Una y otra vez se ha intentado apresar la esencia de lo humano por el
siempre simplificador recurso a las definiciones rotundas. La lista sería
interminable: animal racional dotado de un lenguaje articulado, espíritu
encarnado, ser al que convienen predicados tanto físicos como mentales, animal
enfermo, camaleón, caña pensante, animal simbólico, pasión inútil, realidad
suprema de la naturaleza...
En obras anteriores Zubiri había enriquecido ya la lista con sus celebradas definiciones del hombre como “inteligencia sentiente” y “animal de realidades”. Hoy lo presenta, con gesto sólo en apariencia paradójico, como “animal de irrealidades”, como ser que forja lo irreal llevado a ello por su propio modo de estar en la realidad. Como ser viviente -inteligencia sentiente- en el que lo real y lo irreal dan, en definitiva, en integrarse.
Llegados aquí, la pregunta por la naturaleza de “lo irreal”, al menos en este marco antropológico-metafísico, se impone. ¿Qué entender, en efecto, como tal? Por de pronto, lo irreal no es simplemente lo que no es real. Tampoco lo potencial. Es, por el contrario, algo que se opone a lo real, pero dentro del mundo real. Es algo interno a él, razón por la que Zubiri no duda en afirmar que realidad e irrealidad deben ser entendidas como “momentos... de la realidad entera y global del mundo y de la vida del hombre”.
En obras anteriores Zubiri había enriquecido ya la lista con sus celebradas definiciones del hombre como “inteligencia sentiente” y “animal de realidades”. Hoy lo presenta, con gesto sólo en apariencia paradójico, como “animal de irrealidades”, como ser que forja lo irreal llevado a ello por su propio modo de estar en la realidad. Como ser viviente -inteligencia sentiente- en el que lo real y lo irreal dan, en definitiva, en integrarse.
Llegados aquí, la pregunta por la naturaleza de “lo irreal”, al menos en este marco antropológico-metafísico, se impone. ¿Qué entender, en efecto, como tal? Por de pronto, lo irreal no es simplemente lo que no es real. Tampoco lo potencial. Es, por el contrario, algo que se opone a lo real, pero dentro del mundo real. Es algo interno a él, razón por la que Zubiri no duda en afirmar que realidad e irrealidad deben ser entendidas como “momentos... de la realidad entera y global del mundo y de la vida del hombre”.
Esta irrealidad sin la que el hombre no puede vivir en la realidad se
presenta de modos distintos.
Zubiri se detiene en tres: la ficción, el espectro y la idea. Tres
formas de irrealidad que ayudan a habérselas cabalmente con la experiencia
humana como tal, toda vez que para Zubiri la experiencia de lo irreal pertenece
a la mismísima experiencia humana de lo real, lo que equivale a decir que “lo
real y lo irreal están en última instancia integrados en el hombre”.
No estamos muy lejos, pues, como hace ver Conill en su notable
prólogo, de la visión nietzscheana del hombre como “animal fantástico”, ni de
la actual propuesta de mundos virtuales, en plena eclosión de la llamada
“realidad virtual”, que no deja de ser una realidad que tiene existencia
aparente aunque no real. Es decir, que tiene una realidad “irreal”... Pero que,
como lo irreal de que nos habla Zubiri, “recobra sobre la anchurosidad misma de
lo real”.
Quedan muy atrás los tiempos en los que el enorme prestigio filosófico de Zubiri se sustentaba en Naturaleza, Historia, Dios. El incisivo tratado sobre la realidad y la experiencia creadora que ve ahora la luz, sumamente rico en matices y referencias y muy útil para adentrarse en los temas centrales de Zubiri, se une a una obra, publicada gracias al buen hacer de la Fundación Xavier Zubiri, de impresionantes dimensiones, “clásica” e innovadora.
Quedan muy atrás los tiempos en los que el enorme prestigio filosófico de Zubiri se sustentaba en Naturaleza, Historia, Dios. El incisivo tratado sobre la realidad y la experiencia creadora que ve ahora la luz, sumamente rico en matices y referencias y muy útil para adentrarse en los temas centrales de Zubiri, se une a una obra, publicada gracias al buen hacer de la Fundación Xavier Zubiri, de impresionantes dimensiones, “clásica” e innovadora.
En cualquier caso, sumamente idiosincrásica.
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