domingo, 14 de octubre de 2018

Acercar El Mundo


Tal vez, hayamos pecado demasiado de centrar el aprendizaje en el mundo cercano y en los procesos de vida que, de todas maneras, nos van a arrastrar porque nos son inmediatos. No se trata de «estudiar» nuestra comarca, sino de andarla y hablar de ella. El mundo se nos presenta en forma de gente que viene de lejos y de asuntos lejanos que nos afectan.

Si se te presenta lo extraño pueden pasar dos cosas: puedes empezar a ver extraña tu propia comarca ante una mirada más amplia o puedes encerrarte en tu estrecha mirada e intentar evitar ese peligro. Antes de que lo extraño venga y te fuerce mejor que tomes la decisión de conocerlo y encontrarlo más cercano.

La gente de los barrios «iba» a Madrid o Barcelona. Hoy, psicológicamente, el mundo se nos acerca a ojos vista. Aparece en nuestra vida como un hermanito que se presenta de golpe. Podemos estar ilusionados porque esperábamos su llegada, intrigados y llenos de interés porque promete novedades o rechazarlo agriamente porque viene a cambiarnos la vida y le suponemos hostil. Algo así es lo que podemos sentir respecto a todo lo que es «extranjero». Los «extranjeros» son como el hermanito que nos traen los padres (en realidad, la Humanidad es un huérfano y los hermanitos, simplemente, aparecen). Pero, en el mundo adulto, todo puede enconarse demasiado.

Para prevenir esto, la escuela debería centrarse más en los lugares más lejanos de la finca Tierra y ayudar a todos los niños a familiarizarse con su extensa familia. La humanidad no tiene padre (visible), pero hay hermanos mayores. Los niños se pelean por los juguetes y por los recursos de sus vecinitos. Los humanos-niños hacen lo mismo, pero sus peleas pueden ser desgarradoras y no hay adulto que los frene, así que nos hemos de hacer humanos-adultos todo lo rápidamente que podamos o viviremos en la isla de El señor de las moscas, donde los niños –sin padre– aprenden a matarse.

En cierta manera no estaba tan mal aquella asignatura que se presentaba como alternativa a la Religión, Civilizaciones y hechos religiosos, creo que se llamaba. El señor Víctor Orban, presidente de Hungría carga contra los países del oeste que permiten que otras «civilizaciones y hechos religiosos» se cuelen en nuestro santuario cristiano. Hombre de mirada pequeña. Hombre-niño que teme que otros hombres-niño vengan a colarse en su intimidad, le estropeen los juguetes y le disputen la mantequilla de la merienda.

Es comprensible, hace poco que la Europa del este tiene cuarto propio. Pero eso le obliga a crecer deprisa. Si alguien piensa que Puigdemont no puede gobernar desde Bruselas cómo espera que el padre de la humanidad pueda poner orden en la casa desde el cielo. Si tenemos padres distintos, hagamos que hablen (papas, popes e imanes se reúnen demasiado poco). Pero si esos padres resultan impotentes, nos tendremos que hacer adultos todos, empezando por los hermanos mayores.


Hay que empezar a preparar hoy a los ciudadanos (hombres-adolescentes) del mañana que sabrán poner normas en toda la finca, que sabrán dialogar y jugar juntos y enseñarse unos a otros a cuidar los juguetes. Esos hombres-adolescentes (nuestros alumnos de hoy) deberán empezar a poner en pie una Ciudadanía Universal (moneda, educación, justicia-economía…), organismos para monitorizar y compartir los recursos del planeta, para garantizar los proyectos razonables y velar por todos y cada uno de los que nacen. 

Sé que no estoy hablando ni siquiera del siglo XXIII. Pero cuanto más tardemos en empezar, más sufriremos. Nuestros alumnos de hoy deben ser los que mañana votarán sólo a partidos que hablen de convergencias y Ciudadanía Universal. Que jamás votarán a partidos de hombres-niño que quieren seguir siéndolo centrándose en su propio cuarto de los juguetes. 

Y posiblemente sean los padres de los primeros humanos-adultos del planeta, los que se dan cuenta de que lo que pase en la calle les acabará afectando.

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