Cada día de nuestra vida, entramos en contacto con otras personas, con sus formas de vida y sus necesidades. En ocasiones, notamos que es necesario y posible ayudar algunos, y en ese instante, es justo cuando se define si nuestro sistema de valores nos impulsa a actuar de manera egoísta o de manera generosa y altruista.
Es común escuchar que el ser humano tiene una naturaleza egoísta que lo lleva a perseguir como prioridad su bienestar particular como algo innato o normal, en franco desconocimiento de los deseos, intereses y necesidades de los demás. Por otra parte, existen numerosos pensadores, investigadores y filósofos que ven en el corazón humano, la semilla noble y latente del altruismo y la generosidad.
Altruismo, es una palabra derivada del francés antiguo “altrui”, y significa “de los otros”. Se define generalmente, como devoción, preocupación y sacrificio personal en busca del bienestar de otros. En lo personal lo defino como la capacidad humana de expresar amor, servicio o compasión de manera consciente, voluntaria, y desinteresada, con el objetivo único de generar bienestar o la felicidad a la vida de otros.
Dada su capacidad de vencer las tendencias egoístas, el altruismo es considerado una virtud practicada por pocos, aunque no falta quienes como Nietzsche, consideren que el altruismo y la compasión son una contribución a la creación de “almas débiles”, y que cada uno debe librar su batalla para emanciparse.
Algunos investigadores afirman que el altruismo nace en el hombre antes de los dos años de edad, lo que marcaría una tendencia innata a ayudar. En el ámbito religioso, y aunque no hay referencia al término “altruismo” (la palabra fue acuñada por el filósofo francés Auguste Comte en 1851), existen escuelas religiosas, filosóficas o espiritualistas que consideran la bondad como natural en el ser humano, y predican la necesidad de practicarlo diariamente.
Una de esas visiones de aproximación humanitaria es la del budismo, que considera la existencia de dos caminos para el progreso espiritual y la felicidad. Estos son: el Hinayana o “pequeño vehículo”, que busca la liberación individual, y el Mahayana o “gran vehículo”, que pretende ayudar a todos, pues asume que los demás son iguales a nosotros. Tomar este segundo camino, implica tener la intención de ayudar, de ser útil, y de encontrar los medios para ayudar, lo cual requerirá virtudes como generosidad, paciencia, esfuerzo, constancia, etc.
La religión católica también asume la necesidad de ayudar a los semejantes y asume la frase: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, como una referencia fundamental en esa prédica.
Muchos otros han expresados su visión acerca del altruismo. Leo Buscaglia, autor de varias obra sobre el amor, ha dicho que “cada hombre que se acerca más a sí mismo, cuando se acerca a los demás. El sabio Pitágoras creía en un altruismo moderado y en la necesidad de que cada uno hiciera su parte para progresar. Afirmaba que lo adecuado era ayudar a nuestros semejantes a levantar su carga, pero no llevarla. La Madre Teresa, conocida practicante de la caridad, decía: “Al servir a los miserables, servimos directamente a Dios. Y el refrán popular que reza: “Haz bien y no mires a quién”, es una expresión claramente impulsadora del altruismo.
Para desarrollar el altruismo, se requiere desarrollar una nueva sensibilidad que nos perita comprender el valor de los demás, comprender que sin los otros no seríamos lo que somos, que todos vamos a envejecer y a morir, que dar es un camino a la felicidad, que se vive mejor sin egoísmos, cuando se trabaja en equipo con tolerancia, inclusión y respeto, y que las personas anhelan ser felices, y en ocasiones sólo requieren de un poco de apoyo externo.
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