Los valores son ideales morales, son como ideas platónicas,
conceptos eternos, perfectos, que encarnan participante de su contexto, pero
que nunca se acaban realizando plenamente. Por eso son deseables, porque, como
decía el mismo Platón, deseamos lo que no tenemos o aquello de lo que tememos
por su pérdida.
Es por este motivo que, con frecuencia, descubrimos el valor de
las cosas cuando las estamos perdiendo o, como dice el filósofo H. Jonas:
descubrimos que está en juego cuando sabemos que está en juego.
Los valores no se inventan, pero tampoco están ahí sin más:
se descubren como tales valores cuando entendemos la importancia de llevar a
cabo acciones (o abstenerse) para preservar o realizar aquella
cualidad que hemos comprendido era importante para la vida buena y justa.
Estamos hablando de valores morales y de una vida digna, pues no venimos como
humanos a sobrevivir, ni a vivir sin más, sino a vivir justa y gozosamente.
Por este descubrimiento se requieren tres factores: un
determinado nivel de conciencia moral determinada, un proyecto de vida personal
y comunitaria, y compromiso responsable para llevarlo a cabo.
La conciencia moral es la capacidad de darse cuenta de lo que
se hace, de las consecuencias de lo que uno hace, en otros y en uno mismo, y
del porqué último (convicciones fundamentales) se hace. Al tomar conciencia de
la carga moral de los actos, descubrimos los valores que hay detrás de aquellos
inspirándoles.
Resulta que la moral inculca hábitos y costumbres, a partir de
la repetición y la vivencia cotidiana, y muchas veces estos valores permanecen
inconscientes. Es posible así que haya quien se adhiera a los valores sin
juzgarlos (pre-juicio) porque no es consciente de aquellos ni de lo que
implican.
Para salir de este estado de inconsciencia hay un progreso de
la conciencia moral, pasar los niveles de niñez y adolescencia (pre
convencional y convencional en los estadios de Kohlberg y Gilligan) y alcanzar
un nivel de conciencia pos convencional.
Sólo este nivel pos convencional,
maduro, nos permite hacer autocrítica y reflexionar sobre la razón de ser de
aquellos hábitos y de las adhesión a unos valores. Siempre a la luz de las
respuestas que damos a la realidad, siempre desde los impactos que los actos
provocan en uno mismo y en otros.
Así nacen los valores morales, cuando se despierta la
conciencia: cuando uno se da cuenta de lo que está en juego, pone en juego su
capacidad de valorar y, desde ella, se dispone y pone a vivir de una
determinada manera (por eso la importancia del proyecto y el compromiso
responsable).
Necesitamos así los valores para que desde ellos tomemos
decisiones.
Nacen los valores cuando descubrimos su importancia para nuestra
vida, única, irrepetible, intransferible. Los valores vienen al mundo gracias
al sujeto que quiere encarnarse en su proyecto de vida, regenerándose, o
mueren.
Por eso no es extraño la correlación que existe entre valores
y problemas: dime qué problema tienes y te diré tus valores. Los problemas
hacen priorizar, y cuando priorizamos tomamos decisiones sobre qué es
importante, valioso, y qué no lo es tanto.
Así, hoy, descubrimos el valor del
agua (no sólo su precio), cuando consideramos que es un bien indispensable,
algo sin el cual no podemos vivir. Y la hemos descubierto como valor cuando la
estamos perdiendo, y cuando nos damos cuenta de que no sólo la queremos
individual y privadamente, sino que tenemos que garantizarla a todos.
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