Aprender es lo que ocurre fuera del aula, cuando
experimentas la vida. Al sistema educativo le importa lo que sabes, al mundo lo
que haces con lo que sabes. Aprender no consiste en poseer un montón de datos
sino en demostrar alguna capacidad. Se reconoce lo que sabes por la forma en
que lo usas.
No puedes formar pilotos sin aviones y menos evaluarlos con un
test.
La respuesta a esa pregunta tan simple tiene 3
alternativas posibles:
1. Que me digas “Sé perfectamente lo que aprendí”.
Estadísticamente, como explica este artículo reciente, solo
entre un 10% y un 15% de personas responderían eso. En efecto, para aprender es
imprescindible hacer consciente lo que te pasa.
2. Que contestes “No aprendí nada”.
Esta es la respuesta más peligrosa de todas porque significa que te estancaste,
desperdiciaste el año y no lograste progreso alguno. Espero que no sea tu caso. Claude Bernard decía que “es lo que creemos que ya sabemos lo que a menudo nos impide
aprender”.
3. Que reconozcas “No sé lo que aprendí, seguro
que varias cosas, pero como no me lo he preguntado, no tengo una respuesta
concreta”. Esta es la alternativa que la mayoría de las personas
responden y tiene una explicación razonable, pero demuestra una ceguera
preocupante.
¿Por qué es lógico que no sepamos lo que
aprendimos? Porque el aprendizaje es un proceso inconsciente. Estamos hablando
de un intangible que tiende a esconderse de su propio dueño. Nadie se levanta
por la mañana pensando en lo que va a aprender ese día sino dispuesto a hacer
cosas, lograr objetivos, cumplir planes. Aprender es un medio, el recurso del
que echamos mano, sin darnos cuenta, para cumplir nuestros propósitos.
El
aprendizaje ocurre mientras tratamos de hacer cosas y dado que nuestra atención
está puesta en esas cosas que nos importan, el acto de aprender pasa
desapercibido.
¿Y por qué resulta alarmante nuestra falta de
consciencia respecto de lo que aprendemos? Porque es nuestra vida la que está
en juego.
Cada vez que pregunto por la cualidad más importante del ser humano,
la respuesta es unánime: La facultad de aprender. En columnas anteriores, hemos
sostenido que tu vida depende de tu capacidad de aprender al
punto de que cuando dejas de aprender, dejas de vivir.
Incluso, aprender es más importante que saber. No hay nada más
importante que aprender:
Está científicamente comprobado que, si no comes, te
mueres y si no duermes, tarde o temprano te mueres. Pero si no aprendes,
también te mueres ya sea por comer un hongo venenoso, saltarte un semáforo en rojo
o caerte en una piscina cuando no sabes nadar.
Vivimos en la sociedad del
aprendizaje y no en la de conocimiento porque el proceso que produce
conocimiento se llama aprender. Por eso, si aprendes más despacio que tu
entorno, desapareces mientras que, si aprendes más rápido, entonces innovas y
te conviertes en referente.
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