El talabartero fue uno de los artesanos más importantes del
mundo antiguo, encargado de fabricar y reparar, junto con el guasquero, todos
los aperos de monta, fabricados en cuero. El cuero es la piel de distintos
animales, criados o salvajes, que mediante diversos procesos químicos que
mejoran su conservación se convierte en un material flexible y resistente.
Las curtiembres, hasta hace pocas
décadas, eran conocidas por destrozar el terreno que las rodeaba y por los
altos riesgos que corrían sus operarios. Ahora la industria de la curtiembre ha
avanzado mucho en el tratamiento de sus residuos y en la seguridad de sus
empleados, aunque sigue siendo un trabajo de alto riesgo.
Lejos de todo esto, el talabartero sigue cumpliendo su
oficio, aunque en menor medida que antes. Un talabartero de ciudad es más bien
un artesano que crea maravillas con cueros finos, desde monturas para caballos
hasta rebenques, botas y artículos decorativos para quienes practiquen
equitación o jueguen polo.
En los pueblos sobreviven los talabarteros más
tradicionales, que reparan más que fabrican.
Allí donde el caballo aún es un
medio de transporte y una herramienta de trabajo, los aperos siguen siendo
posesiones preciadas y expuestas a duros trabajos, lo que hace necesaria su
frecuente reparación. Un talabartero, en su taller y con sus herramientas
tradicionales, se ocupa de renovar y reparar estos elementos con sus manos, las
que tras años en el oficio están tan curtidas como los cueros que trabaja con
amor.
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