A decir verdad, el protocolo social asume la moda y, al
cabo, se reduce a la escala del discurso de valores dominantes. Dejémoslo
claro: en estos tiempos se anda con ligereza, prima la franqueza igualitaria y
poco sentido tiene la morosidad del protocolo antiguo, adornado con detalles de
enfática y a veces pomposa caballerosidad. Por eso frecuentamos cada vez menos
la expresión aquí glosada: Nobleza
obliga, empleada para señalar que se actúa con honestidad, por
estimación propia. Con todo, pese a no figurar entre los dichos actuales más
repetidos, aún figura en el acervo coloquial. Como ahora veremos, su origen es
ciertamente curioso.
Los estudiosos atribuyen el diseño de la frase al francés
Pedro Marcos Gastón, duque de Levis (1755-1830). En buena medida, fue éste un
escritor de ideas contradictorias y a veces desconcertantes.
Por lo que
sabemos, simpatizó con los principios revolucionarios al tiempo que buscaba
sentido a sus fidelidades monárquicas. No en vano, buena parte de los honores
que se le concedieron tienen un matiz cortesano: Luis XVIII quiso que fuera su
consejero privado y también figuró entre los pares de Francia. Hasta nosotros
han llegado tres obras en las que Levis reunió sus enseñanzas más notables: Consideraciones
morales sobre la hacienda, De los empréstitos y Máximas
y reflexiones.
Aunque la expresión Nobleza
obliga figura
en los escritos del duque, otros autores la emplearon con anterioridad. Tal es
el caso del romano Boecio, traductor al latín de Porfirio, Platón y
Aristóteles, y filósofo cabal, que subrayó su compromiso con la lógica, la
dialéctica y la aritmética. Encarcelado por traición, Boecio escribió en su
celda la obra que lleva por título De consolatione philosophiae. Precisamente
en el libro III de esta entrega figura la prosa VI, donde cabe leer lo
siguiente: «Y si alguna cosa buena tiene la nobleza en sí, pienso yo esto solo:
poner en necesidad a los de noble linaje que se esfuercen a seguir la virtud de
sus antepasados».
Cuando la frase del duque de Levis alcanzó una dimensión
decididamente popular, hubo otros autores que aprovecharon el mismo concepto
con fines literarios. En este marco, Néstor Luján recuerda una comedia en cinco
actos, estrenada en 1859 por M. A. de Keraniou: Noblesse oblige.
Reconoce Luján que la pieza contribuyó a incrementar la fama del dicho, pese a
que un crítico muy severo llegó a decir que «por su inverosimilitud, por la
vaguedad de los caracteres principales acusa la inexperiencia del autor».
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