Aclaro que no soy anti-tecnológico. Quienes me
conocen saben que disto mucho de serlo; sin embargo, sé sumar. Y si sumas
intereses comerciales, avances tecnológicos en inteligencia artificial y
nuestros sesgos cognitivos, pues… sería demasiado ingenuo pensar en que no es
posible una muy conveniente manipulación de nuestro comportamiento.
Sería maravilloso poder hablar con ese ‘alguien’ de voz dulce que no te
juzga. Que no se cansa. Que te habla solo cuando se lo pides y siempre es
cortés. Siempre es paciente. Siempre tiene palabras de aliento. Nunca tiene
arranques emotivos. Nunca tiene una opinión propia. Es como Jarvis pero sin el
matiz de Paul Bettany.
Es el principio de las Amistades Artificiales. Ya no solo serán
asistentes que nos recuerden nuestros compromisos. Serán los entes con los que
compartiremos nuestro día. Serán nuestros confidentes y consejeros. Se
convertirán en guías, mentores, maestros y quién sabe qué más.
Esto no ocurrirá porque la tecnología de un salto; ocurrirá porque
quienes desarrollan esta inteligencia artificial, descubrirán que pueden
explotar una de nuestras tantas vulnerabilidades: el deseo de que nos escuchen
sin juzgarnos. El deseo de drenar todo lo que sentimos, sin esperar reprimenda
ni consejo. El poder sacar el estrés que acumulamos… sin tener que después
retribuirlo escuchando a la otra persona.
Siri, Cortana o como se llame, ya tendrá la experiencia de qué decir
cuando estamos vulnerables.
Si ya pueden reconocer las emociones en nuestro rostro, nuestra voz y
las palabras que usamos y en cuáles horas del día, del mes, del año, pronto
sabrán cómo orientarnos en cada momento.
Orientarnos claro está, a los intereses de los inversionistas.
Después de todo, la inversión de esos millones debe tener algún tipo de
ganancia.
El peor escenario posible es que quienes tratan de
desarrollar esta inteligencia artificial descubran que en muchas ocasiones, los
humanos le encontramos ‘sentido’ a cualquier incoherencia. Es tan fuerte
nuestro deseo de buscar una explicación a lo que nos pasa, que cualquier frase
(desde el edulcorado desarrollo emocional, pasando por diálogos de películas
hasta palabras oídas por casualidad), puede disparar una reacción emotiva en
nosotros.
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