Una promesa implica el cumplimiento de un
compromiso, bien sea con uno mismo o con otra persona. Cumplir
con lo prometido es beneficioso para ambas partes: para el prominente porque se siente bien consigo mismo al
haber cumplido con su voluntad y haber llevado a cabo su logro personal y
para el promisario (beneficiario) porque ve cumplido lo que inicialmente se le
había ofrecido.
Cuando cumplimos nuestras promesas ganamos en credibilidad y
hacemos que los demás aumenten la confianza en nosotros y nos vean como personas más fieles, leales y responsables,
lo que se traduce en un incremento de nuestra autoestima. Por
el contrario, si fallamos e incumplimos lo que hemos prometido nos
presentaremos ante los ojos de los demás como personas desleales, poco
comprometidas e irresponsables, en las que no confiar demasiado porque no sabes
si van a responder. Quizás por no disponer de tiempo suficiente, bien porque
nos arrepentimos a última o porque consideramos después de hacer la promesa que
no es lo suficientemente importante como para cumplirla, el perjuicio de faltar
a nuestra palabra hace mella en nuestra reputación y daña nuestra autoestima.
Si ya resulta hiriente para los beneficiarios cuando no se
cumple una promesa, imagínate lo que supone para un niño que un padre prometa
algo que después nunca lleva a cabo. El impacto negativo, la decepción,
frustración y desilusión que puede llegar a generar en un niño el
incumplimiento de una promesa por parte de sus padres hace que mengüen la
confianza depositada en ellos, e incluso su autoridad.
Además, este hecho puede repercutir gravemente en la
autoestima del infante hasta el punto de sentir que sus padres no le quieren lo
suficiente como para validar su palabra. Como ya hemos mencionado
anteriormente, los niños tienden a copiar modelos de conducta, por
ello hemos de intentar cumplir con todo aquello que prometemos o al menos
procurar que nuestras promesas no generen demasiadas expectativas para que la
caída después sea menos dolorosa.
Sigue estos consejos si tienes compromisos con tus hijos:
Si tienes una o varias promesas recientes, cúmplelas sin
dejar pasar más el tiempo. Si últimamente has incumplido alguna recuerda pedir disculpas sinceras y enmendar el error con
alguna recompensa de otro tipo. Sé lo más honesto
posible y
si prevés que no vas a poder cumplir una promesa explícale con franqueza a tu
hijo las razones. Un argumento lógico y razonable a tiempo seguro que
amortiguará la decepción. Si vas a prometer algo a tus hijos, reconoce primero tus capacidades y sé lo más
realista posible.
No prometas alcanzar
la luna y las estrellas si solo vas a llegar a contemplarlas. Controla tus impulsos de prometer,
especialmente si quieres recompensar a tu hijo por un gran logro conseguido.
Cuando prometas,
especifica, concreta y deja claro el objeto de
la promesa para que no haya malos entendidos ni falsas expectativas que pueda
crear mayores desilusiones.
Las promesas que le hagas a tus hijos han de ser sinceras y no por presión social, como
por ejemplo el hecho de ver que otros padres les compran cosas a sus hijos, o
por el sentimiento de culpa, por ejemplo ante un divorcio. Ellos tampoco han de
presionarte para que les prometas algo.
Hazle saber a tus hijos que las recompensas fruto de las promesas son un
extra adicional y no la norma a
seguir.
Siempre es mejor que prometas poco pero lo lleves a cabo a
que les hagas muchas promesas y te quedes a mitad de camino en todas.
Antes de
abrir la boca y formular una promesa piénsalo muy bien: a quién
vas a prometer algo, cuál va a ser el objeto de la promesa y si piensas
honestamente que vas a ser capaz de cumplirla.
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