Nuestros deseos nos mueven y nos lanzan adelante, hacia el lugar en
donde esta lo que deseamos; nos hacen tomar decisiones que marcan el rumbo que
le vamos dando a nuestra vida. Caminamos tras nuestros deseos.
A veces nos parece que nuestros deseos son insaciables: corremos tras
ellos pasando de uno a otro y cuando llegamos a tener aquello que deseamos
aparecen nuevos deseos y metas por conquistar…
Vivimos con la sensación que nunca logramos todo lo que deseamos, que
siempre tenemos deseos de más y más, que no hay nada ni nadie que pueda llenar
los anhelos “sin fondo” de nuestro corazón.
Nuestros deseos se encuentran todo el tiempo con el límite de nuestra
realidad humana: están condicionados por el tiempo y el espacio: quiero estar
aquí, pero también allí y allí… y en muchos lados a la vez; quiero tener una
vida profesional y a su vez pasar más tiempo con mis hijos; quiero acompañar a
mis padres, y me encuentro en proyectos laborales que me llevan lejos; quiero
tener muchas cosas, y el límite de lo que gano no me lo permite; quiero poder
controlar muchas cosas, y descubro que casi todo escapa a mi control; quiero la
salud para las personas que amo, pero la enfermedad irrumpe de improviso.
En ocasiones, incapaces de tolerar este límite, no queremos escucharnos
y buscamos aturdirnos y excedernos con cualquier cosa intentando colmar o
calmar el vacío que tanto nos duele. Pero no podemos. La desilusión, el engaño,
la frustración, y el miedo se vuelven fantasmas amenazadores. El corazón no nos
deja engañarnos por mucho tiempo, y la vida misma nos va poniendo en
situaciones y encrucijadas donde el mismo límite nos lleva a buscar algo más.
Nuestro corazón tiene deseos de eternidad, porque es al mismo Dios al
que deseamos, lo sepamos o no. Desear a Dios supone, al mismo tiempo tensión y
posesión; vacío y presencia; aquí y allá Dios es el que primero nos desea y su
deseo despierta en nosotros esta inquietud, estas preguntas, esta atracción
hacia “algo más”, hacia un más allá que nos trasciende y que no nos deja nunca
satisfechos con lo que tenemos.
El deseo abre en nosotros el camino hacia Dios. Es la fuerza vital que
nos anima a vivir y a crecer; es la fuerza de la evolución, el orden de la
creación, de la vida y del amor. Es la chispa y el fuego, la luz y la
oscuridad, la quietud y el movimiento, el tiempo y el espacio. Opuestos que se
van resolviendo y unificando en la medida en que encontramos al Dios que
buscamos y deseamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario