“Tan negativa es la emoción desaforada sin el freno de la
razón, como la razón
sin el impulso de la emoción”
Anónimo
No pocas personas consideran que el desarrollo de la razón y
la emoción en el hombre son procesos independientes y en cierta medida
antagónicos. Sin embargo, gracias a las influyentes aportaciones de
científicos, neurólogos, filósofos y psicólogos, hoy se puede evidenciar la
convergencia existente entre estas dos dimensiones esenciales de la existencia
humana.
Hoy en día, estudios sobre el análisis del comportamiento
humano consideran en primer lugar la subjetividad, ya que al momento de la toma
de decisiones el hombre no solamente tiene en cuenta los análisis racionales,
sino que dependiendo del momento, la situación y la circunstancia, la carga
emocional termina superponiéndose a la lógica de la razón.
Con lo anterior, se evidencia que el papel de la toma de
decisiones no es un problema de poca monta, ya que por medio de ellas los
hombres trazan los destinos y el sentido de sus propias vidas y, entre otras
cosas, deciden la manera de invertir sus ingresos y los mandatarios que los van
a gobernar.
Es decir que las acciones humanas contienen algo más que
juicios, planes estratégicos, procedimientos y convicciones, ya que las mismas
están cargadas de un contenido emocional de donde resulta fiable afirmar que la
razón sin sentimientos es ciega.
A hora bien, se puede afirmar que el actuar del individuo
está constantemente acechado por la incertidumbre sobre en qué momentos
es la razón quien domina la emoción y en qué casos es más dominante la emoción
y más ineficaz la razón; incertidumbre que podríamos formular en el siguiente
cuestionamiento: ¿Cómo lograr mantener el equilibrio inteligente entre la
mente racional y la emocional favoreciendo el desarrollo de las competencias
sociales del individuo?
Para intentar responder lo anterior, vamos a revisar algunos
autores que han hablado al respecto. Rubinstein dice que la emoción aparece
como el nivel de conciencia subjetiva (sentimiento- feeling), que la
persona experimenta frente a un estímulo tanto interno como externo, que se
puede llegar a evidenciar y manifestar desde diferentes dimensiones, por
ejemplo, la dimensión fisiológica (en los cambios corporales internos), en una
dimensión expresiva y motora (en la manifestaciones conductuales externas), y
en una dimensión cognitiva (funcionamiento mental.
En la misma dirección, Joseph LeDoux, destacado neurobiólogo
de la Universidad de Nueva York, explica que el concepto emoción abarca una
respuesta corporal, compuesta de una parte vegetativa (sudoración,
vasoconstricción o vasodilatación de los vasos sanguíneos de la piel, que
producen respectivamente, palidez o enrojecimiento, temblor, etc.) y una
respuesta motora, que da lugar a la expresión somática, gestual de las
emociones (expresiones faciales, posturas, gestos de protección).
Aristóteles, por ejemplo, en la Retorica considera
que las emociones son la reacción inmediata del ser vivo con situaciones que
pueden ser favorables o placenteras, y otras que por el contrario pueden ser
desfavorable o dolorosas, la cual basta para poner en alarma al ser vivo y
disponerlo para afrontar la situación con los medios a su alcance. Aristóteles
concibe que las emociones posean elementos racionales como creencias y
expectativas, razón por la que es considerado el precursor de las teorías
cognitivas de la emoción.
Descartes, por su parte en las Pasiones del Alma, presenta
a las emociones como afecciones, es decir, modificaciones pasivas causadas en
el alma y por el movimiento de las fuerzas mecánicas que obran en el cuerpo. La
función de las emociones es incitar al alma a permitir y contribuir a las
acciones que sirven para conservar el cuerpo o hacerlo más perfecto. Considera
que existen seis emociones simples y primitivas: el asombro, el amor, el
odio, el deseo, la alegría y la tristeza y que todas las demás están compuestas
o son derivadas de estas.
Muchas de las obras existentes en la filosofía moderna
insisten en la idea latente o explícita de que las verdades profundas no son
únicamente intelectuales sino que son producto de una existencia
multidimensional y emocional. Tal vez la más representativa de entre todas
estas doctrinas sea la de Spinoza, quien a partir de un análisis sobre las
pasiones humanas en La ética demostrada según el orden geométrico, presenta
la íntima relación entre las emociones y las acciones políticas.
Por otra parte, las doctrinas que niegan el significado de
las emociones consideran que el mundo es racionalmente perfecto y que garantiza
de manera absoluta la existencia y realización del individuo. Es decir, que el
mundo al ser racional no contiene amenaza alguna para el hombre. Desde esta
perspectiva, se evidencia cómo para los estoicos las emociones no tienen
significado ni función alguna, puesto que la naturaleza ha proveído de modo
perfecto a la conservación y al bien de los seres vivos, brindando a los
animales el instinto y al hombre la razón. Por lo tanto, para el estoicismo,
las emociones son consideradas como perturbaciones del ánimo, como opuestas a
la razón.
Alberto Maturana nos invita a reflexionar con respecto a lo
meramente racional, indicando que, frecuentemente, se declara que lo que
distingue al ser humano de los otros animales es su naturaleza racional. Pero
realmente decir que la razón caracteriza a lo humano es una anteojera, y lo es
porque nos deja ciegos frente a la emoción que queda desvalorizada como algo
animal o como algo que niega lo racional, es decir, que al declararnos seres
racionales vivimos una cultura que desvaloriza las emociones y no vemos el
entrelazamiento cotidiano entre razón y emoción que constituye nuestro vivir
humano y no nos damos cuenta de que en el fondo “todo sistema racional
tiene un fundamento emocional”.
Otras importantes investigaciones, como las del psicólogo
Goleman en compañía de Mintzberg y otros especialistas, plantean que el ser
humano tiene dos mentes. La primera de ellas: la mente emocional
(emotional mind), que actúa como un motivador, una fuerza impulsora que da
vida, ya que trasmite pasión, alegría e iniciativa, describiendo y valorando el
estado de bienestar en la que se encuentra cada sujeto; distinguiéndose por
percibir sensaciones, relaciones, generar corazonadas, ser poderosa,
influyente, a veces ilógica y rápida descartando la reflexión deliberada y
analítica que es el sello de la mente racional, siendo propensa a la creatividad
y a la intuición.
Estas aptitudes se le atribuyen al hemisferio derecho.
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