jueves, 6 de febrero de 2020

Enajenados


“La salud mental y la supervivencia de la civilización exigen que renazca el espíritu de la Ilustración, un espíritu inflexiblemente crítico y realista, pero liberado de sus prejuicios excesivamente optimistas y racionalistas, y que a la vez se reaviven los valores humanistas, no proclamados, sino practicados en la vida personal y en la vida social. 

Creo que el individuo no puede entablar estrecha relación con su humanidad en tanto no se disponga a transcender su sociedad y a reconocer de qué modo ésta fomenta o estorba sus potencialidades humanas. 

Si le resultan «naturales» las prohibiciones, las restricciones y la adulteración de los valores, es señal de que no tiene un conocimiento verdadero de la naturaleza humana. Creo posible la realización de un mundo en que el hombre pueda “ser” mucho aunque “tenga” poco. ”


Ahora quisiera entrar un poco más detalladamente en lo que, a mi parecer, es lo decisivo de este «malestar », de esta «enfermedad del siglo». Lo esencial de la enfermedad que padece el hombre moderno es la enajenación. Después de haberse olvidado durante decenios, el concepto de la enajenación ha recobrado popularidad últimamente. Hegel y Marx lo emplearon, y con razón, podrá decirse que la filosofía del existencialismo es en el fondo una rebelión contra la creciente enajenación del hombre en la sociedad moderna.

¿Qué es propiamente la enajenación? Dentro de nuestra tradición occidental, lo que significa la enajenación representó ya un papel importante, aunque no bajo el título de «enajenación», sino bajo el título de «idolatría», como lo emplearon los profetas. 


Muchos creen ingenuamente que la diferencia entre la llamada idolatría y la fe monoteísta en un solo Dios verdadero no es sino una diferencia numérica: los paganos tenían muchos dioses, mientras que los monoteístas creen en un solo Dios. Sin embargo, no es ésta la diferencia esencial. Para los profetas del Antiguo Testamento, lo esencial del idólatra es que adora la obra de su mano. Toma un trozo de madera, lo corta a la mitad, y con una mitad hace fuego, por ejemplo, para cocinar una torta; y con la otra mitad del trozo de madera, se talla una figura para adorarla. Y sin embargo, lo que adora es una cosa. Es una cosa que tiene nariz, pero no huele, tiene orejas pero no oye, tiene boca y no habla.


¿Qué ocurre en la idolatría? Entendiéndola como la entendieron los profetas, ocurre en ella exactamente lo que, según Freud, sucede en la “transferencia”. En mi opinión, la transferencia que conocemos en el psicoanálisis es una manifestación de la idolatría.


El hombre transfiere la vivencia de sus propias actividades o de sus propias experiencias —de su capacidad de amar, de su facultad de pensamiento— a un objeto exterior. Este objeto puede ser otro hombre o una cosa de madera o de piedra. En cuanto el hombre ha establecido esta relación de transferencia, ya sólo entra en relación consigo mismo a través de su sumisión al objeto al que ha transferido sus propias funciones humanas. Amar de manera enajenada, idolátrica, significa entonces: yo amo sólo si me someto al ídolo al que he transferido mi bondad. O bien: yo sólo soy bueno si me someto al ídolo al que he transferido mi bondad. Y lo mismo sucede con la sabiduría, con la fuerza, e incluso con todas las cualidades humanas.

Cuanto más poderoso sea el ídolo, es decir, cuanto más yo le transfiera de mi esencia, tanto más pobre seré yo y tanto más dependeré de él, porque estaré perdido si lo pierdo a él, a él a quien todo lo he transferido. La transferencia del psicoanálisis no es fundamentalmente diferente. 


Claro que, en este caso, se trata casi siempre de transferencias paternales y maternales, porque el niño ve en el padre y en la madre a aquellos a quienes ha transferido sus propias experiencias. Pero lo esencial no es que el niño transfiera al padre y a la madre, sino el hecho mismo de la transferencia por la cual el hombre inmaduro se busca un ídolo. Si encuentra un ídolo al que pueda adorar toda su vida, no tendrá ya que desesperar.


Éste es uno de los motivos, a mí parecer, de por qué a muchos les gusta tanto ir al psicoanalista y no quieren dejar de ir, y de por qué sociedades enteras eligen unos supuestos caudillos tan vanos y mudos como los ídolos de la antigüedad, pero que también estimulan la transferencia como sometimiento.

Naturalmente, en la sociedad moderna ya no hay un Baal ni una Astarté. Pero como solemos confundir las palabras y los hechos, estamos muy dispuestos a convencernos de que ya no existen los hechos cuando las palabras han dejado de decirse. 


En realidad, volvemos a vivir hoy en una sociedad que, en comparación con siglos pasados, es mucho más pagana e idolátrica.


En Medio De Todos


La soledad es un sello de la época: la sufren los que no encuentran con quién hablar las cosas importantes, que a veces son las que parecen las más mínimas y banales.

Tan rodeados de gente y tan solos. Tanta hiperconexión y tanto aislamiento. Tanto ruido y tanto silencio. La soledad es un sello de la época: la sufren los que no encuentran con quién hablar las cosas importantes, que a veces son las que parecen las más mínimas y banales. La adolescencia y la juventud son etapas de la vida donde lo social es un aspecto esencial.

Los grupos y las relaciones interpersonales condicionan las subjetividades y funcionan como tablas de salvación en el naufragio que puede resultar del viaje por ese océano de dudas, inseguridades, amarguras eufóricas, festejos depresivos y contradicciones emotivas por el estilo.

Pero las noticias cada vez más frecuentemente hablan de adolescentes y jóvenes que deciden poner fin a sus vidas. No funcionan para ellos y ellas los vínculos sociales: ni la escuela ni el barrio ni el club ni el grupo de amigos. Sino todo lo contrario: esos entornos son más de una vez los que los empujan al abismo.

Las estadísticas demuestran que el suicidio adolescente es una problemática en aumento a nivel global. Según la Organización Mundial de la Salud, cerca de 800.000 personas se suicidan cada año.

En 2015 esta fue la segunda causa principal de muerte en el grupo etario de 15 a 29 años en todo el mundo. Hay múltiples razones que pueden llevar a tomar esta trágica determinación. Además de los trastornos mentales y las adicciones, la OMS cita que muchos suicidios se producen impulsivamente en momentos de crisis que menoscaban la capacidad para afrontar las tensiones de la vida, tales como los problemas financieros, las rupturas de relaciones y las enfermedades.

Violencias, abusos, hostigamientos son otros desencadenantes. Asimismo, las tasas de suicidio son elevadas entre los grupos vulnerables objeto de discriminación, como los migrantes, los reclusos y las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transexuales e intersexuales.

La OMS también dice que mantener el tema bajo un manto de silencio no hace más que estigmatizar a quienes atraviesan momentos delicados y los disuade de buscar ayuda. Con esa premisa, el director de Salud Mental de Entre Ríos, Carlos Berbara, habló recientemente sobre el tema en una entrevista para el canal web UNO TV y recomendó a los padres compartir tiempo con sus hijos, en cantidad y en calidad, y estar atentos a sus preocupaciones cotidianas. 

Para quien se ve al borde del precipicio, es reconfortante saber que otras personas pasaron por momentos similares y pudieron sobrellevarlos y hasta ser felices.

En un mundo de hipercomunicación estamos cada vez más solos. El oído atento es casi una rareza en medio de tanto ruido.


Procura desarrollar tu personalidad y proyectarla con respeto sobre los demás. Cuando hables con otras personas interésate en ellas y en sus opiniones, pero ten en cuenta que no son más que eso: opiniones.

Para agradar a las personas no necesitas alardear, simplemente ser sincero, con buen sentido del humor y con un carácter que proyecte seguridad y confianza.
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La Opinión De Los Otros


Es indudable que las actitudes personales definen nuestra vida. A su vez, el mundo nos está influenciando constantemente para que tomemos diferentes caminos que convenientes, o no tanto, y la gente que nos rodea es la que tiene mayores posibilidades de ejercer una influencia directa en nuestras acciones. ¿Cómo puedes medir el nivel de influencia de los demás en ti?

Si bien es importante conocer la opinión de ciertas personas porque todos podemos enriquecernos mutuamente, que te preocupe demasiado lo que piensan los demás puede ser contraproducente para tu vida diaria. 

Un signo típico que demuestra lo mucho que te importa la opinión de los demás es complacer a todo el mundo para agradarle. Sin duda, esta es una fórmula para el fracaso…

Anteponer los deseos de otras personas a los tuyos los termina beneficiando solo a ellos. No temas a provocar discordia con tus amigos. Sorprendentemente, a la gente le gusta que otras personas tengan carácter y personalidad. Si siempre te adaptas a los deseos de otros, nunca vas a conocer los propios y, probablemente, alejes más gente de la que atraigas.

Aprovechar cualquier oportunidad para alardear de todas las cosas que has realizado y hacer sentir a los otros menos importantes es signo inequívoco de que te interesa que los demás sepan quién eres. Es posible que, efectivamente, logres impresionarlos, pero no necesariamente de una forma positiva.

La retroalimentación es buena si la tomas como una opinión y no un juicio final. 

Cuando las personas opinan acerca de ti, escúchalos y reflexiona sobre los comentarios, si esto te sirve para mejorar en algún aspecto, pero no es necesario que te tomes tan en serio esas opiniones, al punto que lleguen a afectar tu carácter y modificar lo que realmente eres.

Si la actitud de los demás ejerce un peso demasiado grande sobre ti, significa que tienes una personalidad muy débil e influenciable. Presta atención a este punto, pues algunas personas pueden llegar a manipularte para que reacciones como ellos quieren.

La gente que no sabe decir “no” a las demás personas también suelen ser aquellas a quienes les importa mucho lo que otros digan. Aprender a negarte de vez en cuando es fundamental, ayuda a que tengas firmeza en tus ideas y decisiones y también evita que la gente intente abusar de ti.


Este último punto es el más importante, ya que este comportamiento puede afectar todas las decisiones importantes que hagas en tu vida. Tus amigos y familiares cercanos son las personas que más influencia van a tener en ti y una buena parte de esa influencia no necesariamente siempre será lo mejor…

Si tus padres, amigos o quienes fueren, fijan una expectativa para ti y no concuerda con lo que tú deseas, considera ignorar – respetuosamente – sus sugerencias. Aunque siempre estamos influenciados por alguien, procura que aquellos que te inspiran vayan en la misma línea que tú te planteas.

Por lo general, los mejores mentores están fuera de nuestro círculo social cercano y te darán una opinión de tus metas con mayor imparcialidad.

Procura desarrollar tu personalidad y proyectarla con respeto sobre los demás. Cuando hables con otras personas interésate en ellas y en sus opiniones, pero ten en cuenta que no son más que eso: opiniones.

Para agradar a las personas no necesitas alardear, simplemente ser sincero, con buen sentido del humor y con un carácter que proyecte seguridad y confianza.
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miércoles, 5 de febrero de 2020

La Capacidad Mental

Un equipo internacional de científicos ha desarrollado un método para evaluar la inteligencia y la personalidad a partir de datos neurofisiológicos del cerebro humano. Los resultados revelan la existencia de un vínculo entre las características del electroencefalograma (EEG), las capacidades mentales y los rasgos de personalidad.

Los investigadores analizaron el EEG registrado mientras diversos participantes realizaban tareas cognitivas elementales. De acuerdo con las características particulares halladas en la estructura del EEG, se dividió a los participantes en tres grupos. Para los sujetos de cada grupo se aplicó el cuestionario del factor de personalidad 16 (16PF), que evalúa 16 rasgos de personalidad. Cada grupo exhibió una puntuación diferente en la escala de personalidad, como calidez, razonamiento, estabilidad emocional y dominio.

A grandes rasgos, los sujetos del grupo I podían realizar tareas que nunca antes habían hecho de un modo inmediato y mantener su eficiencia de trabajo a un ritmo relativamente alto, pero la creatividad y el intento de optimizar su trabajo llevaron a una disminución de su eficiencia de trabajo. 

Los sujetos del grupo II intentaron desarrollar una estrategia para simplificar el desempeño de la tarea, con lo que demostraron una mayor eficiencia de trabajo que los sujetos del grupo I. 

A diferencia del grupo II, los sujetos del grupo III realizaron la tarea sin ningún intento de desarrollar una estrategia para simplificarla; aunque su eficiencia de trabajo se mantuvo alta, parecen tener dificultades para mantener una elevada eficiencia de trabajo durante un tiempo prolongado.

En resumen, se halló un vínculo entre las características del EEG, las capacidades mentales y los rasgos de personalidad. Según los autores, es interesante destacar que el factor de inteligencia, que era muy bajo en los sujetos del grupo II y no reflejaba su creatividad en el desarrollo de nuevas estrategias, finalmente resultó en un rendimiento laboral mucho más alto.


La Jaula Interior

El trastorno de la personalidad evitadora es relativamente usual, aunque no frecuentemente diagnosticado. Se caracteriza por un gran retraimiento, que inhibe a la persona socialmente a un grado extremo. La personalidad evitadora elude la actividad social y se muestra altamente sensible a cualquier crítica o evaluación negativa que se haga de él.

Quien tiene una personalidad evitadora se siente inadecuado. Piensa que es inferior a los demás y que fácilmente resultará rechazado, humillado o ridiculizado por otros. Tiene además la percepción de que siempre está siendo observado y criticado, por lo cual permanece sumergido en muchos sentimientos de temor.

Los rasgos más frecuentes en una personalidad evitadora son muy específicos. Por eso, vamos a ver a continuación cuáles son para así poder identificarlos a partir de ahora.

· Suele mostrarse desconfiados, pero esta desconfianza se debe más al miedo a encontrarse en un compromiso o a ser considerado inferior a los demás, que al miedo a que las demás personas les hagan daño.

· Sufre inquietud o angustia cuando está solo, porque piensa que será incapaz de cuidarse a sí mismo o de protegerse de eventuales amenazas.

· Le cuesta tomar decisiones si no cuenta con una buena dosis de consejos de otros, o señales de aprobación y estímulo suficientes.

· Tiene grandes dificultades para expresar sus desacuerdos, pues teme ser rechazado o desaprobado por ello.

· Su deseo de aceptación es tan alto, que muchas veces se ofrece voluntariamente para hacer tareas desagradables o sacrificios notables por los demás.

· Procura delegar en otros la responsabilidad sobre las áreas más importantes de su vida.

· Le cuesta mucho trabajo tomar iniciativas o emprender proyectos. No confía en sus propios razonamientos y presume que será incapaz de realizaciones, aunque tenga el interés o la motivación para actuar.

· Establece pocas relaciones y estas le generan fuertes vínculos de dependencia. Si una de estos lazos se rompe, buscará afanosamente sustituirlo por otro. No tolera la soledad, pese a que la busca.

· Su miedo al abandono rebasa las fronteras de lo razonable.

La personalidad evitativa suele haber vivido una infancia en la que sus necesidades no se han visto cubiertas por parte de sus cuidadores. Debido a esto, se desarrolló la evitación como manera de supervivencia.

Se considera que los rasgos mencionados solamente configuran un trastorno como tal si son excesivamente marcados y conducen a un estilo de vida en el que predomina la desadaptación.

Si el temor a ser evaluado negativamente se convierte en imposibilidad para estudiar, trabajar o salir de casa, hablamos de un trastorno. Si, en cambio, estos rasgos no llegan a impedir un funcionamiento relativamente normal, hablamos de una tendencia a la evitación.

Depredadores


Si usted es o cree que podría ser víctima de los depredadores sociales es recomendable que conozca las características y las formas de enfrentarlos. Este artículo tiene ese interés, apoyarlo en no caer en las garras de esos personajes, y si ya lo está, darle pautas para liberarse de ellos. 

Algunos que están viviendo esta experiencia se preguntarán: ¿Cómo una persona puede dedicar tanto tiempo, tantas energías y tantos recursos para dañar a otras personas? Este tipo de persona hacen de sus seres queridos las principales víctimas y, al mismo tiempo, los culpables de su malestar. Por lo general, son personas que provienen de familias disfuncionales, con ausencia afectiva o abandono durante la niñez, la falta de afecto la remplazan con el resentimiento, por lo cual crecen con la mentalidad de destruir y no de construir: de aplastar al otro, en un juego de suma cero, en la que sólo admiten un vencedor: ellos. Con esta gente no existe el ganar-ganar. Es una correlación inversamente proporcional. No existe el punto medio. La otra persona es o existe, en la medida que logra ser asimilada por el depredador, es decir, “eliminada” en su voluntad.

La razón y la verdad están de un solo lado, y la mentira y la culpa, del otro lado, aquí no hay dos para bailar un tango. Si yo te hago algo es porque vos me provocaste, es un victimario que trata de fingir ser la víctima para legitimar la agresión, no asumiendo las responsabilidades de sus actos. Es lo que yo llamo depredadores sociales, gente que sabe escoger a su presa para agredirla cuando le plazca, porque haciendo eso encuentran satisfacción y un escape a su estado de frustración. Por lo general, estas personas son bien selectivas, estudian a su blanco, cuando lo tienen ubicado, se presentan ante él o ella como muy encantadores, pero no tardan mucho en dar el zarpazo y en desenmascararse. Se caracterizan, en general, por ser vividores: es una relación de los givers (los que dan) y los takers (los que reciben). 

Son tan hábiles que no escogen a personas iguales a ellos, por el contrario, buscan a aquellos que tienen principios y tiempo para dedicarlo a los demás, y es ahí donde los desangran, se aprovechan de la bondad del otro. Por ello, buscan a personas buenas, quienes muestran las cartas en la mesa, y, que a diferencia de ellos, no las esconden, esto les da cierta ventaja para lograr su cometido. Pues ellos se las ingenian para poner las reglas del juego que quieren hacerlo a uno jugar, o dicho también de otra manera, son habilidosos para hacer trampas, tratando de generar en el otro un estado de ansiedad.
 
Este tipo de relación es desgastante, no se sabe cuál es la próxima movida, cuál es el flanco donde atacará en la siguiente ocasión, en qué escenario y con qué fin. Los ataques pueden ser físicos en dependencia de qué tan débil es la presa, pero también psicológicos. No escatiman el tipo de recursos debido a que no tienen escrúpulos. Su deseo de control es tal que ensayan diferentes tipos de estrategias: unas veces veladas otras encubiertas, pero siempre con un mismo fin: acechar para debilitar al otro hasta destruirlo si es necesario, el medio no importa y la forma tampoco: puede por la vía física, jurídica, económica, psicológica: a través de los hijos: sí, a ellos no les importa que los hijos sufran lesiones psicológicas, ¿pero qué saben ellos de ser padres si no los tuvieron o no tienen referencia de ser hijos? 

Siempre están maquinando, ocultando algo, y no fácilmente develan lo que están pensando. Son personas que todo lo calculan, es una relación de causa efecto: si hago esto, el resultado será éste. Buscan cómo obtener beneficio sea éste de reconocimiento, económico o afectivo. Ellos salen llenos, los otros quedan vacíos. También saben jugar a la comedia, ser buenos actores: a través de la manipulación y la mentira, de la creación de tramas e intrigas, de la desinformación o las medias verdades, son especialistas en manipulación y chantaje. Tienen una alta capacidad para dividir, 
porque es la forma en que logran reinar. Tienen un gran ego, son unos grandes narcisistas, les encanta que todo se lo celebren y todo gira en función de ellos, son pragmáticos, se deshacen rápidamente de lo que les estorba o ya no necesitan. Pero ante los demás se vuelven los indispensables. También tienen la capacidad de ser fieles mientras son subordinados, en ese momento no enseñan su dentadura, son incondicionales y saben ganarse la confianza del jefe. Su propósito es subir hasta el peldaño más alto, por ello son como las serpientes, se arrastran ante su jefe, pero muerden al que tienen a su alrededor. 

Por lo general, esta gente desprecia a los demás, pero también se desprecian a ellos mismos, son unos grandes acomplejados, pretenden dar una imagen de lo que no son, siempre están viendo lo que tiene el prójimo más cerca para aprovecharse de ellos. Son maniáticos depresivos, poco estables emocionalmente, adictos a algo. Ellos tienen un sentido autodestructivo, por ello generan tanta energía negativa en su entorno que terminan destruyendo a los demás y a sí mismos. En verdad, son personas en las que uno no se puede confiar y a las que se les deben neutralizar.
Algunos se preguntarán: ¿cómo enfrentar a estos depredadores sociales? 

Hay tres formas, entre otras, que se puede ensayar: No mostrarles miedo, desenmascararlos públicamente y hacerles sentir que sus acciones se les revertirán, pero lo más importante es cortar el círculo. Quien interactúa y establece lazos emocionales con este tipo de persona es porque algo no le está funcionando bien, por lo cual es bueno echar una mirada introspectiva y tomar decisiones. 
Hay que estar prestos a las señales: su manera de actuar es progresiva, van punteando, como lo pueden hacer los boxeadores para medir la distancia y luego dimensionar la contundencia de los golpes, para ello se aseguran que la respuesta sea débil, de lo contrario no fintean. Una vez tomadas las medidas comienzan a atacar con más fuerza, si no tienen resistencia siguen adelante hasta triturar el blanco. Si la respuesta es inmediata contra ellos detienen la cacería. 

Es importante estar prevenido ante este tipo de personas, hacerles saber que uno sabe el juego que quieren desarrollar. No dejarlos que tomen la iniciativa o el control de los acontecimientos, su máscara entre otros es la de asumir el rol de protector, porque “todo lo saben”, para ello suelen esconder información y negociar a varios bandos, y con ese cuento van aislándolo a uno hasta volverlo vulnerable e indefenso ante ellos. Generan una relación de codependencia, basada fundamentalmente en ir disminuyendo la autoestima del otro, hasta que el blanco pierde la confianza en sí mismo y lo inmovilizan. Lo que ellos achacan a los otros de forma despectiva, es lo que piensan de ellos mismos, o es lo que quieren hacerle al otro.

Parten de la mentalidad de que ellos son los fuertes, los otros son los débiles. Ellos son los decididos, los otros los cobardes. Ellos son los que piensan y tienen las soluciones, los otros son los no pensantes y temerosos. Ellos retan, pero también pueden aceptar los desafíos, sobre todo cuando pueden mostrar de lo que son capaces y salirse con la suya. Pero siempre tratan de lograr una relación desigual a su favor y en detrimento del otro. En este sentido, hay que romper las reglas de su juego, y hacerles sentir que uno puede contragolpearlos con la misma intensidad que ellos lo hacen, esto los frena, sobre todo cuando saben que pueden entrar en un terreno en donde el otro muestra tener más poder, ahí sale su verdadera naturaleza de cobarde y buscan la retirada hasta encontrar la siguiente presa.

Hay quienes dicen que dándoles mucho amor cambian, es posible que algunos lo logren, pero siempre constituye un gran riesgo de consumirse en el intento, a veces es bueno pensar en otras medidas para que asuman las consecuencias de sus actos. Es bueno hacer mención que los depredadores sociales pueden ser hombres o mujeres, por lo general son más los hombres, están en todas las esferas de la vida social, y abundan en el escenario de la política y entre los políticos: sólo basta observar su comportamiento.



Nuestros Amigos


Una persona amistosa y sociable es capaz de establecer relaciones con los demás caracterizadas por la libertad, la creatividad, la comprensión y la comunicación profunda de lo que nos parece más importante.

El valor de la amistad nos dispone a ser amables y afectuosos con los otros y a tener interés por ellos renunciando a la hostilidad y el egoísmo. Esa disposición debe existir dentro y fuera del grupo del que formamos parte e impulsarnos a establecer vínculos incluso con quienes nos parecen extraños, diferentes y ajenos.

Se trata de hacer de nuestro corazón una “casa abierta” para todos y sentirnos, en general, amigos de las personas con la voluntad de acercarnos a ellas, conocerlas y entenderlas sin resistirnos, siempre y cuando no existan razones para hacerlo. La única razón para evitarlo es descubrir que la cercanía o la compañía de alguien puede ser destructiva o perjudicial; pero de allí en fuera ¡todos son bienvenidos en nuestra casa! ¿Qué haces para cultivar una planta? La siembras, la pones al sol, le quitas las hojas secas.

Algo semejante ocurre con la amistad. Una vez que existe tienes que darle cuidados: guarda para ti las cosas que te cuentan tus amigos, diles siempre la verdad, dales las gracias cuando te ayudan y ayúdalos cuando lo necesiten. Es muy importante corresponder a lo que ellos hacen por ti.


En muchas situaciones, como una competencia, la amistad se pone a prueba. Procura mantenerla más allá de ellas. Los principales riesgos que pueden “marchitar” una amistad son el egoísmo (pensar demasiado en ti sin fijarte en los demás) y el orgullo, que te impide ver las cualidades de los otros. 

El extremo contrario de la amistad es la enemistad, cuando dos personas buscan la manera de hacerse daño. Ésta sólo trae consigo soledad y tristeza.


Actitud De Servir

Víctor Frankl, afirma que: “la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, cuando más se quiere abrir hacia adentro, más se cierra”.

Hoy en día, el servir a los demás, no se entiende como la predisposición que se tiene de ayudar a nuestro prójimo sino se le da un significado más de servilismo, por lo tanto no es un modo de actuación que se prodigue con asiduidad.

El servicio, actitud del espíritu para ayudar ante cualquier necesidad que puedan tener los demás, nos facilita salir de nuestro estado de comodidad, de pasividad, donde nos encontramos, abriéndonos a un mundo rico en experiencias donde podemos sacar lo mejor de nosotros mismos y a su vez enriquecernos con los demás.

Es un estado interno que nos predispone a estar pendientes de las necesidades ajenas; el cual nos lleva a aprender a ser humildes; sin esta virtud es difícil no creerse la ayuda que se da. Se desarrolla el amor hacia los demás, aprendemos a renunciar a nuestro tiempo, a nuestras necesidades, nos ayuda a comprender al prójimo por lo que nos resulta más fácil perdonar. El ponernos al servicio de los demás, nos engrandece como personas, nos hace mejores, dándole un pleno sentido a la vida. Siendo una de las primeras consecuencias de esta predisposición la alegría interna que sentimos

Los tiempos actuales, nos hacen vivir con rapidez, estresados, pensando en todo lo que tenemos que hacer a lo largo del día, encerrándonos en nuestro pequeño mundo que no nos deja ver más allá de nuestras necesidades y deseos, sin poder ver lo que sucede a nuestro alrededor y sin voluntad de hacerlo. Viviendo hacia dentro nos hace más egoístas; cediendo el paso, en ocasiones, a estados de soledad, de tristeza, incluso de depresión.

Cuando se tiene orgullo, vanidad, egoísmo…es difícil ponerse en la piel del otro; sentimos que nos estamos rebajando ante la posibilidad de ayuda que se nos pueda presentar. Cuando nos asaltan pensamientos de rechazo tales como: “¿cómo voy yo a prestarle mi servicio si es a mí a quien debería servir?”. Preguntarse: ¿qué saco yo de todo esto? ¿Qué me das a cambio? Muestra la inferioridad moral que tenemos, aún por superar, porque puede cerrar toda posibilidad de una buena y sana relación, que albergaría situaciones para ponernos al servicio desinteresado y a su vez, gratificante con los demás. Esta actitud nos encierra más en la materia dejando el espíritu sin opción de manifestarse, dando la posibilidad de ir endureciendo poco a poco el corazón.

Tenemos que pensar que somos seres sociables, interrelacionándonos continuamente con las personas que tenemos alrededor. Si en vez de centrarnos solo en nosotros y en nuestro pequeño mundo, aprendemos a meternos en los zapatos del familiar, amigo o compañero, seremos capaces de percibir las necesidades que tienen los que nos rodean, para poder ayudar en la medida de nuestras posibilidades. Unas veces nuestros actos serán visibles, pero habrá ocasiones que no tienen por qué darse cuenta de que le hemos brindado esa ayuda. Es cuando empecemos a vivir la virtud del servicio que acrecentaremos otras virtudes como la humildad, la prudencia, la dulzura, la paciencia, la caridad…

Nos equivocamos, cuando pensamos que perdemos el tiempo ayudando a los demás, la generosidad siempre nos ayuda a crecer internamente, desarrollamos nuestra capacidad de amar, de darnos. Nos despierta la necesidad de ser útiles a nuestro prójimo, de preocuparnos por ellos, aunque sabemos que las cosas no pasan por casualidad y que las vicisitudes de la vida, dolores o decepciones, las vivimos porque de una manera u otra son pruebas o rescates que tenemos que vivir, pero teniendo la compañía de un ser querido es más fácil sobrellevarlas.

A medida que vamos madurando, creciendo en nuestro interior, vamos comprendiendo lo importante que es el sentimiento de amor; nos vamos sintiendo libres de nuestras aparentes necesidades, el sentido de nuestra vida cambia, despertando las ganas de vivir, de ayudar, de consolar y de animar a la persona que está cerca de nosotros, pasando por momentos difíciles.

El camino que vamos recorriendo mientras aprendemos a amar a todas las personas a las que podemos llegar, conocidos y desconocidos, nos enseña a desprendernos de nuestros gustos, deseos, disminuyendo nuestras necesidades. En otras palabras, superamos las tendencias negativas que tenemos y aumentamos los sentimientos que nos hacen mejores personas, desarrollando la sensibilidad ante las necesidades que tienen los demás, sintiéndonos más unidos a ellos.

El Sermón de la Montaña (Mateo, 7:12): “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos.”

Los sentimientos positivos que tenemos, nos inducen a ponerlos al servicio de nuestro prójimo. Eso nos potencia los valores del perdón, de la caridad, de la solidaridad, de la tolerancia, de la paciencia… los mismos que el Maestro no se cansó de enseñar y dar ejemplo a lo largo de su vida.

La ayuda desinteresada en todos los aspectos de nuestra vida, nos alejan del egoísmo, el orgullo, la vanidad. Si lo hacemos con sentimiento profundo y demostramos a los demás que una vida compartida en el amor es más gratificante, más intensa, que nos llena de alegría y de ilusión, nos alentará para hacer las cosas de corazón.

Sobresalir


No debes buscar sobresalir ante todos, debes buscar sobresalir ante ti mismo, debes romper tus propios límites, ser cada vez mejor que tú mismo, no mejor que los demás, no importa si los demás son muy buenos en sus cosas, no debes querer ser mejor que ellos debes esforzarte por romper tus propias barreras, no te compares con nadie tu eres grandioso a tu manera, tu brillas con tu luz propia no con la de los demás.

Personajes


En griego antiguo se designaba la divinidad unas veces como theós (ϑεός) y otras como dáimon (δαίμων). Un concepto no excluye al otro: los dioses olímpicos se pueden llamar también dáimones (δαίμονες), y los seres negativos y demoníacos se pueden denominar también theoí (ϑεοί). Lo característico del dáimon es su forma de actuar anónima e imprevista; poco a poco va tomando la forma de una instancia que determina la suerte de las personas, una especie de hado.

Fue Hesíodo el primero que dejó de identificar los dáimones (δαίμονες) con los dioses y dio una interpretación genérica del dáimon (δαίμων): las almas de los muertos actúan en el mundo como seres benéficos y guardianes de los hombres.

Se desarrolló así la idea de los demonios que acompañan a los hombres en el transcurso vital desde el nacimiento como personificación del destino, de la móira (Μοίρα), interviniendo unas veces de forma positiva y otra de forma negativa.

El que es feliz tiene un eudáimon (un demonio bueno) y el desgraciado, un kakodaímon o dysdáimon (un demonio malo). Más tarde, el cristianismo “angeliza” a los demonios buenos y “demoniza” a los malos. 

La función de mediadores la conservan ahora solamente los ángeles, todo lo negativo va a cargo de los demonios, que ahora son solamente seres malignos. Este dualismo lo aplicará más tarde la etnología y fenomenología de la religión para hablar de los dioses y divinidades de las culturas primitivas.

En Roma aparecen los demonios, en el sentido griego de dáimon (δαίμων), dáimones (δαίμονες), en forma de genios. El geniuslatino significa ‘espíritu protector / genio tutelar’ y es un sustantivo derivado del verbo latino gignere (genere) ‘engendrar, generar, dar a luz, producir’. 

El antiguo genius romano era, como personificación de la potencia generadora, el espíritu tutelar del hombre. Comienza su labor con el nacimiento de cada hombre, le acompaña en todo el transcurso de su vida e incluso más allá de la muerte. En la baja latinidad, el genius fue tomando el significado de ‘espíritu o genio creador, talento natural’, de ahí luego genio y genialidad.

Platón usa también el adjetivo, a veces sustantivado, daimónion (δαιμόνιον). Ambos suelen traducirse al español con el mismo vocablo ‘demonio’. Lo dáimones griegos habían sido concebidos antes de Sócrates como divinidades, pero en la época de Sócrates ya designan algo así como ‘superhombres’, seres hijos de los dioses, pero sin pertenecer a la esfera de las divinidades.

En el Banquete de Platón, el Amor es pintado como un gran dáimon, intermediario entre lo mortal y lo inmortal. En la Apología de Sócrates, se refiere Platón al daimónion de Sócrates, cuando éste explica por qué no se ha ocupado de los asuntos de la ciudad e indica que el motivo de ello reside en que a veces emerge de él algo divino, theión (θειόν) y demoníaco, daimónion (δαιμόνιον) que desde su infancia una voz se hacía oír a veces en su interior para empujarlo a no hacer lo que había estado a punto de hacer.  Se puede interpretar esta voz de que habla Sócrates como la expresión de la vocación intransferible de cada hombre. La voz del daimónion de Sócrates es señala lo que no hay que hacer, es un imperativo negativo, una prohibición.

En los textos neopitagóricos y neoplatónicos, los dáimones son concebidos como intermediarios, algunas veces como divinidades inferiores (genios buenos o malos), otras veces como personalidades divinas a las que los hombres están ligados de tal forma que cada uno tiene su propio dáimon o genio.


Lo Que Sorprende

Me gusta la gente así, humilde de corazón, de sonrisa traviesa y corazón amable que me sorprende cada día con sus acciones. Son personas que hablan y cumplen, que no presumen, que no entienden de egos ensalzados o de falsedades camufladas. Adoro a esas personas mágicas camufladas de normales.

¿Y quién no lo haría? Sin embargo, sabemos bien que ese tipo de personalidades apenas se cuentan con los dedos de una mano.Vivimos en una sociedad individualista y cada vez más orientada al exterior, ahí donde son comunes ciertos comportamientos exhibicionistas y desmanes grandilocuentes donde la dependencia a ser admirados casi a cada instante, agota y asfixia.

«Si la gente es buena solo porque teme al castigo y espera una recompensa, entonces somos un grupo lamentable»

-Albert Einstein-

Paul-Claude Racamier, célebre psicoanalista francés acuñó hace ya bastantes años el término «perverso narcisista». Sería sin duda la versión más extrema de este perfil. Son personas que viven no solo enfocados en su propia infalibilidad y perfección, sino que además ejercen un acoso moral persistente con el que humillar a los demás para engrandecerse aún más a sí mismos.

Vivir sujetos a este tipo de dinámicas acaba por destruir nuestra salud mental. Es necesario dar un giro en nuestras relaciones cotidianas. Debemos hallarlas, dar con esas personas que no enfocan sus vidas hacia la galería, sino a ese rincón discreto y privilegiado desde donde uno entiende, se acomoda con sabiduría y respeta a los demás.

Ahora bien, lo más curioso de este tipo de personalidad es que los identificamos casi al instante. Las mentiras tienen las patas cortas y la vanidad unos ojos muy saltones. Sin embargo, en ocasiones, aún avistando desde lejos sus múltiples carencias y los vacíos habitados por telarañas de su corazón, no es tan fácil defendernos. No es fácil convivir con un narcicista crónico si esa figura es el padre, la madre o la propia pareja.

Según un artículo publicado en la revista científica «PsychCentral» hay un aspecto esencial que puede sanar y reconfortar a una persona que acaba de vivir una relación afectiva con un perfil de estas características. Es sentir que aún hay gente altruista, seres que son capaces de sorprender a aquellos que aman sin esperar nada a cambio. Porque las buenas personas, más allá de lo que pueda parecer, no están en peligro de extinción.

Lo que ocurre es que son discretas, no hacen ruído, no quieren público, hablan lo justo y saben actuar en el momento adecuado.

El ego más afilado es el germen que habita en esos muros donde muchos quedan aislados en sus vastas penínsulas de soledad. Todos conocemos a alguien cercano que porta esa máscara moderna donde, a modo de expresión del teatro griego, se inscribe la soberbia y la necesidad de atención para saber que son alguien.

Quizá por ello, al habernos acostumbrado tanto a la individualidad conjugada extrañamente con la necesidad de atención, nos siguen sorprendiendo tanto los actos humildes o aún más, el que alguien lleve a cabo una acción solo por ver felices a los demás.

Cuando un extraño hace algo de forma espontánea por otra persona, nos preguntamos casi al instante qué lo ha guiado para hacer dicha acción. Asimismo, cuando un amigo nos sorprende con un detalle, con un favor o con una bella acción, a menudo respondemos con aquello«te lo devolveré o estoy en deuda contigo».

Muchos tenemos el principio de reciprocidad integrado en lo más hondo de nuestro ser. Sin embargo, también sería adecuado aceptar esos actos con total apertura sin obsesionarnos en lo que deberemos o no deberemos hacer en un futuro. Se trata solo de apreciar ese instante, ese acto generoso y desinteresado que no busca más que darnos felicidad.

De hecho,esas personas mágicas disfrazas de normales no esperan nada a cambio. Porque lo que se hace de corazón no espera recompensas, el mayor tributo es saber que su acción ha arrancado una sonrisa, nos ha reconfortado y sembrado en nuestro interior esa confianza en el ser humano que nunca deberíamos perder.

Sabemos que son muchas las personas que necesitan de toda una galería para ser alguien, que las falsas apariencias crecen como la mala hierba. Sin embargo, tras la necesidad de atención lo único que se halla es la soledad y una profunda inmadurez emocional. Aprendamos pues a autoabastecernos, a no necesitar a nadie para saber lo somos y lo que valemos para poder así dar lo mejor de uno mismo a los demás de forma desinteresada.



Lo Que Decimos


Complejidad de la comunicación humana.

Cada vez que  intercambian significados dos interlocutores, intercambian lo que dicen y lo que muestran en la comunicación no verbal, y lo que dicen está fundamentado por lo que piensan y sienten, coloreado por lo que opinan de si mismos, del otro y del tema que les ocupa.

Este entramado puede llevar a los malentendidos, sí

Y también hacer de cada encuentro un rico crisol de entendimientos:

Si tengo en claro lo que pienso y siento, y eso me sirve para elaborar un mensaje claro.

Si lo que pienso del tema hace que me comprometa en desarrollarlo ampliamente o en desestimarlo si no vale la pena, no es oportuno o necesario.

Si mi opinión del otro ayuda a considerarlo un interlocutor válido, escucharlo desde el compromiso y la apertura.

Sólo hace falta comunicarse.

Con claridad, honestidad y compromiso. Sin juzgar, intentar cambiar al otro. Aceptando, validando. Eligiendo qué decir y cómo decirlo. Preguntando para entender. Disfrutando el encuentro. 

Multiplicando las posibilidades de entenderse.
Complejidad de la comunicación humana.

Cada vez que  intercambian significados dos interlocutores, intercambian lo que dicen y lo que muestran en la comunicación no verbal, y lo que dicen está fundamentado por lo que piensan y sienten, coloreado por lo que opinan de si mismos, del otro y del tema que les ocupa.

Este entramado puede llevar a los malentendidos, sí

Y también hacer de cada encuentro un rico crisol de entendimientos:

Si tengo en claro lo que pienso y siento, y eso me sirve para elaborar un mensaje claro.

Si lo que pienso del tema hace que me comprometa en desarrollarlo ampliamente o en desestimarlo si no vale la pena, no es oportuno o necesario.

Si mi opinión del otro ayuda a considerarlo un interlocutor válido, escucharlo desde el compromiso y la apertura.

Sólo hace falta comunicarse.

Con claridad, honestidad y compromiso. Sin juzgar, intentar cambiar al otro. Aceptando, validando. Eligiendo qué decir y cómo decirlo. Preguntando para entender. Disfrutando el encuentro. 

Multiplicando las posibilidades de entenderse.
Complejidad de la comunicación humana.

Cada vez que  intercambian significados dos interlocutores, intercambian lo que dicen y lo que muestran en la comunicación no verbal, y lo que dicen está fundamentado por lo que piensan y sienten, coloreado por lo que opinan de si mismos, del otro y del tema que les ocupa.

Este entramado puede llevar a los malentendidos, sí

Y también hacer de cada encuentro un rico crisol de entendimientos:

Si tengo en claro lo que pienso y siento, y eso me sirve para elaborar un mensaje claro.

Si lo que pienso del tema hace que me comprometa en desarrollarlo ampliamente o en desestimarlo si no vale la pena, no es oportuno o necesario.

Si mi opinión del otro ayuda a considerarlo un interlocutor válido, escucharlo desde el compromiso y la apertura.

Sólo hace falta comunicarse.

Con claridad, honestidad y compromiso. Sin juzgar, intentar cambiar al otro. Aceptando, validando. Eligiendo qué decir y cómo decirlo. Preguntando para entender. Disfrutando el encuentro. 

Multiplicando las posibilidades de entenderse.