Lo hacemos todos.
En unas épocas somos más conscientes que en otras. Creo que al “envejecer” sentimos esa necesidad de modo más imperiosa
y urgente. Tratamos de edificar nuestra casa y ayudar
a otros a construir la suya.
Es la llegada al
final del viaje que hacemos cada uno:
Sabemos que estamos en un momento decisivo.
No hay que perdernos en cosas
secundarias. Además, ese tiempo que pueda quedar, pasa cada día más deprisa. Un
año sobre 80 se reduce a la mitad comparado con uno sobre 40
Puede haber muchas posturas
frente a esa constatación. Tengo la convicción de que lo mejor es mirar solo el
presente. Ocuparse poco del pasado y construir el futuro desde la Esperanza,
aunque vaya a ser corto. Pues este futuro también existe y se nos da para seguir haciendo algo significativo. Además está el otro porvenir definitivo, regalo total y a
la vez ganado cumpliendo aquí la propia misión. De él nos dice la experiencia
de San Pablo que “Ni ojo vio, ni oído oyó…” 1Cor 2,9.
Bueno, y en este
viaje, lo importante es el camino. Allí
donde vas poniendo el pie cuando avanzas. Aunque te gustaría volar, hay que
seguir pisando tierra. ¡Cuánta tierra hemos pisado ya!… Ella nos ha mantenido a
flote, nos daba en cada momento el punto de apoyo para levantar el otro pie y
seguir por los caminos de Dios. Repito que lo esencial es el camino, la marcha
hacia… La llegada, cuando sea. Pues, también el punto hacia dónde vamos, viene
hacia nosotros muy deprisa. “Mil años son un ayer”.
Sal 89, 4.
Y cuáles han sido tus apoyos en ese viaje
único, personal y comunitario. Son siempre distintos, aunque haya una cierta
unidad entre ellos. Te apoyabas en tus propias fuerzas,
en tu saber, en la
compañía de personas cercanas a ti. Mirabas de plantar tu pie en roca segura,
donde no te hundieras ni tambalearas. Si tenías Fe, esa Roca era algo sólido,
era Dios mismo.
Desde la atalaya de tus años puedes constatar que incluso la
idea que tenías de Dios ha ido siendo cada vez más firme. Suponiendo, claro,
que tu experiencia de Él haya evolucionado a lo largo de tu existencia. Esa
evolución en la imagen que tienes de Él es todavía más importante que el
cambiante mapa de tus distintas edades por las que has pasado, y de los
cambiantes estilos en el modo de cumplir tu misión.
Él es tu camino. Él es tu Meta hacia donde te
diriges definitivamente. Te espera con los brazos abiertos. Como a uno de sus
hijos queridos que, tras su aventura por el mundo y cumplido el encargo
recibido, está llegando a la casa paterna. Alégrate del viaje y de todo lo que
has construido para ti y para los demás, y goza también de estar ya de vuelta y
llegando… Mientras tanto “No dejes que pase tu tiempo sin más”.
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