Los seres humanos,
algunos en ciertas etapas, otros en todas las etapas de desarrollo de la
personalidad, presentamos un patrón de comportamiento mediante el cual tendemos
a evadir y no asumir responsabilidad sobre las consecuencias de nuestros actos,
adjudicando dicha responsabilidad a otras personas.
Cuántas veces hemos
sido testigos de situaciones en las cuales un(a) estudiante, independiente del
nivel que curse, cuando las calificaciones son bajas o reprueba, se justifica
argumentando que el o la docente le tenía inquina o no explicaba bien. En vez de
reconocer que no había estudiado o no dedicó la atención debida a la clase,
recurre a la justificación y responsabilizar al o la docente.
Cuando una persona
no tiene empleo, quizá busca y no encuentra, o cuando es despedida de su
trabajo, en ambos casos muy difícilmente acepta que ello se debe a que no
cumple los requerimientos del cargo que busca, o no llenaba las expectativas de
los empleadores. En estas circunstancias recurre a señalar a otras personas,
argumentando que gestionan para que no les den empleo o para que los despidan.
Los ejemplos son
innumerables, porque este patrón de comportamiento se manifiesta independiente
de raza, credo religioso, sexo, edad, capacidad económica, preparación
académica, etc., es decir, no tiene fronteras. Pareciera que tiene raíces
genéticas y es afinado en la vida
cotidiana.
Dicho patrón de
comportamiento está presente desde siempre; la Biblia, en el libro de Génesis
3:11-13, relata que cuando Adán desobedece a Dios y Este le pregunta "¿qué
has hecho?", él responde: la mujer que me diste por compañera medio del
fruto prohibido, y entonces yo comí. No asumió su responsabilidad, por el
contrario, recurrió a culpabilizar primero a quien le había dado la vida, y
luego a la mujer que era sangre de su sangre y huesos de sus huesos.
En la vida las
decisiones que se toman y las acciones que se ejecutan son innumerables, y en
muchas de ellas se rehúye asumir responsabilidad sobre las consecuencias y se
opta por achacar culpabilidades a terceras personas, muchas veces por temor a
señalamientos, represalias o castigos.
Culpabilizar no
permite enmendar errores, en el tanto, es un mecanismo mediante el cual las
personas se tapan los ojos para no ver y negarse a aceptar la autoría de los
desaciertos cometidos.
Cada quien es
responsable por su presente y su futuro. Hay que tener presente que las
actuaciones, correctas o incorrectas, no son más que una siembra, la cual, a la
corta o a la larga, dará fruto bueno o malo.
Aceptar la
responsabilidad de los errores, fracasos y principalmente las consecuencias,
prepara a la persona a entender el para qué de lo que ocurre en su vida, así
mismo, fortalece el carácter con humildad y crea condiciones para nuevos
retos y ser asertivo(a) en lo que se emprende.
Si se pidiera que
levanten la mano quienes han presentado ese patrón de comportamiento,
posiblemente la gran mayoría las levantaríamos. Por lo tanto, dispongámonos al
cambio y erradicarlo de nuestro comportamiento.
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