Ciertamente, los sentimientos
tienen más fuerza de la que podemos imaginar y determinan la mayor parte de
nuestra conducta. Elegimos a la pareja de la que nos enamoramos, aunque no nos
convenga.
Nos empecinamos en nuestras opiniones y apuestas incluso cuando
sabemos que no están justificadas. Criticamos el juego deportivo, el proyecto o
la idea del rival, aunque sean estupendos. Votamos a quien nos cae bien, aunque
no sea el mejor candidato en lid. Podemos ser incapaces de salvar la vida de
una persona enferma negando la cesión del órgano del ser querido que acaba de
fallecer, aunque sabemos que ese órgano en pocos días no será otra cosa que
polvo inútil. Podemos llegar a sufrir, a odiar o a amar con intensidad
inimaginable.
Las emociones influyen en
nuestras reacciones espontáneas, en nuestro modo de pensar, en nuestros
recuerdos, en las decisiones que tomamos, en cómo planificamos el futuro, en
nuestra comunicación con los demás y en nuestro modo de comportarnos. Son
críticas para establecer el sistema de valores, las convicciones y los
prejuicios que guían nuestra conducta y determinan también nuestro
comportamiento ético. Resulta, en fin, imposible separar el bienestar del
estado emocional de las personas.
Es por ello, que el mal llamado "equilibrio
emocional" no consiste tanto en victorias o imposiciones racionales, ni en
la represión o el control de las propias emociones, como en el encaje o
acoplamiento entre nuestras emociones y nuestro razonamiento, o sea, en un
equilibrio entre diferentes procesos mentales. Cuando ese equilibrio no existe
porque dominan los sentimientos, el pensamiento racional puede convertirse en
una voz de la conciencia que no nos deja vivir. Sería el caso del enamorado
infiel o el de quien triunfa plagiando o engañando.
Ese pudo ser también, tal
como sugería un editorial del diario El País, el motivo principal por el que el
Nobel de literatura alemán Günter Gras decidió hace algún tiempo dar a conocer
su antigua pertenencia a las juventudes de las SS nazis. Por el contrario,
cuando domina la razón, los sentimientos pueden hacer lo propio, castigándonos
del mismo o peor modo. Es el caso de quien elige la carrera profesional o la
pareja sexual que lógica o supuestamente le conviene en lugar de la que
verdaderamente le motiva.
Ocurre que en tales circunstancias no nos sentimos bien hasta
que, dándole vueltas al asunto que nos ocupa, logramos convencernos a nosotros
mismos de que nuestro sentimiento es aceptable porque tiene una base racional.
O hasta que, razonando, generamos una nueva emoción ajustada a nuestra lógica
que suplanta al sentimiento perturbador e indeseable. De ese modo, quien sienta
remordimiento por haber sido infiel se consolará pensando que su pareja también
pudo serlo en el pasado o que no le quiere lo suficiente, y quien no gane una
elección política podrá recuperarse de su disgusto cuando descubra que no es el
único perdedor o perciba las ventajas de volver a su habitual y quizá menos
problemática profesión.
En ambos casos, el resultado viene a ser que el estado
emocional negativo, a veces insoportable, producto del desequilibrio, pierde
fuerza. Pero para que el equilibrio logrado se traduzca en bienestar es
necesario además que los sentimientos finalmente alcanzados sean positivos,
pues los negativos, como la frustración, la envidia o el odio, aunque sean
justificados, pueden ser inevitables, pero rara vez reconfortantes para quien
los experimenta.
La razón, como decimos, sirve
sobre todo para generar nuevas emociones que puedan suplantar los sentimientos
que ya tenemos o también, ciertamente, para potenciarlos al evocar viejas
memorias relacionadas o suscitar argumentos añadidos en una espiral creciente
de autoafirmación emocional.
Emoción y razón son procesos mucho más inseparables
de lo que solemos creer. No podemos convertirnos en seres que anulan o aparcan
sus sentimientos. Sólo la inmadurez cerebral o la enfermedad pueden originar
seres o comportamientos puramente emotivos o puramente racionales y sólo el
equilibrio emoción-razón garantiza el bienestar de las personas.
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