lugar de una
auténtica búsqueda de la felicidad o de la realización personal lo que
predomina es una hipersensibilidad y un espíritu crítico ante todo. Para muchos
de ellos la cultura es un cuento inútil, la filosofía no sirve para nada; no
hay que pensar demasiado, ni hay que ponerse a salvar el mundo.
Una salida
razonable: la generosidad, la sincera preocupación por los demás, la
solidaridad que invita a ayudar, a servir, a dar lo mejor de sí en la tarea por
vencer los males de la sociedad y del mundo, recordando con José Ignacio
Munilla aquella frase del escritor español Unamumo: “El que quiere todo lo que
sucede, consigue siempre que suceda cuanto quiere. ¡Omnipotencia humana por la
aceptación”.
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