Sin que uno se dé cuenta, un día, uno está instalado en una vida. Una
vida que es así como es, nos guste o no, y uno trata de quitar una cosa y de
poner otra como si estuviera decorando su morada, y en alguna medida lo logra;
no completamente, pues siempre existen los imponderables, pero, con todo, uno
se hace a esa vida: uno vive en ella: es la vida de uno.
Hay quienes se conforman y quienes desesperados se arrojan por la
ventana con el anhelo de caer más allá de su vida. Entre los primeros están
quienes se hacen a la idea de que no tienen más opción y también, por supuesto,
quienes no quisieran que se moviera un ápice, pues esa vida que tienen les
fascina.
La mayoría, sin embargo, le pone injertos a su vida, porque la vida de
cada uno, tal cual es, causa fatiga a la larga y, entonces, mínimamente, uno va
al cine o se emboba con una serie de televisión: le inyecta unas escenas
ficticias al tiempo corriente, al tiempo de uno.
También hay quienes se enfrascan durante horas en la lectura de un libro
y viven de prestado la vida de los protagonistas, y quienes no hacen nada, nada
que los distraiga, que los lleve a un recreo y estos, pobres, no tienen más
remedio que tumbarse a dormir y en el sueño encuentran un alivio a las horas
enrieladas de su vida de costumbre.
Son pocos quienes tienen una vida digna de ser autobiografiada: Neruda
da envidia con su “Confieso que he vivido” o Casanova con sus “Memorias
eróticas”; aunque, pensándolo bien, quizá no sean tan pocos, sino sólo sean
pocos los pocos que se han sentado a escribir su autobiografía, pues la vida de
cualquiera tiene momentos de intensidad y, aunque no todos sean Napoleón, cada
quien ha tenido sus waterloo y sus victorias en su muy modesta vida cotidiana.
Yo aprendí un concepto en el joven Albert Camus, lo hallé en su primer
libro: El revés y el derecho cuando también era muy joven: “avidez de vivir”, y
luego, en otra obra del mismo autor: El mito de Sísifo, encontré la teoría de
la moral de la cantidad: no una moral regulada por la ordenación del bien y el
mal, sino, literalmente, por la cantidad: por un afán de vivir más.
La vida, como bien decía el surrealismo, también está compuesta por los
sueños y, podría agregarse, por las lecturas y las escrituras y esas
extensiones que dan las pantallas, sean de cine, de televisión o de tableta.
Incluso, en la fija imagen que tengo ante mí cuando voy manejando mi automóvil,
hay una realidad, un fragmento de realidad que en vez de acercarse, se aleja:
la que me va dando el espejo retrovisor cuando yo avanzo hacia delante.
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