jueves, 6 de febrero de 2020

Enajenados


“La salud mental y la supervivencia de la civilización exigen que renazca el espíritu de la Ilustración, un espíritu inflexiblemente crítico y realista, pero liberado de sus prejuicios excesivamente optimistas y racionalistas, y que a la vez se reaviven los valores humanistas, no proclamados, sino practicados en la vida personal y en la vida social. 

Creo que el individuo no puede entablar estrecha relación con su humanidad en tanto no se disponga a transcender su sociedad y a reconocer de qué modo ésta fomenta o estorba sus potencialidades humanas. 

Si le resultan «naturales» las prohibiciones, las restricciones y la adulteración de los valores, es señal de que no tiene un conocimiento verdadero de la naturaleza humana. Creo posible la realización de un mundo en que el hombre pueda “ser” mucho aunque “tenga” poco. ”


Ahora quisiera entrar un poco más detalladamente en lo que, a mi parecer, es lo decisivo de este «malestar », de esta «enfermedad del siglo». Lo esencial de la enfermedad que padece el hombre moderno es la enajenación. Después de haberse olvidado durante decenios, el concepto de la enajenación ha recobrado popularidad últimamente. Hegel y Marx lo emplearon, y con razón, podrá decirse que la filosofía del existencialismo es en el fondo una rebelión contra la creciente enajenación del hombre en la sociedad moderna.

¿Qué es propiamente la enajenación? Dentro de nuestra tradición occidental, lo que significa la enajenación representó ya un papel importante, aunque no bajo el título de «enajenación», sino bajo el título de «idolatría», como lo emplearon los profetas. 


Muchos creen ingenuamente que la diferencia entre la llamada idolatría y la fe monoteísta en un solo Dios verdadero no es sino una diferencia numérica: los paganos tenían muchos dioses, mientras que los monoteístas creen en un solo Dios. Sin embargo, no es ésta la diferencia esencial. Para los profetas del Antiguo Testamento, lo esencial del idólatra es que adora la obra de su mano. Toma un trozo de madera, lo corta a la mitad, y con una mitad hace fuego, por ejemplo, para cocinar una torta; y con la otra mitad del trozo de madera, se talla una figura para adorarla. Y sin embargo, lo que adora es una cosa. Es una cosa que tiene nariz, pero no huele, tiene orejas pero no oye, tiene boca y no habla.


¿Qué ocurre en la idolatría? Entendiéndola como la entendieron los profetas, ocurre en ella exactamente lo que, según Freud, sucede en la “transferencia”. En mi opinión, la transferencia que conocemos en el psicoanálisis es una manifestación de la idolatría.


El hombre transfiere la vivencia de sus propias actividades o de sus propias experiencias —de su capacidad de amar, de su facultad de pensamiento— a un objeto exterior. Este objeto puede ser otro hombre o una cosa de madera o de piedra. En cuanto el hombre ha establecido esta relación de transferencia, ya sólo entra en relación consigo mismo a través de su sumisión al objeto al que ha transferido sus propias funciones humanas. Amar de manera enajenada, idolátrica, significa entonces: yo amo sólo si me someto al ídolo al que he transferido mi bondad. O bien: yo sólo soy bueno si me someto al ídolo al que he transferido mi bondad. Y lo mismo sucede con la sabiduría, con la fuerza, e incluso con todas las cualidades humanas.

Cuanto más poderoso sea el ídolo, es decir, cuanto más yo le transfiera de mi esencia, tanto más pobre seré yo y tanto más dependeré de él, porque estaré perdido si lo pierdo a él, a él a quien todo lo he transferido. La transferencia del psicoanálisis no es fundamentalmente diferente. 


Claro que, en este caso, se trata casi siempre de transferencias paternales y maternales, porque el niño ve en el padre y en la madre a aquellos a quienes ha transferido sus propias experiencias. Pero lo esencial no es que el niño transfiera al padre y a la madre, sino el hecho mismo de la transferencia por la cual el hombre inmaduro se busca un ídolo. Si encuentra un ídolo al que pueda adorar toda su vida, no tendrá ya que desesperar.


Éste es uno de los motivos, a mí parecer, de por qué a muchos les gusta tanto ir al psicoanalista y no quieren dejar de ir, y de por qué sociedades enteras eligen unos supuestos caudillos tan vanos y mudos como los ídolos de la antigüedad, pero que también estimulan la transferencia como sometimiento.

Naturalmente, en la sociedad moderna ya no hay un Baal ni una Astarté. Pero como solemos confundir las palabras y los hechos, estamos muy dispuestos a convencernos de que ya no existen los hechos cuando las palabras han dejado de decirse. 


En realidad, volvemos a vivir hoy en una sociedad que, en comparación con siglos pasados, es mucho más pagana e idolátrica.


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