El hecho de que cada uno de nosotros
se acueste en la noche en la misma cama que nos levantamos en la mañana, ya es
un milagro cotidiano. Todos los días todos somos protagonistas de un milagro
porque nadie puede asegurarnos ni garantizarnos que nos acostaremos a la
noche en la misma cama que nos levantamos ese día.
Todos los días atravesamos riesgos
que sorteamos con recursos que nosotros tenemos, y muchas veces desconocemos,
desvalorizamos, negamos y no desarrollamos.
No hay seguridad contra los riesgos
de la vida y es maravilloso que esto ocurra. Porque como la vida no nos ha sido
garantizada de antemano, es que estamos en condiciones de desarrollarnos como
seres humanos. De salir al mundo y desarrollarnos, en un mundo que nos prueba y
que nos hace preguntas, como decía el gran terapeuta, médico y filósofo Víctor
Frankl: Nosotros hemos venido a esta vida, no a hacerle preguntas a la
vida sino a responder las preguntas que la vida siempre nos hace.
Y como nos hace preguntas la vida,
decía Frankl (a través de situaciones), porque la vida no habla, con palabras,
pero habla con las situaciones que pone delante de nosotros en cada minuto de
nuestra existencia. Por lo tanto los riesgos que tememos correr muchas
veces son preguntas que la vida nos hace. Hay riesgos que nosotros desconocemos
y que forman parte de la vida misma.
Es cierto que hay otros riesgos que nosotros creamos con
nuestra inconciencia, a veces con nuestra omnipotencia, a veces con nuestra
creencia de que los límites no tienen ninguna función, y que por lo tanto no
hay que tener límites, cuando en realidad los límites orientan, sanan,
fortalecen y enseñan.
Hay límites que corremos porque la gula por el lucro
lleva a desarrollos insensatos de ciertas líneas de la ciencia, de ciertas
líneas de la tecnología o de la economía, y esos son riesgos evitables.
Hay riesgos que corremos porque quienes deben protegernos,
porque se han propuesto para eso, a través de funciones públicas o
políticas, no las cumplen y nos dejan a merced de una inseguridad
perfectamente evitable. Pero hay otras inseguridades que son parte misma de la
vida, entonces hay que deslindar: ¿Cuáles riesgos son gratuitos? y ¿cuáles
riesgos vienen con la vida?, porque a los riesgos que vienen con la vida hay
que saber vivirlos, porque si nos tratamos de asegurar contra todo, y nos
vamos encerrando en barrios privados, en departamentos blindados, en autos
blindados con vidrios polarizados, en cuartos con Panic Room, de que nos
estamos defendiendo, de quién nos estamos cuidando en definitiva: del
otro, del semejante, del prójimo. De aquel que si no nos nombra de alguna manera
dejamos de existir, si no nos mira de alguna manera dejamos de existir. El otro
es una condición necesaria de nuestra propia existencia.
Cuando comenzamos a
temerle, a sentirlo sospechoso, a creerlo portador de alguno de los riesgos que
tememos, empezamos a fragmentarnos, a encapsularnos y finalmente
terminamos temiéndole a la vida. Tanto asegurarnos de vivir, termina
asegurándonos de no vivir, más que asegurarnos de vivir con sentido.
¿Quién dijo que la vida era fácil?. Esto de que no pasa nada, de que es todo divertido, o que todo es gracioso, en realidad es una visión desmedida de un mundo sin riesgos, una mirada diríamos adolescente, inmadura, de que se puede estructurar un mundo sin riesgo alguno.
Definitivamente nuestra
elección por “vivir la vida” implica aceptar todos los riesgos que el simple
hecho de estar vivos nos impone, una condición ineludible de la cual no podemos
correr el riesgo de ser excluidos.
Hugo W Arostegui