No es necesario irse muy lejos. Incluso los medios que más presumen de libertad de prensa cuentan con condicionantes económicos, cierta dependencia de sus sponsors que, en un momento determinado podría (este condicional actúa como presunción de inocencia mientras no se demuestre lo contrario) ponerles en la disyuntiva de elegir entre dar la noticia como es o darla como el anunciante quiere.
Si hablamos de libertad de acción o de expresión, la verdad es que no tenemos que pasar un fin de semana en casa de nuestros padres (o de los suegros) para saborear en nuestras carnes la sensación de privación de libertad, tanto para hacer como para decir. Sin embargo, pensar es otra cosa, porque independientemente de que podamos hacer o decir, nadie puede impedirnos pensar lo que queramos. O, al menos, eso es lo que creemos. La verdad es muy distinta.
El funcionamiento de nuestro cerebro ya es, de por sí,
engañoso. El estudio de las ilusiones ópticas y
de percepción son sólo un ejemplo de esto. Tampoco podemos fiarnos mucho de
nuestras primeras impresiones, ni de otros mecanismos
psicológicos que tienen sentido en determinadas circunstancias pero que no han
sido actualizadas evolutivamente desde hace mucho tiempo.
Nuestro sistema de
creencias (religiosas, políticas, artísticas, sociales o personales) se basa en
miles de factores, algunos de los cuales son, simplemente perceptivos, a pesar
de que sabemos que no podemos otorgarles mucha credibilidad. Otros están
sometidos a prejuicios o a las valoraciones de otros, y delegamos nuestras
decisiones ante ciertos eventos en el poder del número (“es que hay mucha gente
que lo cree”). A pesar de todo esto, seguimos creyendo que somos los únicos
responsables de nuestro pensamiento. Pero no, no lo somos.
La mala noticia es que, a pesar de que todo el mundo desea siempre
mejorar, nadie quiere cambiar, porque cambiar supone un
esfuerzo (ya sea físico o mental) que a la hora de la verdad pocos quieren
realizar. Que nos digan lo que tenemos que pensar es mucho más cómodo que
reflexionar e investigar sobre cada cuestión antes de posicionarnos sobre ella,
y si nos lo envuelven en la creencia de que la idea ha sido nuestra, la
posibilidad de que eche profundas y gruesas raíces en nuestra psique es
extremadamente alta.
La buena noticia es que, a pesar de todos los condicionantes,
lo cómodo que es que te lo den todo hecho (incluso las ideas) y de los mensajes
mediáticos que buscan decantar nuestra opinión, la última palabra está
únicamente en nuestras manos.
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