Desde tiempos de Aristóteles
se había estudiado el tema de las falacias, es decir, de los engaños en los que
se propone un argumento que parece correcto pero que en realidad engaña a las
personas y les lleva a ciertas conclusiones infundadas.
En ellas no necesariamente se
parte de premisas falsas o se propone una conclusión falsa, pues su
característica principal consiste en la forma incorrecta de razonar. En una
falacia se quiere hacer pasar por verdadero algo sin realmente probarlo. En
efecto, puede aparentemente demostrarse una cierta conclusión de forma
incorrecta, independientemente de que la conclusión sea verdadera o falsa.
Por
ejemplo, se nos dice o hace creer que un determinado efecto es debido a cierta
causa por el simple hecho de que primero se dio la presunta causa y luego el
supuesto efecto: ya que fulano hizo el baile de la lluvia y después llovió, la
causa de la lluvia es el baile.
En otro caso puede ser que la
conclusión sea verdad, por ejemplo si alguien se come un antojito callejero y
después se enferma del estómago; aquí puede ser que el antojito sea la causa,
pero no es suficiente que se lo haya comido primero para saber si de veras es
la causa del malestar.
Existen varios tipos de falacias
y se suelen usar a menudo en el mundo y en la cultura en que vivimos.
Diariamente se recurre a las falacias en la publicidad de los productos que nos
ofrece el mercado y se nos bombardea con falacias para hacernos comprar lo que
los comerciantes desean.
Al menos creo que existe una
cierta conciencia entre la gente de que ciertos vendedores suelen
"enredar" a los posibles clientes. Mucho más serio es el problema del
uso de las falacias en el campo social y político. Esto se agudiza en los tiempos
de las campañas, porque los candidatos y sus partidos tratan de ganar a como dé
lugar el voto de los ciudadanos y cómo "en la guerra y el amor todo se
vale" emplean todos los medios, incluso el de hacer pasar por correctos
razonamientos erróneos que llevan a las conclusiones que les favorecen en orden
a la adquisición del poder.
Lo anterior nos conduce, por
una parte, a la necesidad de que los ciudadanos seamos capaces de evaluar con
lógica los argumentos que se nos proponen y ello significa que mientras mejor
educación tenga la población mejor serán las posibilidades de una adecuada
valoración de tales argumentos. Por otro lado, puede verse también la grave
responsabilidad ética de actores, quienes deben sentirse obligados a presentar
en forma correcta y verdadera cuanto proponen a la ciudadanía.
En ellas no necesariamente se
parte de premisas falsas o se propone una conclusión falsa, pues su
característica principal consiste en la forma incorrecta de razonar. En una
falacia se quiere hacer pasar por verdadero algo sin realmente probarlo.
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