Tal vez, hayamos pecado demasiado de centrar el aprendizaje
en el mundo cercano y
en los procesos de vida que, de todas maneras, nos van a arrastrar porque nos
son inmediatos. No se trata de «estudiar» nuestra comarca, sino de andarla y
hablar de ella. El mundo se nos presenta en forma de gente que viene de lejos y
de asuntos lejanos que nos afectan.
Si se te presenta lo extraño pueden
pasar dos cosas: puedes empezar a ver extraña tu propia comarca ante una mirada
más amplia o puedes encerrarte en tu estrecha mirada e intentar evitar ese
peligro. Antes de que lo extraño venga y te fuerce mejor que tomes la decisión
de conocerlo y encontrarlo más cercano.
La gente de los barrios «iba» a Madrid o Barcelona. Hoy,
psicológicamente, el mundo se nos acerca a ojos vista.
Aparece en nuestra vida como un hermanito que se presenta de golpe. Podemos
estar ilusionados porque esperábamos su llegada, intrigados y llenos de interés
porque promete novedades o rechazarlo agriamente porque viene a cambiarnos la
vida y le suponemos hostil. Algo así es lo que podemos sentir respecto a todo
lo que es «extranjero». Los «extranjeros» son como el hermanito que nos traen
los padres (en realidad, la Humanidad es un huérfano y los hermanitos,
simplemente, aparecen). Pero, en el mundo adulto, todo puede enconarse
demasiado.
Para prevenir esto, la escuela debería centrarse más en los
lugares más lejanos de la finca Tierra y ayudar a todos los niños a
familiarizarse con su extensa familia. La humanidad no tiene padre (visible),
pero hay hermanos mayores. Los niños se pelean por los juguetes y por los
recursos de sus vecinitos. Los humanos-niños hacen lo mismo, pero sus peleas
pueden ser desgarradoras y no hay adulto que los frene, así que nos hemos de
hacer humanos-adultos todo lo rápidamente que podamos o viviremos en la isla de El
señor de las moscas, donde
los niños –sin padre– aprenden a matarse.
En cierta manera no estaba tan mal aquella asignatura que se
presentaba como alternativa a la Religión, Civilizaciones y
hechos religiosos, creo que se llamaba. El señor Víctor Orban, presidente de
Hungría carga contra los países del oeste que permiten que otras
«civilizaciones y hechos religiosos» se cuelen en nuestro santuario cristiano.
Hombre de mirada pequeña. Hombre-niño que teme que otros hombres-niño vengan a
colarse en su intimidad, le estropeen los juguetes y le disputen la mantequilla
de la merienda.
Es comprensible, hace poco que la Europa del este tiene cuarto propio. Pero eso le
obliga a crecer deprisa. Si alguien piensa que Puigdemont no puede gobernar
desde Bruselas cómo espera que el padre de la humanidad pueda poner orden en la
casa desde el cielo. Si tenemos padres distintos, hagamos que hablen (papas,
popes e imanes se reúnen demasiado poco). Pero si esos padres resultan
impotentes, nos tendremos que hacer adultos todos, empezando por los hermanos
mayores.
Hay que empezar a preparar hoy a los ciudadanos
(hombres-adolescentes) del mañana que sabrán poner normas en toda la finca, que
sabrán dialogar y jugar juntos y enseñarse unos a otros a cuidar los juguetes.
Esos hombres-adolescentes (nuestros alumnos de hoy) deberán empezar a poner en
pie una Ciudadanía Universal (moneda, educación, justicia-economía…),
organismos para monitorizar y compartir los recursos del planeta, para
garantizar los proyectos razonables y velar por todos y cada uno de los que
nacen.
Sé que no estoy hablando ni siquiera del siglo XXIII. Pero cuanto más
tardemos en empezar, más sufriremos. Nuestros alumnos de hoy deben ser los que
mañana votarán sólo a partidos que hablen de convergencias y Ciudadanía
Universal. Que jamás votarán a partidos de hombres-niño que quieren seguir
siéndolo centrándose en su propio cuarto de los juguetes.
Y posiblemente sean
los padres de los primeros humanos-adultos del planeta, los que se dan cuenta
de que lo que pase en la calle les acabará afectando.
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