Discernir significa distinguir la diferencia entre los opuestos; como el
bien y el mal, lo justo e injusto, lo importante y lo intrascendente, lo
verdadero y lo falso, lo necesario y lo prescindible; lo honesto y lo
deshonesto; o sea, ser capaz de actuar en función del propio juicio crítico.
Existen dos formas de tomar decisiones y de actuar, una es en función a
las normas morales aprendidas y otra forma es discernir uno mismo, atreverse a
tener un juicio propio en función a la experiencia, al razonamiento y la propia
forma de ver el mundo y de pensar.
Según como sea nuestro discernimiento será nuestra forma de tomar
decisiones y lo que condicionará el rumbo de nuestras vidas.
Antes que nada somos un cuerpo, lo que nos obliga a
discernir qué es lo más conveniente para él y actuar en consecuencia. El cuerpo
nos acompañará toda la vida y en función a nuestra forma de utilizar su
potencial y de cuidarlo podrá sernos útil para concretar nuestros
proyectos.
Los seres humanos estamos motivados a la acción por nuestros deseos,
pero saber distinguir entre los deseos destructivos y los constructivos no es
fácil y exige usar la mente.
La capacidad de discernimiento es lo que nos permitirá actuar con
moderación y no dejarnos llevar por el egoísmo, la codicia, la ambición
desmedida o la envidia.
La forma de verse a sí mismo influye en el discernimiento, porque tener
baja autoestima o creerse superior a los demás interfiere con la capacidad de
discernir, afecta el crecimiento y el desarrollo, malogra las relaciones
personales y laborales e impide oportunidades de trabajo.
El perfecto equilibrio es aceptarse como uno es, con el potencial y las
limitaciones y tratando de aprovechar al máximo las capacidades.
La mente y el cuerpo tienen que estar en perfecta armonía, sin empeñarse
en priorizar las motivaciones de la mente sobre las necesidades del cuerpo, o
los deseos del cuerpo sobre lo que dice la mente.
El discernimiento obliga a ver totalidades, a tener una visión más
amplia, modifica la conducta y conduce a experiencias satisfactorias.
El discernimiento nos lleva a reflexionar antes de actuar y a ser más
conscientes de todo lo que hacemos.
Para aprender a discernir hay que dominar la mente, nuestros impulsos
más arcaicos y nuestro temperamento básico; o sea a ser dueños de nosotros
mismos.
Es necesario controlar nuestra intolerancia, impaciencia e ira; ser
capaz de detenerse antes de actuar impulsivamente y considerar con serenidad
los acontecimientos que suceden, porque el problema no es lo que pasa sino lo
que hacemos con lo que nos pasa.
Es indispensable aportar claridad a la vida y no dejarse llevar por
presiones o imposiciones, ni tampoco por supuestas obligaciones o exigencias,
sabiendo diferenciar por sí mismo lo que corresponde a la propia competencia y
lo que no nos concierne, distinguiendo lo importante de lo superfluo.
El discernimiento permite la tolerancia, incluso con quienes piensan
diferente, no lleva a refugiarse en el fanatismo y ayuda a tener más respeto,
escuchar y a no trabarse en discusiones estériles.
El discernimiento hace posible los proyectos y conduce a cumplirlos,
creando la determinación necesaria para centrar todos los esfuerzos y la
atención para alcanzarlos.
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