viernes, 20 de julio de 2018

Altruismo


Cada día de nuestra vida, entramos en contacto con otras personas, con sus formas de vida y sus necesidades. En ocasiones, notamos que es necesario y posible ayudar algunos, y en ese instante, es justo cuando se define si nuestro sistema de valores nos impulsa a actuar de manera egoísta o de manera generosa y altruista.

Es común escuchar que el ser humano tiene una naturaleza egoísta que lo lleva a perseguir como prioridad su bienestar particular como algo innato o normal, en franco desconocimiento de los deseos, intereses y necesidades de los demás. Por otra parte, existen numerosos pensadores, investigadores y filósofos que ven en el corazón humano, la semilla noble y latente del altruismo y la generosidad.

Altruismo, es una palabra derivada del francés antiguo “altrui”, y significa “de los otros”. Se define generalmente, como devoción, preocupación y sacrificio personal en busca del bienestar de otros. En lo personal lo defino como la capacidad humana de expresar amor, servicio o compasión de manera consciente, voluntaria, y desinteresada, con el objetivo único de generar bienestar o la felicidad a la vida de otros.

Dada su capacidad de vencer las tendencias egoístas, el altruismo es considerado una virtud practicada por pocos, aunque no falta quienes como Nietzsche, consideren que el altruismo y la compasión son una contribución a la creación de “almas débiles”, y que cada uno debe librar su batalla para emanciparse.

Algunos investigadores afirman que el altruismo nace en el hombre antes de los dos años de edad, lo que marcaría una tendencia innata a ayudar. En el ámbito religioso, y aunque no hay referencia al término “altruismo” (la palabra fue acuñada por el filósofo francés Auguste Comte en 1851), existen escuelas religiosas, filosóficas o espiritualistas que consideran la bondad como natural en el ser humano, y predican la necesidad de practicarlo diariamente.

Una de esas visiones de aproximación humanitaria es la del budismo, que considera la existencia de dos caminos para el progreso espiritual y la felicidad. Estos son: el Hinayana o “pequeño vehículo”, que busca la liberación individual, y el Mahayana o “gran vehículo”, que pretende ayudar a todos, pues asume que los demás son iguales a nosotros. Tomar este segundo camino, implica tener la intención de ayudar, de ser útil, y de encontrar los medios para ayudar, lo cual requerirá virtudes como generosidad, paciencia, esfuerzo, constancia, etc.

La religión católica también asume la necesidad de ayudar a los semejantes y asume la frase: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, como una referencia fundamental en esa prédica.

Muchos otros han expresados su visión acerca del altruismo. Leo Buscaglia, autor de varias obra sobre el amor, ha dicho que “cada hombre que se acerca más a sí mismo, cuando se acerca a los demás. El sabio Pitágoras creía en un altruismo moderado y en la necesidad de que cada uno hiciera su parte para progresar. Afirmaba que lo adecuado era ayudar a nuestros semejantes a levantar su carga, pero no llevarla. La Madre Teresa, conocida practicante de la caridad, decía: “Al servir a los miserables, servimos directamente a Dios. Y el refrán popular que reza: “Haz bien y no mires a quién”, es una expresión claramente impulsadora del altruismo.

Para desarrollar el altruismo, se requiere desarrollar una nueva sensibilidad que nos perita comprender el valor de los demás, comprender que sin los otros no seríamos lo que somos, que todos vamos a envejecer y a morir, que dar es un camino a la felicidad, que se vive mejor sin egoísmos, cuando se trabaja en equipo con tolerancia, inclusión y respeto, y que las personas anhelan ser felices, y en ocasiones sólo requieren de un poco de apoyo externo.



Abuelo y nieto


Mejor No Preguntar

Nuestra sociedad se rige por tradiciones muy asentadas que, a menudo, parecen obligarnos a seguir el mismo sendero a todos y todas los que optamos por llevar a cabo una de ellas. Además, existe una tendencia benigna a la intromisión en diversos aspectos de la vida de los demás.

Esto ocurre mucho en parejas que toman la decisión de contraer matrimonio o bien optan por una convivencia sin otro papel de por medio. Los familiares y amigos/as, al ver esta situación, sienten una fuerza interior que les insta a preguntar: ¿y el niño pa’ cuándo?

Es cierto que es una cuestión muy habitual y que, por supuesto, el último objetivo de ésta es ofender a la pareja o a la mujer que se le expone. Sin embargo, la inercia no nos permite pararnos a pensar en la repercusión que esta simple pregunta puede llegar a tener.

Por un lado, hay hombres y mujeres que sencillamente no quieren ser madres o padres; les gusta su vida tal y como es y no sienten la necesidad de modificarla hacia ese rumbo. Y es completamente legítimo y respetable. ¿Quién dice que tengas que vivir sistemáticamente la vida que otros han escogido? En nuestro mundo hay cabida para diferentes opciones y cada uno/a es libre de elegir la más adecuada a su persona o momento vital.

Por otro lado, están las personas que sí sienten ese deseo de tener un/a hijo/a, pero no les resulta tan fácil conseguirlo. Por los motivos que sean, cada vez nos encontramos con más mujeres que tienen dificultades para quedarse embarazadas (independientemente del origen de las complicaciones). Muchas parejas lo intentan durante varios meses de la manera convencional, sin éxito. Y ese deseo, unido a la desilusión mensual, puede llegar a vivirse de manera frustrante a medida que el tiempo avanza. Afortunadamente, en la actualidad disponemos de métodos muy efectivos que pueden devolver la esperanza y la sonrisa a madres y padres innatos
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Si, además, a todo esto le sumamos la reiteración constante de este tipo de mensajes, no hay que tener muchas células espejo para deducir el efecto que llegaría a causar en esa persona.

Puede que, si eres de esos/as amigos/as o familiares que (con la mejor intención) tienden a preguntar sobre esa faceta de la vida de los demás, consideres replantearte no volver a hacerlo. 

Ahora que eres capaz de empatizar con ese hombre o esa mujer (a quien supones madre o padre a estas alturas de la vida) y de imaginar la magnitud de su sufrimiento, podrás ver con más claridad que hay expresiones que a veces sobran.


Frases Sobre Decir Y Hacer


“Si cree usted que la educación es cara, pruebe con la ignorancia”. Esto lo dijo la escritora sueca Derek Curtis y no puede tener más razón. 

Pero hay más.
 “Enseñar a quien no tiene curiosidad por aprender es sembrar un campo sin ararlo”. Richard Whately.

 “Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos”, Séneca.

 “La única educación posible es ésta: estar lo bastante seguro de una cosa para atreverse a decírsela a un niño”, G.K.Chesterton.

 “Los niños son como cemento fresco, cualquier cosa que caiga sobre ellos deja una huella”. Haim Cinott.

 “El hombre comienza, en realidad, a ser viejo cuando deja de ser educable”. Arturo Graf.

 “Enseñar a niños es bueno, pero enseñarles lo que realmente cuenta es mejor”, Bob Talbert.

 “Enseñar es aprender dos veces”, Joseph Joubert.

 “Aprender es como remar contra corriente; en cuanto se deja, se retrocede”, Edward Benjamín Britten.

 “El maestro no es engreído, solo demuestra a sus alumnos que el saber no es cuestión de presumir sino de conocer que no por lucir somos sabios”.

 “Un ingeniero no es una copia, es original y se atreve a cambiar una realidad, no importa el tiempo o el espacio, todo es posible mientras crea que es así”.

 “Enseña más la necesidad, que la universidad”.

 “Un pueblo puede tener piedras, garrotes, pistolas o cañones; aun así, si no tiene libros está completamente desarmado”.

“La mejor manera de decir, es hacer”.



Perseverancia


Tener un propósito definido proporciona energía incalculable en la vida; pero concentrar en ese propósito todas las fuerzas es, ni más ni menos, hacerse invencible. Si tenemos un gran objetivo, una meta trascendente por la que valga la pena sacrificarlo todo, incluso la vida si fuere necesario, nuestra motivación será tan poderosa que seremos capaces de vencer todos los temores y ningún obstáculo nos parecerá imposible de superar.

Haz planes concretos para alcanzar tus objetivos

Tu éxito puede comenzar con una pluma y un papel; es decir, con la acción de fijar claramente tus metas, definir de modo preciso tus ideales y trazar un plan para alcanzarlos. Los logros humanos no son fruto de la casualidad. El azar lo único que lleva es al desorden y el caos. El azar jamás puede ser creativo. Si dejamos las cosas al azar, cuanto más tiempo pase, mayor será el desorden y más pronto el fracaso.

El trabajo debe hacerse bien, no solo para conseguir un salario honradamente, sino por nuestra propia dignidad. Si cumplimos bien con nuestras tareas, estamos fortaleciendo nuestro carácter y nuestra seguridad en nuestra capacidad para realizar el trabajo forma eficaz y eficiente. La edificación de nuestro carácter tiene que ser la primera y la mayor obra de nuestra vida. Y para formar un carácter firme y equilibrado, fundamento de una personalidad triunfadora, es necesario trabajar con esfuerzo y perseverancia para ser personas útiles...porque como bien dice el refrán "La ociosidad es la madre de todos los vicios"

Persevera hasta convertir en realidad tus sueños

Si quieres triunfar, inténtalo de nuevo...hasta que lo consigas. Es el secreto de las personas que triunfan. Quienes alcanzan la cumbre del éxito, no son personas que supuestamente nunca fallan, sino las que están dispuestas a aprender de sus propios errores. 

Equivocarse no es fracasar. El fracaso consiste en no saber rectificar. Si en tu vida tienes un objetivo claro y realmente valioso, siempre merece la pena intentarlo una vez más. 

La perseverancia a toda prueba en la lucha por alcanzar tu ideal es la clave del éxito.

jueves, 19 de julio de 2018

Cuando Me Preguntas


Pregunta usted si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Lo envía usted a revistas. Los compara con otros poemas, y se intranquiliza cuando ciertas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien (puesto que usted me ha permitido aconsejarle), le ruego que abandone todo eso.

Mire usted hacia fuera, y eso, sobre todo, no debería hacerlo ahora. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay sólo un único medio. Entre en usted. 

Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo, entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso.

Entonces, aproxímese a la naturaleza. Entonces, intente, como el primer hombre, decir lo que ve y lo que experimenta y ama y pierde. 

No escriba poesías de amor; apártese ante todo de esas formas que son demasiado corrientes y habituales: son las más difíciles, porque hace falta una gran fuerza madura para dar algo propio donde se establecen en la multitud tradiciones buenas y, en parte, brillantes. Por eso, sálvese de los temas generales y vuélvase a los que le ofrece su propia vida cotidiana: describa sus melancolías y deseos, los pensamientos fugaces y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con sinceridad interior, tranquila, humilde, y use, para expresarlo, las cosas de su ambiente, las imágenes de sus sueños y los objetos de su recuerdo.

Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que no es bastante poeta como para conjurar sus riquezas: pues para lo creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente. 

Y aunque estuviera usted en una cárcel cuyas paredes no dejaran llegar a su sentido ninguno de los rumores del mundo, ¿no seguiría teniendo siempre su infancia, esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos? Vuelva ahí su atención.

Intente hacer emerger las sumergidas sensaciones de ese ancho pasado; su personalidad se consolidará, su soledad se ensanchara y se hará una estancia en penumbra, en que se oye pasar de largo, a lo lejos, el estrépito de los demás. Y si de ese giro hacia dentro, de esa sumersión en el mundo propio, brotan versos, no se le ocurrirá a usted preguntar a nadie si son buenos versos. Tampoco hará intentos de interesar a las revistas por esos trabajos, pues verá en ellos su amada propiedad natural, un trozo y una voz de su vida. Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad. En esa índole de su origen está su juicio: no hay otro.


Por eso, mi distinguido amigo, no sabía darle más consejo que éste: entrar en sí mismo y examinar las profundidades de que brota su vida: en ese manantial encontrará usted la respuesta a la pregunta de si debe crear. Tómela como suene, sin interpretaciones. 

Quizá se haga evidente que usted está llamado a ser artista. Entonces, acepte sobre sí ese destino, y sopórtelo, con su carga y su grandeza, sin preguntar por la recompensa que pudiera venir de fuera. Pues el creador debe ser un mundo para sí mismo, y encontrarlo todo en sí y en la naturaleza a que se ha adherido.

Valores


Los valores son ideales morales, son como ideas platónicas, conceptos eternos, perfectos, que encarnan participante de su contexto, pero que nunca se acaban realizando plenamente. Por eso son deseables, porque, como decía el mismo Platón, deseamos lo que no tenemos o aquello de lo que tememos por su pérdida. 

Es por este motivo que, con frecuencia, descubrimos el valor de las cosas cuando las estamos perdiendo o, como dice el filósofo H. Jonas: descubrimos que está en juego cuando sabemos que está en juego.

Los valores no se inventan, pero tampoco están ahí sin más: se descubren como tales valores cuando entendemos la importancia de llevar a cabo acciones (o abstenerse) para preservar o realizar aquella cualidad que hemos comprendido era importante para la vida buena y justa. Estamos hablando de valores morales y de una vida digna, pues no venimos como humanos a sobrevivir, ni a vivir sin más, sino a vivir justa y gozosamente.

Por este descubrimiento se requieren tres factores: un determinado nivel de conciencia moral determinada, un proyecto de vida personal y comunitaria, y compromiso responsable para llevarlo a cabo.

La conciencia moral es la capacidad de darse cuenta de lo que se hace, de las consecuencias de lo que uno hace, en otros y en uno mismo, y del porqué último (convicciones fundamentales) se hace. Al tomar conciencia de la carga moral de los actos, descubrimos los valores que hay detrás de aquellos inspirándoles. 

Resulta que la moral inculca hábitos y costumbres, a partir de la repetición y la vivencia cotidiana, y muchas veces estos valores permanecen inconscientes. Es posible así que haya quien se adhiera a los valores sin juzgarlos (pre-juicio) porque no es consciente de aquellos ni de lo que implican.

Para salir de este estado de inconsciencia hay un progreso de la conciencia moral, pasar los niveles de niñez y adolescencia (pre convencional y convencional en los estadios de Kohlberg y Gilligan) y alcanzar un nivel de conciencia pos convencional. 

Sólo este nivel pos convencional, maduro, nos permite hacer autocrítica y reflexionar sobre la razón de ser de aquellos hábitos y de las adhesión a unos valores. Siempre a la luz de las respuestas que damos a la realidad, siempre desde los impactos que los actos provocan en uno mismo y en otros.

Así nacen los valores morales, cuando se despierta la conciencia: cuando uno se da cuenta de lo que está en juego, pone en juego su capacidad de valorar y, desde ella, se dispone y pone a vivir de una determinada manera (por eso la importancia del proyecto y el compromiso responsable). 

Necesitamos así los valores para que desde ellos tomemos decisiones. 

Nacen los valores cuando descubrimos su importancia para nuestra vida, única, irrepetible, intransferible. Los valores vienen al mundo gracias al sujeto que quiere encarnarse en su proyecto de vida, regenerándose, o mueren.


Por eso no es extraño la correlación que existe entre valores y problemas: dime qué problema tienes y te diré tus valores. Los problemas hacen priorizar, y cuando priorizamos tomamos decisiones sobre qué es importante, valioso, y qué no lo es tanto. 

Así, hoy, descubrimos el valor del agua (no sólo su precio), cuando consideramos que es un bien indispensable, algo sin el cual no podemos vivir. Y la hemos descubierto como valor cuando la estamos perdiendo, y cuando nos damos cuenta de que no sólo la queremos individual y privadamente, sino que tenemos que garantizarla a todos.