sábado, 24 de diciembre de 2016

Madurando


Caramba, el tiempo pasa, nuestra mente permanece dentro de este cascarón que nos recubre, ella, nuestra mente, la consecuente testigo de todo este proceso, continúa dictándonos todo lo que percibe, ahora ya no permanece callada, no nos habla a través del dolor que nos aqueja por alguna impericia cometida, ahora no es necesario que nos grite desde nuestro interior, solo nos susurra suavemente, ahora es un nexo vital y moderador que nos ayuda a comprender mejor todo el valor acumulado de eso que llamamos con ternura, madurez.

“Cuando tomamos decisiones mirando el largo plazo. Cuando tenemos la capacidad de asumir las consecuencias de nuestros actos. Cuando hemos conocido el éxito y el fracaso. Cuando entendemos que la vida continúa y que, al final, uno siempre sigue respirando. Cuando hacemos todo eso, hemos madurado.

“Inmaduro”. A los hombres pareciera quedarles muy bien ese calificativo. Y a las mujeres les encanta decírselos. Basta un solo acto que huela a adolescencia, a descompromiso, a entretención, y son “inmaduros”. Y de ahí a la imagen del treintón o cuarentón con apariencia de 15 y mentalidad de 18, es cuestión de segundos… 

Son los estereotipos los que más le pesan al inmaduro o inmadura (no es un privilegio o desventaja de género esto de no pensar exactamente como piensa el resto).

Y les pesa también ese aire de obligatoriedad que acompaña siempre al “inmaduro(a)” y que tiene que ver con que lo que viene es que se ajuste al resto y “madure”. Pero la madurez no es una alternativa que se pueda tomar de entre varias posibilidades. Ese es el problema. La madurez tiene que ver con un proceso inconsciente de experiencias de vida, cambios biológicos y sicológicos que no se manejan a voluntad.

Por todo lo anterior es la pregunta ¿cuándo maduramos? La respuesta es todo lo que viene.

Primero, una definición. Aunque algunas veces se usan casi como sinónimos, madurez no es lo mismo que adultez (aunque pueden coincidir). La adultez es una clasificación social y tiene que ver, como dice a Tendencias el sicólogo y experto en adolescencia estadounidense Stephen Wallace, con “una edad particular en la que cada sociedad determina que el individuo se ha convertido, legalmente, en un adulto”.

La madurez es otra cosa. Más sutil y que no tiene que ver con una edad en específico ni un período exacto. Es, según los especialistas, el momento (generalmente después de los 30) en que una persona asume que si algo sale bien o mal en su vida, es sólo la consecuencia de sus propias acciones. En otras palabras: es el momento en que una persona es capaz de tomar las mejores decisiones posibles pensando más en el beneficio de largo plazo que en lo inmediato, dice el siquiatra de Clínica Las Condes Elías Arab.

Y eso, como es obvio, no es para todos igual. Los procesos y las historias personales influyen en los tiempos de cada quien y, por eso mismo, hay algunos que nunca maduran. Aunque se estima que la mayoría lo hace de los 30 años en adelante y a partir de tres condiciones imprescindibles. Primero, el cerebro, la máquina que permite toda nuestra vida emocional, debe haber finalizado su maduración, algo que nunca ocurre antes de los 25 años. Segundo, la persona se debe haber enfrentado a experiencias no traumáticas, pero sí poderosas y capaces de cambiar la perspectiva, como el fracaso. Por último, debe haber alcanzado la autonomía en tres sectores claves: emocional, moral y económico.”

Hugo W Arostegui


viernes, 23 de diciembre de 2016

Dar Algo De Ti



Cuentan que a un pueblo lejano, un día llegó un hombre ya bien anciano. Decían de él que era sabio. 
Unos jóvenes universitarios decidieron probarlo. Fueron hasta él y le preguntaron:
‘Si eres un sabio, entonces dinos quien es la mejor persona de este pueblo.’

El sabio aceptó el reto y al día siguiente, se posicionó en una calle donde se dice que todos los ciudadanos pasaban continuamente. Colocó un cartel que decía: ‘NECESITO ALGO DE USTED. POR FAVOR, DONEME ALGUNA COSA.’
La gran mayoría le dio dinero.

Pero, cada vez que le daban dinero, él lo arrojaba a otro mendigo que se encontraba a su lado. La gente se sorprendió con su actitud.
Al día siguiente, de nuevo estaba él con el mismo cartel.

Esta vez, muy pocos le dieron dinero – que fue debidamente arrojado al otro mendigo – pero le trajeron comida, de la mejor y de la peor.
Nuevamente, el sabio dio toda la comida recibida a otros mendigos cercanos y, al llegar la hora del almuerzo, comió de su propia comida.
Nadie entendió que quería realmente el sabio.

Llegó el tercer día, estaba él con el mismo cartel pero esta vez le dieron menos dinero que el día anterior y muy pocos le dieron comida y la que recibió él la distribuyó con los otros mendigos del lugar, pero, un hombre apareció se acercó al sabio, le preguntó cómo estaba, le sonrió, conversó un rato con él y después se retiró.
Cuando el hombre se fue, el sabio se movió y abandonó el lugar.
Dos días después, los jóvenes preguntaron sobre lo que había sucedido.
‘Mis jóvenes, la realidad es que tanto el dinero como la comida que me dieron no tenían nada de especial. Simplemente cumplían con su deber, por tener algo, dando a los que no tienen. Sin embargo, la persona que se acercó, me sonrió y conversó conmigo es la mejor de todas, porque me dio la riqueza de la vida y la comida del alma.

‘Siempre que busquen a alguien bueno, verifiquen que, junto con cualquier cosa material, esa persona de algo de si misma.’


Autor desconocido.

Al Pie Del Cañón


"Estar al pie del cañón" quiere decir estar ahí, dispuesto a hacer lo que sea, a ayudar, a no huir de los problemas, a apoyar a alguien, no desaparecer cuando algo va mal
“Pica, pica, Tararira, plata viva del juncal, si no se me corta el hilo, junto al agua me hallarás”
 Osiris Rodríguez Castillo

Cuando llegamos al final de un año y nos preparamos para desearnos los unos a los otros que tengamos unas muy felices fiestas, agregamos a los mismos deseos como si fuesen un agregado imprescindible: “un muy feliz año nuevo” con la clara intención de que nuestros deseos y augurios para el próximo año irán acompañados de “un compromiso implícito” de que así como nos sentimos felices por este año que ha pasado de igual manera manifestamos nuestros deseos de que estaremos atentos a todo lo que pueda venir por delante y que pueden contar con nosotros en toda ocasión en que nos puedan necesitar.

Eso es lo que entendemos por estar “al pie del cañón” atentos y confiables en cuánto a nuestra capacidad solidaria de aportar lo mejor de nosotros cada vez que se estime que sea necesario.

Cierto es que no somos “los dueños de nuestro destino” el futuro definitivamente no nos pertenece, eso no depende solamente de nuestra voluntad e intenciones, pero al igual que aquel niño que a orillas del río se mantenía atento a su caña de pescar, expresamos el mismo sentido que el contenido en esta estrofa:

“Pica, pica, Tararira, plata viva del juncal, si no se me corta el hilo, junto al agua me hallarás”
Hugo W Arostegui


jueves, 22 de diciembre de 2016

Una Mirada Interior


“La relación humana, el contacto auténtico interpersonal, es nuestra razón de ser, es por lo que estamos aquí, por lo que vivimos. Más importante incluso que el alimento, estamos diseñados para sentirnos conectados, para sentir amor y aceptación, relacionándonos con los demás. 

De alguna manera, es lo que da propósito y significado a la vida. Y cuando no nos conectamos o la conexión es defectuosa, nos rompemos.

El verdadero contacto es esa energía que existe entre las personas cuando nos sentimos vistas, escuchadas y valoradas por el mero hecho de ser; cuando sentimos que podemos dar y recibir sin juicio; de tal manera que obtenemos de la relación sustento y fortaleza. Surge del amor, de la transparencia y de nuestra vulnerabilidad esencial.

Nuestra cultura, con su pretensión de permitirnos, a nosotros sus habitantes, una vida más cómoda, segura y predecible, como de anuncio de televisión, nos impone a todos aquellos que no nos damos cuenta, ocultarnos tras una máscara de igual perfección y certeza, nuestro ego. Desde la máscara vivimos pretendiendo ser perfectos y autosuficientes, estupendos. A más esfuerzo hacemos por ser perfectos, más vergüenza sentimos, de que otros vean nuestros errores y sin darnos cuenta, nos desconectamos. Ya que para que la conexión entre las personas pueda suceder, tenemos que dejarnos ver de verdad, mostrarnos auténticamente en nuestra humanidad.

La humanidad a la que hago referencia es todo eso que nos hace comunes a todos los humanos, a saber: nacemos conectados,  inacabados e imperfectos,  con todo un potencial de superación y aprendizaje, necesitados de amor y sentido de pertenencia, vivimos luces y sombras, 
somos profundamente vulnerables a la vez que capaces y un día u otro, misterio de los cielos, morimos.

Todo esto que es tan común a todos nosotros, de aquí y de “acullá”, por el mero hecho de existir, para muchos es extremadamente  vergonzante, ya que directamente nos conecta con el miedo a no poder mantenernos en contacto con los demás. Con  el miedo a ser rechazados y excluidos, por nuestras imperfecciones.

Este miedo es universal, todos lo sentimos en algún momento. De él procede la vergüenza de mostrarnos tal cual somos. Del temor a que si los demás  pudieran ver o saber algo de lo que hay en mí, me fueran a rechazar. El temor es tal que de hecho, es algo de lo que normalmente no hablamos, evitamos. Y cuanto menos queremos hablar, más vergüenza sentimos. Sin embargo, si enfrentar el miedo a ser inadecuado o a no ser suficiente es una tarea dura, no es tan dura como el pasarnos la vida tratando de ocultarlo, avergonzándonos.

La vergüenza  pulsa de una manera diferente para cada uno: para unos se expresa con un “no soy lo suficientemente guapo” o,” estoy demasiado gordo”, para otros con un “tendría que tener un mejor trabajo” o, “no gano lo suficiente” para otros con un “no tengo buena memoria” o, “soy un desastre de madre, padre, hijo, etc. ” en fin,  cada cual con nuestro talón de Aquiles padecemos esta vergüenza, por momentos.

Como si esa percepción interna, esa desagradable sensación de vulnerabilidad,  nos impidiese ser dignos de seguir conectados a los demás. Sin darnos cuenta de que es esa misma vulnerabilidad la que nos impulsa a estar conectados mutuamente, la que nos motiva y desde donde también surgen la alegría, el amor, el sentimiento de pertenencia, la creatividad, la fe...

Y es que aún siendo imperfectos, que todos lo somos, seguimos necesitándonos los unos a los otros. Siendo imperfectos, seguimos siendo valiosos, dignos de ser aceptados y  amados. Siendo conscientes de esto, de esta vulnerabilidad universal que nos une, dejemos de lado la vergüenza y acojamos nuestra imperfección con amor que eso, nos hace fuertes. Y es tan sólo desde ahí que podremos aceptar y respetar la imperfección de los demás.

Si estamos dispuestos a dejar de lado la imagen ideal de nosotros mismos que hemos proyectado al mundo. Si tenemos el coraje de mostrarnos tal cual somos, de contar nuestras historias desde el corazón y con total transparencia, compartiendo nuestra sombra, ese lugar  donde habitan nuestra imperfección, nuestro miedo,  frustración,  envidia,  tristeza,  etc… y que es el centro de nuestra inevitable vulnerabilidad; sólo entonces seremos capaces de conectarnos realmente a los demás y a nosotros mismos; sólo entonces seremos capaces de construir significativas y auténticas relaciones con otra gente. No es nada más- ni nada menos- que una apertura del corazón y una relajación de los mecanismos de nuestro ego.

Atrevámonos a ser vistos, permitamos que los demás nos vean en profundidad, con nuestras glorias y miserias, con nuestra vulnerabilidad…Tan semejantes a las suyas, a las de todos. Amémonos de todo corazón, aún sin saber si seremos correspondidos, ya que ese sólo gesto moviliza nuestra fuerza interior.

Si de algo debemos tener plena certeza de que no existen padrones de perfección humana lo que seguramente encontraremos es un vasto campo sembrado de excusas dentro del cual vemos crecer conjuntamente todas las justificaciones que como humanos que somos hemos sabido sembrar, es por eso que cada vez que cometemos alguna imprudencia propia de “nuestra debilidad humana” surgen espontáneamente los consabidos razonamientos en el cual intentaremos “cargarle toda la culpa” precisamente a estas tales justificaciones, “que podemos hacer” “somos humanos no somos perfectos”  “es por eso que fallamos”.

Nos hace mucha falta esa “mirada interior” la cual debe ser franca y sincera, lo que veamos en la imagen que se nos presenta en frente, es la nuestra, no puede haber otra igual, ni siquiera puede ser parecida, asumamos lo que vemos, apreciemos lo que vemos, brindémosle todo el amor y comprensión que necesita y si algo debe ser cambiado o mejorado, hagámoslo.


Hugo W Arostegui 

El Canto De Las Lechiguanas


En estos primeros días de verano es bueno recordar a los “quejosos desmemoriados” que desde que me conozco por gente, lo que quiere decir que desde hace muchísimo tiempo, nuestros veranos han sido lo que son, se amanece muy temprano y la temperatura asciende rápidamente sobrepasando largamente al medio día los treinta y tantos grados de temperatura ambiente.

En nuestra niñez, sentados en la cocina, antes de tomar el desayuno, escuchábamos las previsiones del día en la voz de nuestros mayores “hoy parece que va a cantar la lechiguana” lo que equivalía a pronosticar que sería un día de intenso calor, lo que nos parecían advertencia de “malos agüeros” para quienes sentíamos la juvenil inquietud de trepar a los árboles para  juntar miel de los panales que afortunadamente abundaban en las inmediaciones.

Lo que pretendemos decir derecho viejo es que por nuestros lares siempre las temperaturas han sido altas en el verano, podemos comprender lo del “calentamiento climático” que justificadamente ocupa el centro de la agenda de casi todas las naciones, por no decir todas, pero, bueno es que esnobismo aparte, sin que nos sirva de excusa para que nos tomemos unas “merecidas vacaciones”  pongamos a trabajar nuestra memoria y aceptemos que el intenso calor que sentimos en el verano nada tiene que ver con el grado de desarrollo de nuestras naciones ni del “status social” en el cual estemos o aparentemos que estamos “tarjetas de crédito mediante” .

El canto de la lechiguana para quienes todavía tienen el placer de oírlo nos habla de lo lindo que es vivir la vida y si aprieta el calor podremos saborear la “frescura de una buena sombra” sentir a las chicharras al mediodía o dejarnos cubrir por las aguas que todavía corren cristalinas en nuestros arroyos.

Las Lechiguanas
Islas, las del dulce encanto,
de horizonte leve, de azul infinito;
con cielos sangrantes en atardeceres;
con sedientos sauces que mece el “remanse”
y zorzales de canto demorado y grave.
Revelas dos caras, cual la vida misma,
apacibles aguas en quietas estampas
o crecido avance que todo lo arrasa;
reflejos que copian la frondosa orilla
u oleaje impetuoso que golpea y espanta.
Tendí la mirada en toscos veranos,
me quedé en zumbidos de néctar, ufano;
bebí en el bullicio de alegres bandadas,
anduve senderos de juncos bravíos
embriagado en brillos de piel y de escama.
Hoy renacen memorias de apacibles horas;
será verte de nuevo, entrar en tu flora
de savia continua, quedar extasiado,
rendido al embrujo de tu nombre eterno
que renueva dicha de ser pronunciado.
…¡Verte de nuevo, déjame soñarlo!...
Vicente Jorge Cúneo, Gualeguay, enero de l985.


Hugo W Arostegui

miércoles, 21 de diciembre de 2016

“Hagamos lo que diga el corazón”


Hagamos lo que diga el corazón
y vamos a entregarnos si medida,
la crisis terminó, lo malo quedó atrás,
querida hagamos lo que diga el corazón.
Hagamos lo que diga el corazón
verás cómo se nos cambia la vida
tenemos que olvidar
y pronto sanará la herida
hagamos lo que diga el corazón.
Siempre peleando, esto se tiene que acabar
vueltas y vueltas, siempre en el mismo lugar,
suerte que tenemos quién se acuerde de los dos,
y hay un corazón que tiene lo que te falta a ti
y hay un corazón que tiene lo que me falta a mí.
Hagamos lo que diga el corazón
y vamos a entregarnos si medida,
la crisis terminó, lo malo quedó atrás,
querida hagamos lo que diga el corazón
hagamos lo que diga el corazón.
Qué cosas bonitas, que con los ojos no vemos
y que por dentro llevamos pero no lo sabemos.
Que cosas bonitas, que con los ojos no vemos
y que por dentro llevamos pero no lo sabemos.
(Qué cosas bonitas, más bonitas)
Más bonitas porque entran al alma,
sin tocar, sin tocar la puerta.
(Qué cosas bonitas, más bonitas)
que llenan el corazón
y no salen, por ninguna razón.
Qué cosas bonitas, que con los ojos no vemos
y que por dentro llevamos pero no lo sabemos.
Que cosas bonitas, que con los ojos no vemos
y que por dentro llevamos pero no lo sabemos.
Hagamos lo que diga el corazón,
hagamos lo que diga el corazón,
Hagamos lo que diga el corazón,
hagamos lo que diga el corazón.
Hagamos.
Pero a prisa.
Hagamos.
Que me quite la camisa.
Hagamos.
Son sensaciones.
Hagamos.
Muchas premoniciones.
Hagamos.
Hagamos, hagámoslo
Hagamos.
Que no hay más ocasiones.
Hagamos.
Y que no existen presiones
Hagamos,
en nuestros corazones.
Letra “Hagamos lo que diga el corazón” – Grupo Niche

Nuestras Emociones


Esta época del año suele ser un campo muy fértil para el cultivo y desarrollo de nuestras emociones, los reencuentros afectivos, el incremento de nuestros intercambios con quienes ha transcurrido un largo tiempo en el cual no hemos estado en contacto, los lazos afectivos interrumpidos sea por disoluciones conyugales, nuevas familias, viajes de estudio, necesidades laborales, nuevos vínculos, nacimientos, defunciones, etc.

De lo que agregamos los consabidos “reencuentros de familia” la navidad, el fin de año, las reuniones de camaradería con colegas de trabajo, las inevitables compras de presentes sumados a las visitas a los familiares de fallecidos que bien pueden ser nuestros, como ser, padres, hermanos, hijos , un cúmulo de situaciones que sin duda ponen a prueba nuestra capacidad emotiva que son el caldo de cultivo de muchas de nuestros “malestares “ seguramente causados por la ansiedad, la nostalgia, o un deseo irreprimible  de estrechar en un abrazo o de recibir el afecto de aquellos que por distintas razones sentimos su ausencia.

“Ejemplo para comprender el desarrollo de una emoción: El miedo es un sentimiento que puede producir cambios fisiológicos como aumento de la frecuencia cardíaca, dilatación de las pupilas, tensión en los músculos y segregación de adrenalina; a su vez produce una reacción interna que se refleja en expresiones faciales, movimientos bruscos o específicos y cambio en la entonación.
En lo cognitivo, esas respuestas son analizadas en un contexto socio-cultural para poder comprenderlas y ubicarlas en el lugar adecuado. “La expresión emocional cambia así como lo hace el desarrollo ontogenético del individuo”.

De igual modo, es el proceso cognitivo el que nos permite inhibir ciertas emociones, cuando culturalmente no son consideradas como adecuadas. Por ejemplo, cuando nos sentimos atraídos por una persona que no puede correspondernos (por hallarse casada o simplemente no estar enamorada de nosotros) o cuando estamos frente a nuestro jefe y sentimos deseos de matarlo (sabemos que dar rienda suelta a este sentimiento no podría traernos más que problemas, y no sólo el de quedarnos sin trabajo).

Es necesario comentar que en las últimas teorías cognitivas que se han hecho sobre el proceso emocional, se ha enfatizado de forma fundamentalista en lo cognitivo, objetando que el mundo no es de una determinada forma, sino que depende de con qué ojos se mire; por eso una misma experiencia para dos personas diferentes para una puede resultar traumática y para otra ser más posible de enfrentar y resolver.

De todas formas, si bien esta teoría tiene muchos adeptos, sobre todo en las corrientes relativistas, muchos especialistas se niegan a aprobar esta manera tan aleatoria de entender los sentimientos y el mundo en general”.

Así las cosas, así somos los humanos y así seguiremos por los siglos de los siglos, nos necesitamos los unos a los otros, añoramos los reencuentros, y sobre todo, nos extendemos en buenos augurios cargados de una “emoción a flor de piel” que surca con una lágrima nuestros ojos e ilumina el rostro con una sentida sonrisa.

Hugo W Arostegui